Bella
Los días previos a mi cumpleaños estaban volviéndome un poco loca. Sorpresas tras sorpresas, regalos tras regalos. Cualquiera diría que aquel era el beneficio de pertenecer a una de las familias más influyentes de Roma, incluso de Italia, pero, a decir verdad, quería un poco menos de la atención que recibía.
Parecía ser que a todos se les olvidaba que había vivido la perdida de mi propio hermano, por ende, no quería celebrarlo. Mi padre, por su parte, había decidido que la celebración seria un hecho y no había forma de que pudiese cuestionarlo.
Mi madre aún no se reponía de su partida, la vida seguía pasando para ella así sin más, lenta y dolorosa, pero sabía que a diario lo intentaba. Mi padre, por su parte, había decidido que la celebración si se llevase a cabo en uno de los hoteles Ferragni, como cada año. Insistiendo o tal vez convenciéndome de que a Mauro le hubiese gustado que celebrase mi cumpleaños.
No estaba lo suficientemente convencida, pero no lo cuestioné, le celebración sería un hecho.
La última noche de mis dieciocho años, estuve refugiada en el cuarto de Mauro. Carlo entró poco después y se sentó a mi lado.
—También le echo de menos. —Dijo muy bajito, mostrando apenas el indicio de una sonrisa.
—La casa se siente tan vacía sin él. —Murmuré, mi mirada estaba fija en su armario, todo estaba como la última vez.
Aparté la mirada luego de un largo instante, no lo soportaba, odiaba que su ausencia dejara esa clase de estragos dentro de mi pecho.
Esa noche volví a luchar contra las lágrimas y fue difícil conciliar el sueño. Carlo también su tumbó a mi lado, miramos por un par de horas el techo y recordamos como era nuestra vida hace un par de años.
. . .
Sentí que no dormí lo suficiente o que tal vez Roma despertó demasiado rápido, pero, un amanecer manchado de colores vibrantes iluminó el interior de mi habitación. No nevaba. Al menos no esa mañana.
No me sorprendió que Carlo ya no estuviese a mi lado, era demasiado madrugador para mi gusto. Lo que sí, fue escuchar confusos murmullos demasiado cerca.
Saqué los pies fuera de la cama y toqué el piso de madera. Sentí como el frio me recorrió a través de las piernas, erizándolas. No sé porque tuve la necesidad de caminar en puntillas y dirigirme a la terraza.
Carlo estaba allí. Las luces amarillas y anaranjadas cubrían su piel casi expuesta. Tenía los botones de su camisa blanca abiertos de par en par. Pude notar que hablaba por teléfono a través del auricular, y mientras avanzaba, su voz se escuchaba con más claridad.
—No te pago para escuchar excusas. —Mi hermano tiró de las hebras de su cabello con áspera soberbia—. No, eso no es mi problema—. Negó con la cabeza mientras avanzaba de un lado a otro escuchando respuestas que, al parecer, no le hacían nada de gracia—. Tienes un sueldo casi envidiable para darme soluciones inmediatas Franco… ¡Que me importa un culo, carajo! Te llamo en una hora y espero que lo tengas resuelto.
Se descolgó el auricular sin más y lo dejó caer sobre la mesilla que adornaba la terraza antes de percatarse de mi presencia. Estuve segura de que a quien sea que hubiese estado al otro lado de la línea, no le dio tiempo de argumentar o rechistar media palabra.
—¿Problemas? —Murmuré en una pregunta bajita, casi tímida.
Sus facciones pasaron de la vileza a la gentileza en cuestión de segundos. Se acercó a mi dando pasos firmes y seguros, envolviéndome en un caluroso abrazo.
—Nada que un Ferragni no pueda resolver. —Respondió contra la coronilla de mi frente.
—Egocéntrico.
—Un poco de ello también.
Su móvil volvió a sonar, contestó exasperado.
—Greco. —Dijo, luego frunció el entrecejo—. ¿Quién demonios es Gia? —Me miró—. Hay una Gia en la entrada que dice que quiere verte. ¿La conoces?
