SebastianIsabella empujó las puertas de la habitación y se arrastró hacia el exterior mirando para todos lados. Buscaba una salida, lo que fuese que la mantuviese lejos de nosotros.El llanto había cedido. Ahora albergaba la culpa, la incertidumbre y los miedos.Empezó a respirar acelerada, como si buscara con fuerza una bocanada de aire que allí estaba, pero creía perdido.Entendía perfectamente lo que estaba sintiendo. Entendía que después de las lágrimas, era momento de enfrentarse al fuerte impacto de lo que aquello significaba.Tragué saliva al tiempo que se envolvía a si misma con sus brazos. Temblaba, todo de ella lo hacía, y a mi me destrozó encontrarme con aquella mirada rota de su parte, como si toda su existencia se estuviera rompiendo a pedazos y nada quedaba, solo el vacío. Sus ojos marrones ahora lleno de lágrimas no derramadas me pedían un montón de cosas que quizás yo ahora no podía darle. Suplicaban que todo lo confesado no fuese cierto, me preguntaban en silencio si
Analía Hacia frio allí fuera y lloviznaba.La ciudad desde la terraza de Emilio Praga lucia lúgubre, casi absorbente. La madrugada se dibujaba inquieta y apenas el rastro de las luces de los faroles palpitaba en las calles.Era como si la calma estuviese esperando la llegada de la tormenta. Serena y preparando sus defensas.Me estremecí al tiempo que se me erizaba la piel de la espalda. Hecho que cobró sentido cuando descubrí que ya no estaba tan sola como pensaba. Se escucharon pasos, pero ni siquiera medité acerca de quién podría ser.Quizás por eso se me cortó la respiración cuando vi a Mauro tomar lugar junto a la baranda. A una corta y delirante distancia de mí.Me observó como si estuviese tratando de descubrir lo que pasaba por mi mente en ese instante. Y, a decir verdad, ahora mismo yo era una hoja en blanco. Se me habían nublado los pensamientos en el instante en que supe que el hombre que había amado en secreto durante tantos años no estaba muerto.Era increíble de creer qu
Bella Gia y el bebé estaban fuera de peligro y eso era lo único que me importaba.Me recargué sobre el asiento del auto y contemplé las pequeñas gotas de lluvia de aquella mañana. El reloj en el tablero marcaba las cinco con cincuenta. El amanecer resplandecería pronto en su totalidad.Rigo conducía por una vía del corso completamente solitaria, lo que resultaba extraño tratándose de una de las calles del centro histórico de roma. Aquel hombre corpulento me ojeaba de vez en tanto a través del espejo retrovisor, como si estuviese asegurándose en silencio de mi propio bienestar.Sonreí a medias y negué con la cabeza.Junto a mí, Analía permanecía más silenciosa que de costumbre. Alejada de la realidad. Cogí su mano entre la mía y ella reaccionó con un sobresalto inesperado, por lo que mis sospechas comenzaron a cobrar muchísima realidad.—Estás igual de jodida que yo, ¿verdad? —pregunté a un atisbo de consolarla.Me miró, y aunque pretendía responderme, yo ya sabía la respuesta…—¿Se n
Analía Me asombró la rapidez con la que roma se rindió a la noche y al silencio que comenzaba a gobernarlo todo. Desde el balcón del amplio salón de la casa, no se oía más que el movimiento de las hojas de los árboles, y el murmullo cercano de unas voces. Me erguí con cuidado y tragué saliva pretendiendo hacer el menor ruido posible. Sin ser vista, me escondí detrás de unos pilares junto a las cortinas blanca. Al mismo tiempo una conversación se agudizaba.Les reconocí de inmediato…—Los Mancini creen que estoy de su lado, padre. —Esa era la voz de Mauro—. Pero no hay que desesperar y ser pacientes.Dios mío… ¿aquello que significaba? Me sobrevino un escalofrío, y quizás por eso lo supe bien. Mauro estaba traicionando a sus hermanos y a su mejor amigo.—Muy bien, hijo. Tiene que mantenerse así hasta darles la estocada.—¿Cuál es tu plan? —Preguntó.—Tomemos un trago por tu regreso y te lo cuento.Luego de eso, ya no alcancé a escuchar. Se encerraron en el despacho por lo que comenz
