Bella
Desperté sintiendo los parpados pesados. Me dolía la cabeza y me hormigueaban las manos. Reconocí la habitación de un hospital cuando abrí lentamente los ojos hasta acostumbrarlos al nuevo cambio de luz.
Escuché un par de voces muy cerca, supe de inmediato quienes eran. Sebastian y Carlo murmuraban cosas casi sin sentido, ni siquiera los veía, pero difícilmente podría confundir sus voces.
¿Cuánto tiempo había pasado? Cuestioné al verme vestida con una típica bata blanca de hospital.
Alguien tocó mi mano, erizándola, palma con palma. Comprendí inmediatamente que se trataba de Carlo, el muy soberbio tenía la particularidad de no entrelazar dedos, según él, aquella tontería era de enamorados, y un arrogante como él, no se enamoraba.
—Hola, piccola. —Susurró depositando un beso mi frente.
—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —Quise saber, buscando detrás de él la silueta de Sebastian, pero esta desapareció a través de la puerta.
—No demasiado, según el médico, tuviste una fuerte impresión que te provocó el desmayo.
Tragué en silencio y mordí el interior de mi mejilla. Lo último que recordaba antes de perder el conocimiento, fue ver como los ojos de Sebastian brillaban impetuosos desde arriba.
—Voy a echarle muchísimo de menos. —Confesé de pronto, él supo entender que hablaba de Mauro.
—Lo sé, pero yo estaré aquí para ti, siempre—Fue reconfortante saberlo—. Descansa un poco más, ¿de acuerdo?
Asentí.
Me quedé sola dentro de la habitación, saboreando un silencio que me perseguiría por mucho tiempo. La vida sin Mauro era así, como si nadie hablara.
La nueva realidad sabía que golpearía fuerte. Esa tarde en todos los medios televisivos aun seguían transmitiendo la noticia. Usaban una foto de él de hacía ya unos cuantos años, sonreía.
No pude evitar las lágrimas. Por supuesto que Mauro siempre sonreía, era tan propio de él.
—No te atormentes más con eso. —Contuve el aliento cuando reconocí la sombra de Bastian junto a la puerta.
Estaba recargado sobre el marco de esta y se cruzaba de brazos.
Imperioso como siempre.
—Me observabas… —Le miré, pero no por mucho tiempo. Era extraño como en esa ocasión no podía sostenerle la mirada.
—Siempre es un placer hacerlo. —Caminó en mi dirección, lento pero seguro de los pasos que daba—. No quería irme sin saber cómo estabas.
—¿Te importa acaso?
—No sigas con este juego déspota, Isabella, yo también estoy sufriendo. —Espetó y me observó como si fuese a devorarme en cualquier momento.
—¿Y tú por qué sufres, Sebastian? Ilumíname. —Le reproché con una sonrisa que poco carecía de gracia.
—Tú has perdido un hermano… —Respondió consternado—. Pero yo también he perdido a mi mejor amigo.
—Yo no solo he perdido a mi hermano, también he perdido al hombre que amaba… —Añadí cabizbaja—. A los dos el mismo día.
Escuché un suspiro al bajar la mirada.
—A mí todavía me tienes. —Dijo bajito y yo de pronto me sentí asfixiada.
—No de la forma en que quisiera.
—Joder, Bella, tienes dieciocho años —Masculló con los dientes apretados, como si solo esa idea le frustrara.
—¿Y que tu tengas veintisiete lo hace diferente? —Lo cuestioné—. Además, cumpliré diecinueve en dos semanas.
—¿Por qué insistes en complicarlo tanto? —Preguntó, yo temblé bajo el ruido de aquellas palabras—. ¿Sabes todas las consecuencias que causaría si alguien si quiera llegara a sospechar de esto?
—¿De esto? —Arqueé una ceja—. ¿Asumes que existe la posibilidad de algo entre nosotros?
Él negó con la cabeza, como si no pudiese creer lo que acababa de salir de mi boca.
—Estas caminando sobre un terreno peligroso, Isabella. —Advirtió.
—No me importa. —Confronté—. Asumiría lo que fuese si eso significara tenerte, pero eres demasiado egocéntrico como para querer aceptarlo.
—¿Así que egocéntrico eh? —Mostró una sonrisa pesada y luego arrastró sus manos por las hebras de su cabello—. ¿Es que quieres volverme completamente loco?
—¿Acaso lo estoy consiguiendo? —Le reté.
—¡Por un demonio que sí! —Clamó exasperado y de un arrebato se acercó a mí, clavando las palmas a ambos lados de mi cabeza sobre la almohada.
Yo contuve el aire y me quedé muy quieta, sintiendo como su aliento me golpeaba en la jodida cara. Estábamos demasiado cerca, compartíamos la misma bocanada de aire en ese momento.
Sentí que el corazón iba a salírseme del pecho en cualquier momento.
—Te resistes demasiado… —Dije y él cerró los ojos al sentir el calor de aquel susurro.
—No puedo permitírmelo… —Negó y su frente comenzó a descansar sobre la mía—. Si cedo, temo que no haya marcha atrás luego.