El reconocimiento me llegó de inmediato.
La chica del tocador, la amiga de Mauro…
Asentí apresurada. Le había dado mi número de teléfono y la dirección de la casa el día que lo sepultamos. Durante todo este tiempo, había esperado su llamada, pero nunca llegó ni volví a saber de ella hasta ahora.
—¿Estás segura de que la conoces? —Inquirió extrañado.
—Si, era amiga de Mauro. —Respondí de inmediato.
—Espera… —Carlo me hizo una seña con el dedo y estuvo un segundo más en la línea. De pronto, sus ojos saltaron preocupados—. ¡Mierda! Vamos.
. . .
Gia
Fue más que suerte poder abrir la puerta del taxi y no caer en el piso cuando me bajé, casi lanzándome y dando traspiés. El aire que golpeó contra mi cara ese sábado por la mañana me avivó por un instante, pero no lo suficiente para mantenerme por mucho tiempo de pie. Sentía que, solo era cuestión, para perder el conocimiento.
—¡Maldita zorra! —Alguien bramó—. Vuelve aquí.
Las lágrimas apenas me dejaban ver la carretera y la falta de aliento, casi me secaba la garganta.
Unos cuantos pasos, Gia, solo unos cuantos pasos. Me alentó mi fuero interno mientras avanzaba. El taxi que había dejado atrás se marchó a toda velocidad.
Me topé de bruces con una verja inmensa, no pude distinguir un poco más allá, estaba tan mareada que casi me daba por vencida. Saqué el papel de mis bolsillos. Por alguna razón, lo había mantenido conmigo desde que la hermana de Mauro me lo entregó con su número de teléfono y dirección, estaba en el lugar correcto.
—Isabella… —Susurré a través de la verja, casi perdiendo lo poco que me quedaba de aliento.
Era imposible que alguien pudiese escucharme allí dentro, pero dos amplias puertas de hierro forjado se abrieron de inmediato, imaginé que, de forma automática, porque apenas a una distancia de dos metros, alguien se acercaba.
—Buenos días. —Un hombre. Alto, fornido y provisto.
—Isabella… —Volví a decir. Rogué a Dios en ese instante que entendiera lo que quise decir.
—¿Solicita ver a la señorita Isabella? —Inquirió del otro lado y yo asentí—. Señorita… ¿Se encuentra bien? Necesito su nombre para anunciarla.
—Gia Parisi. —Logré pronunciar.
Ya no podía soportarlo más. Ya no podía sostenerme un instante más.
El hombre de traje se comunicó a través de un auricular. Hablaba demasiado rápido y no comprendía lo que decía.
—Necesito verla…
Fue lo último que dije, porque en ese momento todo pareció detenerse por un fragmento de segundo, antes de apresurar con mucha velocidad su marcha y llevarme de rodillas al pavimento.
El aire ya no llegó a mis pulmones.
Me desplomé en el piso.
. . .
Me sorprendió despertar. Y lo hice con una extraña sensación recorriéndome el cuerpo. Las luces blancas provocaron que los parpados me pesaran, evitando el contacto directo con mis ojos. Me dolían las piernas, la cabeza y hasta el último pedazo de médula.
Me tomé unos segundos en reconocer mi entorno. No podría saberlo, no estaba del todo consciente con respecto a donde me encontraba y lo que estaba sucediendo. De lo que sí, fue saber que no estaba sola en ese lugar.
—Se está despertando. —Alguien dedujo y sentí como sus dedos rozaron mi mano para entrelazarla con la suya—. Hola, Gia. ¿Puedes oírme?
Un rostro vagamente familiar apareció en mi campo de visión. Ojos grandes con dulce mirada y largas pestañas. El reconocimiento llegó poco a poco, lento y tortuoso:
Isabella.
¿Estaba a salvo? ¿Era realmente ella?
