El infierno en vida
Bruce estaba cabreado a más no poder.
―Directo a mi oficina ―le indicó a uno de sus guardaespaldas que iban escoltando a su nueva «esposa» cuando llegaron a la casa.
Ellos ni siquiera habían viajado en el mismo coche. Bruce se había ido es su propio auto superdeportivo, mientras que Sofía había estado obligada a viajar en compañía de los guardaespaldas de Bruce.
La casa de Bruce era una mansión campestre en las afueras de la ciudad. Sofía estaba impresionada por el lujo de ese hogar, pero tras la orden directa de su nuevo esposo, no tuvo tiempo de hacer nada más.
―Como ordene, señor―respondió uno de los sujetos que respondía al nombre de Tom.
Sofía entonces fue dirigida a una estancia cuyas paredes se encontraban cubiertas en su totalidad con estantes repletos de libros. Una chimenea ardía al fondo y un enorme escritorio gobernaba el centro de esa oficina.
Los guardaespaldas dejaron a Sofía de pie frente a su jefe y salieron del lugar
Bruce saboreaba las palabras que estaba a punto de decir.
―No le ofrezco asiento porque quiero que le quede en claro que esta no es una reunión grata… Yo no le agrado, ni usted a mí, así que es un buen inicio para lo que se viene.
Sofía guardó silencio. Ella no tenía motivos verdaderamente fuertes para odiar a ese sujeto más allá de todas las humillaciones que le había provocado durante ese día, sin embargo, él acababa de dejar en claro su motivación.
―Entiendo ―asintió Sofía, conteniendo sus lágrimas para no llorar por la frustración que le ocasionaba estar metida en una situación como esa.
―Como ya sabe, esta boda es toda una farsa, usted solo debe guardar las apariencias ante la opinión pública, para todo lo demás usted ni siquiera debe dirigirme la palabra.
Bruce caminó y se paró frente ella.
Sofía estaba quebrantada de ánimo, por lo que intentó dar un paso al frente para pedir alguna explicación, pero el rechazo de Bruce fue lapidario:
―… ni siquiera quiero que esté cerca de mí… ni se le ocurra tocarme. Yo la odio con todas mis fuerzas y odio todo lo que tiene que ver con este maldito matrimonio.
Sofía quedó muda por la que había sido la más grande humillación que había recibido en su vida hasta ese momento.
Ella intentó protestar para reclamar un respeto del que se sentía merecedora, pero recordó que ella en ese papel no era más que una vil impostora; cualquier cosa que pudiese decir, solo serviría para exponer su posición.
Entonces decidió asentir en medio de sollozos y quedarse en silencio.
Bruce mando a llamar a Tom.
―Llévala a su habitación y que no salga de ahí.
Tom obedeció y se llevó a la hermosa chica que ahora lloraba vestida de novia.
Bruce se quedó solo de nuevo.
La botella de escocés estaba a punto de terminarse, pero el efecto aún no era suficiente.
Bruce quería olvidarse de que ahora estaba casado con la hija de su peor enemigo, pero la rabia era demasiada.
* * * * *
Un nuevo día llegó y apenas despunto el sol, Sofía se levantó de la cama.
Después de haberse pasado toda la noche llorando, ella ya no estaba dispuesta a perder un segundo más en esa habitación.
En el armario de esa recámara encontró mucha ropa nueva.
Sofía se deshizo del vestido de novia que le traía de vuelta a la memoria el recuerdo de esa infortunada boda.
Apenas abrió la puerta y se encaminó por el pasillo buscando la dirección de la puerta de salida, Sofía se encontró con los dos gorilas que le interceptaron de inmediato.
―Disculpe, señorita Benz, pero usted tiene prohibido salir de la casa.
Quien le dirigió la palabra fue Tom, el guardaespaldas que Sofía había conocido en la oficina de Bruce.
― ¡¿Qué?! ¿Pero por qué? ―inquirió ella fuera de sí.
―Órdenes directas del jefe: usted debe permanecer en la casa y solo puede salir si el señor Evans así lo ordena.