—Bastian… —Me acerqué a sus labios, pero él logró evitar el contacto apartando la cara.
Aquel beso no llegó.
—Tengo que irme, si llegaras a necesitar algo, lo que sea…
—Estaré bien. —Le interrumpí, sintiendo como las lágrimas comenzaban a cosquillear.
—De acuerdo. —No quería verle marcharse, pero yo era demasiado masoquista e insistí en querer seguir proporcionándome más daño.
—Si volviéramos a vivir otra vida, ¿me amarías en ella? —Pregunté, él se detuvo en la puerta y bajó la cabeza.
—Solo recuerda que esta vida aún no termina. —Murmuró despacio. Luego, se fue dejándome con una estela de esperanza palpitándome fuertemente en el pecho.
Si existía la sola posibilidad de que Sebastian me amara, por pequeña que fuera, la tomaría, lucharía por ella y asumiría el resto de las consecuencias.
. . .
Sebastian
¿Cómo podría si quiera considerar mirarla con otros ojos? Joder, es que me he vuelto completamente loco, es una cría de dieciocho años y es la hermana pequeña de mi mejor amigo.
¿Qué demonios me pasaba y por qué no podía sacármela de la cabeza?
Y es que ese era mi maldito problema, que la tenía tan metida dentro de mi cabeza que la veía como una mujer hecha y derecha, aquello solo me costaría demasiados problemas. Cada vez que pensaba en ella, no podía seguir imaginándola como una jovencita, aunque lo fuera, mi mente me jugaba demasiado sucio cuando viajaba desde sus pechos hasta sus piernas.
Sacudí la cabeza cuando aparqué el auto fuera del casino. Un grandioso imperio que había construido mi abuelo para desviar fondos de dinero y mantener a la familia fuera del radar de la policía del estado.
—¿Qué te tiene tan preocupado? —Me sorprendió encontrar a Carlo en el vestíbulo, también que intuyera demasiado rápido que algo me pasaba.
A pesar de que mi amistad con Mauro se había afianzado más, manteníamos una buena relación desde hace unos cuantos años.
—¿Un trago? —Ofrecí mientras me dirigía al elevador, supe que él también lo necesitaba, acabábamos de enterrar a su propio hermano.
Me siguió.
—¿Se trata de una mujer? —Preguntó, curioso.
Marqué el último piso.
—Peor que eso, una jovencita que se cree una. —Resoplé y me desajusté el nudo de la corbata cuando entramos a mi oficina.
Si supiera que se trataba de su hermana, me arrancaría la cabeza.
—No me digas, tiene atributos enloquecedores. —Bromeo, pero no estaba equivocado.
—Tiene absolutamente todo para volverme loco.
—¿Y lo hace?
—¿Qué?
—Volverte loco.
Resoplé y di un trago largo a mi vaso después de verter el contenido y ofrecerle de lo mismo a Carlo.
—Venga, cuéntame, porque estoy seguro de que no hablas de tu prometida.
Definitivamente no, salimos a la terraza y contemplamos como la noche se cernía sobre la capital de Italia.
BellaTuve que contenerme demasiado al descubrir a Giovanna en la recepción del casino. Iba metida dentro de un corto vestido negro aterciopelado de mangas largas, unas botas del mismo tono hasta el final de sus rodillas y un abrigo para el frío que sujetaba en su brazo.La muy arpía venia completamente preparada para lo que sea y a mí me provocó un vuelco en el estómago solo de imaginarlo. ¡Tenía que impedirlo!Me dirigí al elevador, sabiendo que aquel también sería su destino. Al percatarse de mi presencia, todo su semblante se llenó de fastidio y sorpresa, lo que me permitió regocijarme en su casa, a ella tampoco le hacia un mínimo de gracia toparse conmigo, mucho menos en el casino de su prometido.—Señoritas. —Saludó el muchacho del recibidor y apretó los botones para que las puertas se abrieran.Yo
Bella Los días posteriores a la noticia que rayó todos los periódicos de Roma acerca de la muerte de Mauro, se convirtieron en un puto calvario. Las calles, el hotel, incluso nuestra propia casa, ya no se sentía un lugar seguro. Los rumores se afincaban en que el helicóptero que volaba mi hermano aquella tarde había sido manipulado para que se estrellara, también, especulaban que se trataba de algún ajuste de cuentas. Pero hasta el momento, nadie confirmaba nada, y todos allí afuera esperaban que alguno de los familiares, diera declaraciones al respecto. La muerte de Mauro Ferragni aun no sucumbía en Italia. Yo, por mi parte, aun no me acostumbraba a pronunciar aquella palabra; muerte. De alguna manera, me retorcía y me producía espasmos, nunca creí experimentar la perdida tan cerca de alguien que amaba. Y no es como si le hubiese tenido miedo a la muerte, es que simplemente no quería estar presente cuando ella llegara.