¡Si! Era realmente ella. El alivio me llegó de inmediato, lo único que podía recordar en ese momento, eran las imágenes inconexas de un taxi, un hombre, la falta de aire a mis pulmones, Isabella y luego nada, absolutamente nada.
El olor a desinfectante tomo camino por mis fosas nasales y las luces blancas que parpadeaban escandalosamente, no me dejó reconocer el interior del lugar en el que me encontraba.
—¿Dónde estoy? —Quise saber, presa de la falta de información en ese momento.
—Estás en el hospital. —La voz de Isabella me acarició en ese instante, no sé porque sentí tanta paz al tenerla cerca—. ¿Te sientes bien?
Hubo una ligera angustia en su voz, lo que me obligó a asentir con la cabeza. No me sentía del todo bien, pero lo que menos quería en ese momento, era volverme una carga pesada, si ni siquiera podía recordar con suficiente claridad porque estaba en este lugar.
—Llamaré al doctor. —Una nueva voz, fresca, muy varonil y gruesa llenó también la habitación.
Le busqué con la mirada, pero después de aquellas palabras, desapareció a través de la puerta. Poco después, entraron dos hombres por ella. Uno de ellos vestía un uniforme blanco, era fácil deducir que se trataba del médico, pero el otro de ellos me dio la panorámica de un hombre implacable de metro ochenta.
Si, era alto y no podía encontrar palabras coherentes para describir lo que mis ojos estaban mirando en ese instante. Ni siquiera podría explicar cuan vulnerable me sentí a través de su presencia, fue como una descarga eléctrica que sacudió mi interior, como si me hubiese sentido desnuda. Él apretó la mandíbula con fuerza y desvío la mirada hacia el doctor.
—Buenos días, señorita… —Miro a través de los ojos del hombre a su lado.
—Parisi. —Pronunció este de una forma fría, sin volver a mirarme.
Sabia mi nombre… Y eso no hizo más que desconcertarme.
—Señorita Parisi. —Saludó nuevamente, esta vez con una sonrisa y se acercó a las maquinas a las que estaba conectada, reviso su carpeta y prosiguió a mirar a todos los allí presente. Nada parecía bien si necesitaba de aquella complicidad para hablar—. Por el momento, usted está fuera de peligro. Sin embargo, se mantendrá un par de horas en revisión porque no sabemos si la escopolamina pueda provocar alguna reacción a largo plazo dentro de la barrera placentaria, sufriendo una taquicardia fetal.
Escopolamina, taquicardia fetal… ¿Qué se suponía que significaba eso?
—¿A qué se refiere? —En ese momento, no estaba segura de querer tener alguna clase de respuesta.
—Está usted embarazada de cuatro semanas. —Reveló el doctor y todo dentro de mí, sufrió un choque de emociones—. Por el momento, la ecografía no muestra algún tipo de daño, pero no ha pasado el suficiente tiempo para saberlo en concreto.
Embarazada… ¡Dios mío! Estaba embarazada. Tenía un hijo de Mauro Ferragni en mi vientre y no tenía la más mínima idea de cómo sentirme al respecto. Los nervios llegaron a mí en ese momento, comencé a temblar.
Quería llorar, quería gritar, incluso quise salir corriendo. Quería expresar de alguna forma todo lo que estaba sintiendo.
No, no, no.
No podía estar embarazada, me negaba a estarlo.
Ese niño ni siquiera tendría un padre. No tendría una vida digna, no tendría absolutamente nada.
Pero me tendría a mí, ¿eso bastaba? Pensé.
Los ojos de Isabella se encontraron con los míos llenos de lágrimas. La sorpresa bailaba en ellos, pero su gesto se mantuvo siempre amable, incluso, no había soltado mi mano en ningún momento.
—Estás embarazada… —Susurró con nostalgia—. Ese niño… —Gimoteó, para ese punto sus ojos también se llenaron de lágrimas—. Dios, ¿Ese niño es de Mauro?
Bajé la mirada consternada, ni siquiera necesité confirmarlo para que ella interpretara mi silencio.
Llevaba a su sobrino aquí dentro.
