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Capitulo 1.3: Tan blanca como la luna

toda su atención, su cuerpo musculoso cargando una espada más grande que había visto, sabía que si quería escapar de esto tenia que derrotarlo a él.

-No, ella es mía- 

El grito del príncipe fue una orden, que detuvo a todos como estatuas al momento, ella solo alcanzo a voltear al cabeza para ver de nuevo al príncipe y esperar su ataque, pero solo vio una sombra que desapareció, ella aun con la boca abierta jadeando y su corazón latiendo con fuerza.

Antes de que pudiera mover uno solo de sus músculos, la figura de el emergió enfrente de ella, la mano de el abrazo su cuello casi en su totalidad y la alzo como si no pesara nada, el tiempo se detuvo, la realidad se distorsionaba, la falta de aire le hizo entender que estaba siendo ahorcada, rasguño sus brazos con la poca fuerza que tenía, pero él no se movió, inmune al dolor, tenia que llegar a un punto vital, “Ataca a un ojo” pensó, y estiro el hombro, estiro la mano, estiro los dedos, sin llegar cerca de su cometido, sus brazos eran muy cortos, el la dominaba totalmente, pero su espíritu nunca será dominado, la mirada llena de rabia lo atravesó a él, más filosa que una lanza, fue viéndose a los ojos cuando el abismo la envolvió y quedo inconsciente.

El dejo de apretar, y la cargo como si fuera un costal de papas, pero los costales de papa pesaban más.

-Creo que tendrás que pedirle un favor al sanador- Axel se coloco a un lado del príncipe y señalando todas las heridas que tenía en el brazo.

-No son nada, ni una es profunda-

-Y esa, que arruina tu hermoso rostro-

El toco su mejilla un pequeño dolor punzante donde estaban las líneas de sangre.

-Creo que por, este si, no quiero que mi prometida se enoje por dañar este bello rostro-

-¿Ella o tu?-

Los dos dejan escapar una pequeña risa forzada, como un requisito que intenta aminorar el hecho de mencionarla.

-¿Que harás con esa niña?-

-Esperar a que despierte para interrogarla-

-Muy buena idea, por eso eres el jefe-

Todos los soldados terminaron de agruparse y ayudar a los heridos.

-¡Que queden como monumentos de nuestra determinación, recordatorios a nuestros enemigos que estamos dispuestos a llegar hasta el limite en nuestras batallas, que no tememos a la muerte y que lucharemos aun sin aliento para defender lo que nos pertenece, La luna!-

Fue la plegaria que resonó como gravedad, palabras cargadas de peso, por parte del príncipe a los soldados caídos en esta batalla.

-Regresemos al puesto de vigilancia-

Todos asintieron y corrieron de regreso.

Llegando al campamento, los heridos fueron rápidamente atendidos por los sanadores, que son los que conocen la anatomía del cuerpo humano y algunas pociones que fueron robadas por los lobos cuando convivían con las brujas, pero la historia de los lobos fue cambiada para resaltar su derecho a gobernar sobre todos y todas las razas.

La reunión no se hizo esperar entre los 3 generales, Axel el gran colmillo; que no procedía de ninguna casa o casta de nobles, Durin Mcilfort; Descendiente de una noble familia y con mucho conocimiento militar, Miriar La única; Hija bastarda de la familia Golden, se sabe que cada uno de los hijos del los Golden esta con uno los hijos del rey, asegurando así el favor de cualquiera de los príncipes.

El que tardo en llegar fue el hermano menor de Lyaus, el príncipe mas joven Vasper Kaelos, pequeño de complexión y rechoncho, de pelo gris, sonrisa tierna, ojos inocentes de tono gris que hace juego con su cabello, corto y desalineado, podría pasar por un escriba humano, pero es el único de los hermanos que heredo la bendición de la luna, con el poder de la curación.

El príncipe Vasper renuncio a la corona, para ayudar a su hermano Lyaus a conseguir la corona, en el momento que entro a la tienda donde estaban los generales y Lyaus, el asombro que expreso su rostro, exagerado como en una obra de teatro.

-¡¡HERMANO!!, que te sucedió en la mano y el rostro-

Sin importarle que llego tarde o si interrumpo la conversación o pisaba alguna capa, aplastaba un mapa, el camino directo hacia Lyaus, buscando torpemente en sus bolsillos de su chaleco desabrochado, sacando y destapando una pequeña cantimplora de metal, como una explosión la carpa se llenó de un aroma a hojas

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