Carlo
La noticia llegó muy temprano por la mañana. Gia y el bebé lo habían hecho muy bien. A pesar de que su embarazo ahora mismo era de alto riesgo, lo más peligroso estaba finalmente cediendo. Avisé a Isabella en un mensaje de texto, no había dejado de llamar y estar al pendiente desde que casi la obligué a irse a casa.
Recibí un corazón rojo, un emoji llorando y otro sonriendo. No comprendí demasiado bien lo que significaba, pero deduje que estaría feliz de saber la noticia. Yo, de algún modo, también lo estaba. No quería que la situación se me saliera de las manos y llegara a oídos de la prensa.
No sé porque estuve repitiéndomelo a cada rato, pero era demasiado contradictorio la forma en como estaba tratando de convencer a mi propia mente de eso.
Esa misma mañana, después de haberme tomado casi toda bebida caliente que ofrecían en la cafetería del hospital, decidí que era momento de tomar una ducha en casa. Apest
CarloNo era yo mismo mientras conducía a través de la Piazza dela trinitá dei monti cargado de una adrenalina que no concebía, tampoco quien aparcaba el auto frente al Hassier, un bar concurrente de Roma. Mucho menos el que se sentó en la barra cuando apenas la luz del día menguaba y pidió una botella de alcohol hasta querer perder el conocimiento, o hasta que la imagen de Gia desapareciese por completo.Nunca fui la clase de hombre que bebía hasta perder la cabeza, pero esa tarde en particular, tuve la necesidad de hacerlo. Quería que la parte más despiadada de mí recordara que no había forma de que una tía embaucadora como ella, me viese la cara de idiota.De ninguna jodida manera.Pero cuando caí en cuenta de lo que había hecho, supe que no debí haber bebido ni siquiera una maldita gota. Ahora la tenía más pres
BellaSentí una fuerte sacudida al mirarle, también supe que él estaba sintiendo lo mismo cuando desapareció a través del pasillo.—¿Lo conoces? —Preguntó Sandro, trayéndome de vuelta a la conversación tediosa que habíamos mantenido por muchísimo rato.Nuestros padres habían decidido marcharse hace poco menos de treinta minutos, dejándonos a Sandro y a mi media botella de vino por termina. Por supuesto que tuve toda la intención de marcharse, pero a mi padre le pareció una muy buena idea que me quedase acompañando al hijo de los Vitale.—Es un amigo. —Un poco más que eso…Me llevé la copa a los labios y tomé un sorbo, creyendo así, que el líquido apartaría todas mis emociones.—Le he visto en los titulares. —Comentó
Carlo—No puede conducir en ese estado. —Había dicho el guardia de seguridad del Hassier al mío.—Gracias por avisarme que mi jefe estaba aquí. —Apenas y podía ver como Enzo se daba un apretón de manos con el tipo que me había retenido para que no siguiera tomando desde hacía ya un rato.—De nada, compañero. —Se apresuró a decir mientras yo me dejaba sentar sobre el borde de la cuneta—. Le reconocí de inmediato y supe que si le llamaba a la policía lo sabría la prensa. Supongo que eso no es algo bueno para los Ferragni.Me dolía la puta cabeza y me encabronaba que hablasen de mi como si yo no estuviera presente.—Joder, sí. —Aceptó Enzo después de un rato—. Has hecho bien amigo, te la debo.Cuando le volví a ver, ven
GiaAl principio, el acto fue rustico y voraz, luego fue descendiendo su velocidad y para cuando creí que se daría cuenta de lo que estaba sucediendo y se alejaría, por Dios que no fue así, al contrario, me sorprendió que se aferrara más a mí en ese momento. Como si no estuviese borracho y fuese completamente consciente de que me estaba besando.No sé por qué y tal vez era demasiado pronto para saberlo, pero yo respondí al contacto de forma automática, como si también lo hubiese estado esperando por años. Llegados a un punto, mis manos estaban aferradas con fuerza a su cuello y las yemas de sus dedos buscaban con urgencia impregnarse sobre mis caderas. Quizá, si la bata del hospital no hubiese estado de por medio, sentiría el ardor que emanaba de sus dedos.Tenía la mente nublada, pero lo que llegué a sentir en ese inst
SebastianSe sentía reconfortante estar en la casa que me había visto dar mis primeros pasos hasta verme convertido en el heredero de la mafia.Mi padre, Donato Mancini, había construido con sus propias manos hacía ya muchísimos años esta mansión para mi madre, Guadalupe Garza, quien había sido raptada en su juventud por los arrebatos de un joven enamorado. Se habían conocido alrededor de los diecisiete y veintiún años. Mis abuelos maternos se opusieron inmediatamente a la relación que los adolescentes formaron una temporada de verano en Sicilia, pues para ellos, aquel joven no era más que un delincuente con traje. Contaba mi madre que viajó desde México con la intención de disfrutar sus vacaciones en la playa. Fue allí donde conoció a mi padre y surgió el romance.Pero aquello n
SebastianNo tuve que preguntar por Gia en la recepción del San Filippo, ya sabía hasta donde tenía que dirigirme.Tercer piso, segundo pasillo.Al principio, no supe bien como llegaría ni mucho menos como me presentaría. La puerta estaba entreabierta y las luces encendidas.Me introduje silencioso. Para mi sorpresa, estaba dormida. Gia Parisi no resultó ser como la imaginaba, pero conociendo los gustos de mi preciado amigo, las rubias eran su punto más débil.Tomé asiento en el mueble junto a la cama y esperé un rato, no quería despertarla. De vez en cuando se removía y balbuceaba un par de palabras que no pude hallarle ningún tipo de sentido. Su entrecejo fruncido me hacía creer que algo le atormentaba.Después de un rato y de casi haberme tragado todo un maldito programa de far&aacut
BellaConseguir un taxi me tomó alrededor de media hora. Tuve que caminar unos buenos cuantos metros hasta llegar a la estación de servicio más cercana. Había anochecido ya para ese entonces y mi teléfono me alertó de una nueva llamada entrante de camino a casa.Mi corazón se saltó un latido y luego volvió a reanudar su marcha. Cuando se trataba de él, todo dentro de mí se paralizaba.No habría forma ni siquiera el patán de Sandro, que pudiese cambiar aquello.Mi padre siempre había sido un hombre dedicado a los negocios y temía que me estuviese utilizando en alguno de ellos. No podría soportarlo, la sola idea me cambió por completo el ánimo.—Bastián. —Pronuncié muy bajito el descolgar la llamada.—Bella… —La afonía de su voz provocó que cada
BellaHabíamos dejado Roma atrás hacía ya un buen rato y volábamos sobre una impresionante Sicilia de noche. Las luces se habían difuminado bajo nosotros y ahora parecían cientos y cientos de pequeños destellos.Esa noche en particular no había nevado demasiado. Dentro de nada el frio descendería y los árboles florecerían en una nueva primavera.—¡Esto es increíble, Bastián! —No había dejado de estar anonadada durante todo el trayecto—. ¿Desde cuándo sabes pilotear un helicóptero?—¿Estás impresionada, Bella? —Él sonrió y respondió a través del auricular—. Hay muchas cosas que aún no sabes de mí.—¿Has subido a alguien aquí alguna vez? —Quizás a