Su sangre corría por mi vientre.
Al hombre que siempre estuvo allí presente no le hizo nada de gracia la escena, me miró como si quisiera escocerme la piel a tirones. Me clavé las uñas en las palmas de mi mano y me obligué a apartar la mirada, escuchando como salía por la puerta cerrándola detrás de sí.
—¿Quién era él? —Pregunté en un aliento.
—Carlo, mi otro hermano.
Carlo, pronuncié en mi mente al mismo tiempo que cerraba los ojos. No sé porque tuve la leve sospecha de que su rostro y su nombre se quedarían grabados de una forma en la que mi cerebro, no me daría tregua para olvidar.
Temblé, su presencia había dejado un hueco muy profundo dentro de mi pecho.
CarloConocía perfectamente a las mujeres como Gia Parisi. De hecho, en los clubes nocturnos había muchas de ella. La diferencia, es que aquellas se conformaban con el sueldo de una noche, pero esta resultó lo suficientemente astuta para querer quedarse con una buena parte de la fortuna Ferragni.Pero que tontería se le había metido en la cabeza a esta tía.A mí no me engañas, Gia, —Pensé y encendí un cigarrillo—. tu plan lo voy a llevar al precipicio y haré que se venga abajo como en picada.Esa mañana en la terraza del hospital hacia un frio para coger un buen resfriado. Por eso me había fumado al menos una cuarta parte de la cajetilla de cigarros. De ese modo, el humo de las caladas me haría entrar en calor.Necesitaba tener la mente lo suficientemente despejada, no sabía que tanto había planeado esta mujer
BellaEl resto de la tarde, no pude quedarme quieta. No dejaba de pensar en Gia ni en la noticia de su embarazo.Las estilistas consiguieron vestirme para la esperada noche de mi cumpleaños y se fueron satisfechas poco después.Era momento de enfrentarme al ojo minucioso de Italia…Temblé, no estaba preparada.Alguien entró a la habitación, y lo hizo de una forma tan silenciosa que supe de quien se trataba, Carlo. Era parte de su personalidad cuando se lo proponía, conseguir que nadie le notara.Las luces del interior de la habitación estaban apagadas, por lo que la luna se volvió generosa en iluminarle al interior. Lucia tenso y nostálgico, incluso el cansancio se reflejaba en las facciones apagadas de su rostro. Las líneas de expresión alrededor de sus ojos y frente, se veían más acentuadas.—Luces como s
Bella—Cariño, quiero presentarte a alguien. —Mi padre se acercó antes de que pudiese escabullirme. Junto a él, le acompaña un joven, le calculé inmediatamente veintidós años.Era alto, de facciones finas y ojos claros, los cuales se iluminaron al mirarme con ellos desde arriba, hasta abajo.—Sandro Vitale —El presentado estrechó su mano y yo tuve que ofrecerle la mía en un gesto amable—. Te he traído un presente.Dejó mostrar una caja negra que en su interior escondía unos pendientes de diamantes y perlas blancas.—Gracias. —Contesté casi impresionada, un detalle como aquel no se le obsequiaba a una chica que acababas de conocer—. Pero creo que ha sido un poco excesivo de tu parte.—Cariño, no seas descortés. —Intervino mi madre, quien apareció segundos d
Bella Estaba nerviosa hasta la médula. Podía estar casi segura de que mi padre no me había creído ni m****a. Analía no resultó muy lista para mentir, había colgado una foto en twitter hacía ya una hora en el club de tenis mientras le decía a mi padre que aun seguíamos en cama. Por eso el motivo de su llamada. El camino a casa se hizo eterno. La ciudad, a pesar de que ya era media mañana, se encontraba en calma. La basílica de San pedro era engullida por la neblina, dándole un aspecto tétrico al templo de los romanos. Bastian y yo no volvimos a cruzar palabras, apenas y nos mirábamos. Su chofer cogió la ruta más rápida y en menos de nada, estábamos frente al imperio de Gerónimo Ferragni. Todo en la mansión era un completo revuelo para cuando llegamos. Los hombres de seguridad de mi padre, incluso de Carlo, merodeaban insistentes a los rededores, incluso en el pórtico principal habían algunos que otros periodi