Sofía se quedó sin palabras.
― ¡Pero yo debo ir al hospital! ―protestó Sofía sin darse cuenta de que estaba hablando de más.
Tom captó el asunto, por lo que de inmediato le interrogó al respecto.
― ¿Al hospital? ¿Qué piensa hacer en el hospital?
Sofía entendió que había metido la pata y a pesar de que sabía que su situación era terriblemente desfavorable, se esforzó por mantener su parte del trato por miedo a exponer el engaño y tener que enfrentarse a las amenazas de Rut, pues Sofía le temía a esa mujer.
―Solo quería pasar a chequearme, es que la cabeza me duele mucho.
―Debe ser hambre lo que tiene, señorita, desde ayer no ha comido nada… si gusta puede pasar a la cocina a desayunar.
Sofía bufó con desgano. No concebía el darse cuenta de que estaba convertida en una prisionera.
―No, no pienso comer hasta que me devuelvan mi libertad ―sentenció Sofía y se dio la vuelta para encaminarse de vuelta a su habitación con mucha rabia.
―Creo que próximamente la veremos morir de hambre ―comentó a manera de chiste Rick, el otro guardaespaldas compañero de Tom, que reía al ver la bronca de la chica.
* * * * *
Una semana había transcurrido desde ese acontecimiento. Sofía seguía encerrada en su habitación, negándose a comer hasta que no se le devolviese su libertad, mientras que Bruce disfrutaba al tener sometida a la hija del asesino de su padre en su propia casa.
Los informes de las empleadas encargadas de atender a la joven, cada vez eran más preocupantes.
El estado de salud de Sofía era cada vez más deplorable.
Ella se negaba a probar ningún bocado de comida y solo se ocupaba en exigir su libertad.
Bruce al principio se mostró indiferente ante el asunto. Él ya había tenido que esforzarse para ser duro con una chica tan linda como ella, por lo que le preocupaba poder ceder de alguna manera al verla en una situación tan vulnerable.
Esa mañana, sin embargo, se vio obligado a presentarse en la habitación de su esposa, cuando le informaron que la chica había perdido la conciencia.
Bruce entró a la recámara y encontró a su esposa recostada con los ojos cerrados y un suero alimentando su torrente sanguíneo.
― ¿Qué clase de estupidez es la que has hecho? ―le reclamó Bruce luego de que el personal de servicio y el médico de la casa, se retirasen de la habitación
Sofía no tenía el ánimo suficiente para responder como debía, por lo que solo le dijo:
―Solo quiero que me deje sola.
Bruce estaba con los ánimos caldeados.
Ver a esa chica en esa condición había movido algo en su interior, por lo que no podía entender lo que estaba haciendo allí.
―Debes comer, mujer, una esposa muerta por inanición no me sirve para mis planes.
Bruce dijo esto en un tono que extrañamente no le sonó altivo ni soberbio, entonces tomó una cucharada de un plato de puré de papas que habían dejado las empleadas sobre una de las mesitas de la habitación, y la dirigió a la boca de ella.
Sofía sintió la tentación de abrir su boca y dejarse llevar por el repentino ofrecimiento de buena voluntad de su esposo, pero recordó la situación en la que se encontraba, entonces apretó su labio y rechazó el alimento.
Bruce se sintió rechazado, por lo que la rabia que le sobrevino fue incontrolable.
Por un segundo estuvo a punto de explotar allí mismo, pero se controló y solo le dijo:
― ¡¿Sabes qué?! ¡Haz con tu vida lo que te dé la gana, si quieres salir, saldrás, pero lo harás bajo mis reglas!
Bruce le dijo esto y salió de la habitación dando un portazo. Su alma estaba hirviendo en llamas.
Sofía se quedó impresionada.
Ella estaba contenta por haber conseguido su objetivo, pero de alguna manera no podía dejar de sentirse mal por haber despreciado el ofrecimiento de su falso esposo.