BellaLos días previos a mi cumpleaños estaban volviéndome un poco loca. Sorpresas tras sorpresas, regalos tras regalos. Cualquiera diría que aquel era el beneficio de pertenecer a una de las familias más influyentes de Roma, incluso de Italia, pero, a decir verdad, quería un poco menos de la atención que recibía.Parecía ser que a todos se les olvidaba que había vivido la perdida de mi propio hermano, por ende, no quería celebrarlo. Mi padre, por su parte, había decidido que la celebración seria un hecho y no había forma de que pudiese cuestionarlo.Mi madre aún no se reponía de su partida, la vida seguía pasando para ella así sin más, lenta y dolorosa, pero sabía que a diario lo intentaba. Mi padre, por su parte, había decidido que la celebración si se llevase a cabo en uno de los hoteles Fer
CarloConocía perfectamente a las mujeres como Gia Parisi. De hecho, en los clubes nocturnos había muchas de ella. La diferencia, es que aquellas se conformaban con el sueldo de una noche, pero esta resultó lo suficientemente astuta para querer quedarse con una buena parte de la fortuna Ferragni.Pero que tontería se le había metido en la cabeza a esta tía.A mí no me engañas, Gia, —Pensé y encendí un cigarrillo—. tu plan lo voy a llevar al precipicio y haré que se venga abajo como en picada.Esa mañana en la terraza del hospital hacia un frio para coger un buen resfriado. Por eso me había fumado al menos una cuarta parte de la cajetilla de cigarros. De ese modo, el humo de las caladas me haría entrar en calor.Necesitaba tener la mente lo suficientemente despejada, no sabía que tanto había planeado esta mujer
BellaEl resto de la tarde, no pude quedarme quieta. No dejaba de pensar en Gia ni en la noticia de su embarazo.Las estilistas consiguieron vestirme para la esperada noche de mi cumpleaños y se fueron satisfechas poco después.Era momento de enfrentarme al ojo minucioso de Italia…Temblé, no estaba preparada.Alguien entró a la habitación, y lo hizo de una forma tan silenciosa que supe de quien se trataba, Carlo. Era parte de su personalidad cuando se lo proponía, conseguir que nadie le notara.Las luces del interior de la habitación estaban apagadas, por lo que la luna se volvió generosa en iluminarle al interior. Lucia tenso y nostálgico, incluso el cansancio se reflejaba en las facciones apagadas de su rostro. Las líneas de expresión alrededor de sus ojos y frente, se veían más acentuadas.—Luces como s
Bella—Cariño, quiero presentarte a alguien. —Mi padre se acercó antes de que pudiese escabullirme. Junto a él, le acompaña un joven, le calculé inmediatamente veintidós años.Era alto, de facciones finas y ojos claros, los cuales se iluminaron al mirarme con ellos desde arriba, hasta abajo.—Sandro Vitale —El presentado estrechó su mano y yo tuve que ofrecerle la mía en un gesto amable—. Te he traído un presente.Dejó mostrar una caja negra que en su interior escondía unos pendientes de diamantes y perlas blancas.—Gracias. —Contesté casi impresionada, un detalle como aquel no se le obsequiaba a una chica que acababas de conocer—. Pero creo que ha sido un poco excesivo de tu parte.—Cariño, no seas descortés. —Intervino mi madre, quien apareció segundos d
Bella Estaba nerviosa hasta la médula. Podía estar casi segura de que mi padre no me había creído ni m****a. Analía no resultó muy lista para mentir, había colgado una foto en twitter hacía ya una hora en el club de tenis mientras le decía a mi padre que aun seguíamos en cama. Por eso el motivo de su llamada. El camino a casa se hizo eterno. La ciudad, a pesar de que ya era media mañana, se encontraba en calma. La basílica de San pedro era engullida por la neblina, dándole un aspecto tétrico al templo de los romanos. Bastian y yo no volvimos a cruzar palabras, apenas y nos mirábamos. Su chofer cogió la ruta más rápida y en menos de nada, estábamos frente al imperio de Gerónimo Ferragni. Todo en la mansión era un completo revuelo para cuando llegamos. Los hombres de seguridad de mi padre, incluso de Carlo, merodeaban insistentes a los rededores, incluso en el pórtico principal habían algunos que otros periodi
Sebastian Esa misma tarde desvié todas las llamadas de Giovanna sin importarme las consecuencias. Ahora estaba allí, plantada con una ceja arqueada en medio de mi salón. —¿Dónde pasaste la noche? —Preguntó dándole una tranquilidad a la exasperación detrás de esas palabras. Quería acorralarme y ya había tenido suficiente de preguntas y amenazas por el día de hoy. Me dolía la p**a cabeza y ella estaba aquí para fastidiarme la paciencia. —Fuera. —Respondí sin más. —Por supuesto que fuera, pero ¿Dónde? Porque vine a buscarte y evidentemente no estabas—Inquirió y el pisar de sus tacones contra el suelo de madera, hizo retumbes en todo el salón. Me puse de pie. Desde que llegó, había permanecido en el mismo lugar. Tirado en el sofá junto a la ventana, ni siquiera había querido mirarle, su presencia siempre se hacía notar. Estaba metida dentro de unos pantalones que no le favorecían muy bien a su figura