Analía Intenté dormir, pero no fue más que un intento desesperado por arrancármelo de la puta cabeza.No lo conseguí, al contrario, terminé incorporándome frustrada y pegándome al respaldar como una completa desquiciada.Así que allí estaba de nuevo. Su rostro dibujándose espectacularmente bello en la bruma de mis pensamientos, y un enloquecedor sentimiento arraigándome el pecho.Cerré los ojos y suspiré.¡Maldito seas, Mauro Ferragni! ¿Por qué regresaste? Pensé, y luego se escuchó el ruido de unos pasos aproximándose.El corazón me latió frenético y miré. Su presencia ya no era un escudriño en mi cabeza, todo de él estaba siendo personificado en el vestíbulo de mi habitación con una imperiosidad abrumadora. Su rostro tranquilo. Imperturbable. El filo de su arma brillando en la cinturilla de su pantalón.La sangre comenzó a hervirme por dentro, ¿cómo podía ser asi de bello y descarado al mismo tiempo? Malditamente bello, malditamente descarado.—¿Qué haces aquí? —Pregunté y todas mis
GiaMiré el paisaje súbitamente intimidada.El camino que nos llevaba a quien sabe que lugar quedaba a más de cuarenta y cinco minutos fuera del perímetro de roma, o al menos ese era el tiempo que venia marcando el reloj del tablero desde que dejamos Emilio Praga atrás.El doctor había dado luz verde para mi alta pocos días después de la intervención quirúrgica. El bebé y yo lo hicimos muy bien durante el proceso y nos aferramos con muchísima fuerza a la idea de seguir viviendo, pero aquello no fue algo con lo que Carlo iba a quedarse quieto y llevaba preguntando todo el camino si me encontraba bien.Greco y Enzo nos acompañaban en la carretera también.Poco después, Carlo descendió su marcha y atravesó un estrecho camino de tierra que terminaba escondiéndose dentro de hectáreas verdes de maleza.Al final del trayecto y como si fuese a engullirnos de un solo bocado, se abrió paso una gloriosa montaña detrás de un mar inmenso. Estábamos en la playa. Inmediatamente comencé a sentir el c
Carlo Vibré ante la imagen que tuve de Gia sobre la cama, debajo de mí. Mechones de cabello rubio cubrían parte de sus mejillas ruborizadas. Joder, que preciosa era. Gozaba de una belleza inigualable.Me deslicé hacia abajo y alcancé una de sus piernas. Ella me observó embelesada mientras yo recorría a besos cada una de ellas. Sus dedos se enterraron en la manga de mi camisa y estrujó la tela con la necesidad de deshacerse de ella. No pude perder detalle de sus ojos azules ni en la forma en la que sus pupilas se agrandaban. Prometían devorarme.Gimió, y tiró de mi con suavidad para que alcanzase su boca. Yo correspondí a ese gesto entregándole la mía y silenciándola con un beso desesperado, como si llevase décadas anhelando ese contacto.. . .GiaFue un beso que reclamaba intensidad, pasión y desenfreno. Un beso que no conocía de mafia o peligro, al contrario, era limpio y estaba alejado de todo lo que pudiera definirse como prohibido. El amor nunca debía serlo, el corazón no elegia
GiaDesperté sabiéndome sola dentro de las sábanas. Partes de ellas solo cubrían hasta la mitad de mi espalda desnuda.Oteé el interior. Había amanecido, lo supe por los pequeños rayos de sol que se filtraban a través de las delgadas ranuras de las paredes. Me incorporé despacio, aun arrastraba un poco de dolor en la herida si hacia movimientos bruscos. Anoche había hecho muchos de ellos.Sentí el rubor en mis mejillas inmediatamente. Sin duda, la mejor noche de mi vida. Recuerdo que nos dormimos en silencio, dándonos caricias lentas y compartiendo respiraciones controladas. Todo era calma. Todo era perfecto. No existía mafia o peligro, solo nosotros. Queriéndonos.De repente escuché el murmullo tímido de unas voces. Venia del exterior. Me envolví entre las sábanas, toqué el piso y caminé despacio hasta la puerta.Carlo estaba allí. Con los pantalones puestos y su camisa sin abotonar. Junto a él, Greco permanecía de brazos cruzados y con el ceño fruncido. Asentía de vez en cuando.—He