Un acuerdo y una traición.―El señor Evans ha dejado en claro que si quiere salir, primero debe comer para que recupere las fuerzas ―Tom le había dado las indicaciones necesarias para cumplir a cabalidad lo que había sido la voluntad del jefe y dueño de la casa―. No puede de ninguna manera poner en riesgo su acuerdo de confidencialidad y debe volver a la casa antes de las ocho de la noche.Sofía repasaba en su mente estas palabras del guardaespaldas que parecía un buen tipo; Rick, por otra parte, era un sujeto que le caía bastante mal, por eso se sintió agradecida de que el mensajero fuese Tom en ese caso.Ella cumplió su palabra comiendo lo suficiente antes de irse directo al hospital.Ella quería pensar en cuál era el motivo para que Bruce diese un cambio así de radical, pero durante una semana había tenido en la cabeza la preocupación de no saber nada de su pequeño.Tomas no era su hijo natural: Tomas en realidad era su sobrino, hijo de su difunta hermana mayor, quien había muerto
Confrontación indeseada Bruce estaba cabreado. Su día había sido terriblemente sofocante, no por las interminables juntas con los inversionistas ni por las incesantes quejas sobre las nuevas políticas de mercado, sino por esa incomodidad que le agobiaba el alma. Aun después de varias horas aún no podía sacar de su cabeza esa idea de haber sido demasiado blando con la chiquilla malcriada de su esposa. Algo no andaba mal, él normalmente no era así. Bruce aún se mantenía firme en su intención de proceder sin remordimiento con su plan de venganza, pero de alguna parte de su cabeza había surgido la idea de que darle un poco de confianza a la hija de su enemigo haría que ella dejara de ser un problema, por lo menos en lo que terminaba de solventar el asunto en la empresa. Por lo pronto solo quería respirar y tener un rato libre. No quería llegar a la casa para tener que lidiar con aquel asunto de su matrimonio falso, por lo menos no todavía. Bruce sacó su teléfono y marcó a su hombre d
Complejo despertar. Sophia estaba paralizada del miedo. En su mano aún sostenía aquella barra de metal con la que había golpeado al sujeto que estuvo a punto de matar a Bruce. La adrenalina del momento le había empujado a reaccionar y actuar por puro instinto. Ella sabía qué estar en ese lugar haciendo ese trabajo significaría exponerse a esas situaciones, con sujetos atrevidos, con poco entendimiento de los límites del respeto, pero jamás pensó que en su primera noche trabajando para conseguir el dinero para Tomas, le tocase enfrentar una situación de esa magnitud. Ahora estaba ahí de pie, delante de dos hombres que permanecían inconscientes por su enfrentamiento. De como había reaccionado Bruce de esa manera para salvarla a ella de su situación, era algo que Sophia aún no alcanzaba a procesar. “¿Me habrá reconocido?”, era la pregunta que más le aturdía, pues ella había seguido el consejo de las otras chicas, por lo cual se había colocado esos lentes de contacto de color azul
Incertidumbre escabrosa.Sophia estaba en medio de un amanecer complejo.Ella se levantó de la cama con las primeras luces del alba. Se vistió y salió de su habitación sin tener en claro cuál sería su destino para ese día. Aún sabia que tenía mucho por hacer con la salud de su pequeño, pero tenía en claro que debía hacerle frente a un problema mucho más cercano y peligroso para su propia estabilidad. Apenas salió al comedor, después de haberse pasado la última semana en esa casa encerrada en su habitación, descubrió que su “esposo” desayunaba bien temprano y que ya la estaba esperando en la mesa. —Buenos días, señorita —le saludó aquella voz ronca y profunda que le erizó la piel de una manera extraña. Sophia suspiró. Aún no estaba preparada para afrontar ese asunto. Ella se quedó de pie mirando los ojos profundos de ese al que apodaban el diablo, ese que era un hombre déspota y autoritario, pero que la noche anterior se había convertido en su ángel, entregándose desinteresadamente
Las dos caras de la moneda—¡Estás loca! ¡No puedes irte! —Gritó Day.Esa chica, de ojos alegres y sonrisa sincera, apenas le conocía desde un par de semanas atrás, cuando ambas llegaron a ese bar clandestino buscando la esperanza de un empleo que prometía maravillas. Sophia, esa primera vez, había salido huyendo del bar al primer momento de enterarse de todo a la que se expondría si trabajaba en ese lugar, por lo que prefirió aceptar la oferta de Rut en ese entonces; Day, en cambio, sí se arriesgó y tomó el empleo y fue ella quien le abrió a Sophia nuevamente las puertas del empleo en esa segunda oportunidad.—Lo siento Day, es que no puedo —Sophia estaba estupefacta. La esperanza de esos veinte mil le había llevado a presentarse en el bar, pero la sola idea de correr el riesgo de que Bruce la pudiese encontrar en ese sitio, hacía que su corazón palpitase desbocado. —Pero me dijiste que necesitabas el dinero —bufó Day quien apenas terminaba de colocarse la peluca de rizos dorados.