Sebastian Esa misma tarde desvié todas las llamadas de Giovanna sin importarme las consecuencias. Ahora estaba allí, plantada con una ceja arqueada en medio de mi salón. —¿Dónde pasaste la noche? —Preguntó dándole una tranquilidad a la exasperación detrás de esas palabras. Quería acorralarme y ya había tenido suficiente de preguntas y amenazas por el día de hoy. Me dolía la p**a cabeza y ella estaba aquí para fastidiarme la paciencia. —Fuera. —Respondí sin más. —Por supuesto que fuera, pero ¿Dónde? Porque vine a buscarte y evidentemente no estabas—Inquirió y el pisar de sus tacones contra el suelo de madera, hizo retumbes en todo el salón. Me puse de pie. Desde que llegó, había permanecido en el mismo lugar. Tirado en el sofá junto a la ventana, ni siquiera había querido mirarle, su presencia siempre se hacía notar. Estaba metida dentro de unos pantalones que no le favorecían muy bien a su figura
Bella Llegué casi corriendo al hospital preguntando a la recepcionista por Gia Parisi. Cuando vi las siete llamadas perdidas de Carlo supe que algo pasaba, mi hermano no insistía tanto si no se tratase de algo importante. Me sorprendió que, para él, Gia fuese esa clase de situación importante. La información que me proporcionaron en la recepción fue vagamente escasa. Gia se encontraba en cuidados intensivos, nada más. Uno de los hombres de Carlo merodeaba el pasillo, Enzo, si mal no recordaba. Se movía de un lado a otro con las manos cruzadas en su espalda. No vi a mi hermano por ningún lado. —¿Cómo está? ¿Se sabe algo de su estado? —Me acerqué al hombre al mismo tiempo que le interrogaba. El reconocimiento le llegó de inmediato y me saludó con una inclinación de cabeza. —Una de las enfermeras dijo que la trasladaron a cuidados intensivos. —Me brindó la misma información que ya sabía desde recepción—. Si me lo
Carlo La noticia llegó muy temprano por la mañana. Gia y el bebé lo habían hecho muy bien. A pesar de que su embarazo ahora mismo era de alto riesgo, lo más peligroso estaba finalmente cediendo. Avisé a Isabella en un mensaje de texto, no había dejado de llamar y estar al pendiente desde que casi la obligué a irse a casa. Recibí un corazón rojo, un emoji llorando y otro sonriendo. No comprendí demasiado bien lo que significaba, pero deduje que estaría feliz de saber la noticia. Yo, de algún modo, también lo estaba. No quería que la situación se me saliera de las manos y llegara a oídos de la prensa. No sé porque estuve repitiéndomelo a cada rato, pero era demasiado contradictorio la forma en como estaba tratando de convencer a mi propia mente de eso. Esa misma mañana, después de haberme tomado casi toda bebida caliente que ofrecían en la cafetería del hospital, decidí que era momento de tomar una ducha en casa. Apest
CarloNo era yo mismo mientras conducía a través de la Piazza dela trinitá dei monti cargado de una adrenalina que no concebía, tampoco quien aparcaba el auto frente al Hassier, un bar concurrente de Roma. Mucho menos el que se sentó en la barra cuando apenas la luz del día menguaba y pidió una botella de alcohol hasta querer perder el conocimiento, o hasta que la imagen de Gia desapareciese por completo.Nunca fui la clase de hombre que bebía hasta perder la cabeza, pero esa tarde en particular, tuve la necesidad de hacerlo. Quería que la parte más despiadada de mí recordara que no había forma de que una tía embaucadora como ella, me viese la cara de idiota.De ninguna jodida manera.Pero cuando caí en cuenta de lo que había hecho, supe que no debí haber bebido ni siquiera una maldita gota. Ahora la tenía más pres