El rostro del misterio—Me tengo que ir.Las palabras de la chica, de ojos enigmáticos y sonrisa tímida, dejaron a Bruce con la tensión a flor de piel. Él no sabía que era lo que estaba ocurriendo en su alma al estar allí teniendo delante de él a esa mujer, pero había algo en todo aquello que parecía tener un matiz sobrenatural de una manera intensa y magnética. El destino parecía estar moviendo hilos poderosos.Bruce jamás había experimentado algo a ese nivel. Esa mujer parecía tener un poder inigualable sobre su determinación.—Quédate —le pidió el Diablo al que Lian y Tom miraban desde la barra, obnubilados de ver lo que estaba ocurriendo delante de ellos: El hombre cruel y despiadado se estaba demostrando en una faceta completamente desconocida para todos ellos. —Lo siento —le dijo ella con una voz que no era ni tímida, ni sosegada; la mujer de cabello dorado y mirada segura estaba convencida de sus palabras—, usted quería verme 7 ya me vio, así que he cumplido con su petición.
Odio sin remedio.Durante toda esa noche, el sobre con ese dinero había reposado en el mismo cajón donde ella había guardado la peluca y el estuche con los lentes de contacto. El miedo a ser descubierta después de haberse comportado frente a Bruce como lo hizo, era realmente agobiante, pero de la misma manera sentía una adrenalina impresionante.Day fue la encargada de hacerle llegar el dinero antes de que ella se retirase del Bar de Lian luego de haberse dado el gusto de dejar al “Diablo” con las palabras en la boca.—No sé qué demonios le hiciste a ese hombre… pero quiere que sepas que mañana vendrá a verte —le dijo su amiga.—Gracias Day —le dijo Sophia, quien aún estaba decidida a hacer hasta lo imposible para salvar a su niño—, pero aún no sé si me vaya a encontrar aquí.Day le tomó la mano luego de entregarle el dinero.—Lib, sé que con este dinero puede que resuelvas muchos de tus problemas… pero debes entender que si logras conseguir un lugar al lado de ese sujeto, tendrás la
IndiciosSophia comenzó a retroceder. Sus pasos eran torpes por culpa del nerviosismo que le ofuscaba, pero se las arregló para mantenerse con la mente clara para poder esconderse. Sabía que no podía ponerse a riesgo; si Bruce le encontraba ahí sería el momento de exponer todos sus secretos y eso sería una afrenta que el hombre como ese al que apodaban “El diablo” no se iba a tomar muy bien.Un pequeño trote y Sophia pasó el departamento de enfermería con dirección a la terraza. Bruce parecía ni siquiera haber notado que ella estaba ahí, por lo que sentía que ya había quedado el peligro atrás, pero aún no podía cantar victoria.La enfermera melindrosa de la última vez salió a su encuentro.—Estaba rogando por encontrarme a solas con usted, señorita —la enfermera se plantó frente a ella con una actitud belicosa como si se tratara de un campo de batalla.Sophia se quedó estupefacta de la impresión al tener que volver a encontrarse con una mujer de quien ni siquiera recordaba el nombre,