La tentación del mafioso
La tentación del mafioso
Por: miladyscaroline
1. Anillo de compromiso

Bella

Tenía nueve años cuando lo conocí, quince cuando buscaba cualquier excusa para tenerle cerca y dieciocho cuando lo inalcanzable, se me antojó deleitable.

Lo que significaba que llevaba media amándole, pero era el mejor amigo de mi hermano y unos considerablemente nueve años mayor que yo, como para poder admitirlo en voz alta.

A veces creía que era demasiado idiota como para no darse cuenta de que había crecido, y que mis sentimientos por él se habían intensificado con el pasar de los años. Sebastian jamás aceptaría mirarme con otros ojos, excepto en ocasiones, que me hacía armarme un montón de teorías confusas dentro de mi cabeza como ahora, cuando entró por las puertas de la iglesia.

El corazón me palpitó con fuerza al descubrirlo observándome como si no existiese otra mujer sobre la faz de la tierra. Me cosquilleó el estómago y toda la piel de mi espalda se erizó en respuesta.

Sin embargo, aquello no fue todo lo que sentí en ese momento, a ese cosquilleo le acompañó una descarga de celos cuando a su lado tomó lugar Giovanna Costa, sujetando su brazo y dejando brillar el anillo de compromiso en su dedo.

¡Maldito traidor! Quise gritarle, pero Sebastian no me pertenecía y aunque doliese, la confirmación de que finalmente estaban comprometidos, me lo había dejado bastante claro.

Aparté la mirada y tragué en seco. Los recién llegados tomaron asiento en los únicos dos lugares disponibles dentro de la iglesia, lastimosamente, tuvo que ser a mi lado.

Se estaba llevando a cabo la misa de mi propio hermano muerto y me sentía demasiado culpable por estar tan concentrada en como Sebastian mojaba sus labios y no en las emociones que había estado tratando de reprimir durante las últimas horas.

—¿Estás bien? —Susurró a mi lado, viendo al frente y cruzando sus manos en la parte baja de su vientre.

Giovanna murmuraba cualquier cosa en el oído de su madre como para poder percatarse de que su prometido estaba demasiado interesado en mi bienestar y no en las palabras que estaba ofreciendo ahora mismo el sacerdote.

Asentí, tenía la mandíbula demasiado tensa como para poder ofrecer una respuesta en voz alta, pero mentí, por supuesto que no estaba bien.

Acababa de perder a mi hermano, y de alguna forma, a él también.

—Estás enojada conmigo. —Agregó un instante después.

—¿Debería? —Pregunté irónica.

—Eso pregunto yo, Bella, ¿deberías?

Contuve el aire y él se aclaró la garganta cuando su prometida cobró nuevamente la compostura a su lado y se enroscó a su brazo.

Aquel anillo de diamantes gritaba ser visto.

La ceremonia se dio por finalizada treinta y cinco minutos después, todos allí murmuraban acerca del trágico accidente de mi hermano y de algún modo yo todavía permanecía impávida. 

La corriente de aire entró a través de las ventanas cuando fueron abiertas y yo tuve la urgencia de escabullirme al servicio, no soportaba estar un instante más allí, no si la presencia de Sebastian me colapsaba de esta manera.

Me enjuagué la cara sabiendo que aquello podría arruinar mi maquillaje, pero en una situación como esa, poco me importaba. Me miré al espejo, lo primero que noté fueron los restos de máscara de pestaña y como mis ojeras se profundizaba por la ausencia del sueño.

La noticia del accidente llegó en la madrugada, todos nos enteramos por el grito desgarrador de mi madre proveniente del salón. Había sido una imagen dolorosa que quise borrar al encender un cigarrillo. Pese a que mis manos temblaban, conseguí alivio en una calada, luego la siguiente y después otra.

Cuando el fuego se consumió, aplasté la colilla con el tacón y recargué mis manos sobre el lavabo. En ese momento, la puerta se abrió, mis ojos se encontraron con los de Sebastian a través del reflejo del espejo.

—¿Qué haces aquí? —Examiné despacio, tratando de ignorar el calor que comenzaba a expandirse por mis piernas—. ¿Se te ha perdido tu prometida?

—Te he estado buscando a ti, Bella. —Respondió sereno, casi imperturbable—. Eres demasiado inteligente como para usar la ironía conmigo.

—Ya me encontraste, ¿Qué quieres? —Aparté la mirada y comencé a hurgar entre mi bolsa. Saqué un nuevo cigarrillo, en ese momento, lo necesitaba con más urgencia que el anterior.

Sebastian se introdujo dentro del tocador cerrando la puerta detrás de si, no me percaté del seguro hasta que sonó, sin embargo, alcé la mirada para corroborarlo. Pero lo descubrí acercándose a mí a paso firme y seguro.

Me arrancó el cigarrillo de un tirón y lo lanzó al lavabo con la llave abierta, deshaciéndolo por completo.

—¡¿Qué coño haces?! —Exclamé empujándole, pero él fue más rápido y me tomó del brazo.

—¿Es así como vives tu duelo? —Quiso saber en un tono decepcionado—. Y en todo caso ¿Desde cuándo se supone que fumas?

—¿A ti que más te da?  —Respondí frustrada—. ¿Desde cuándo te importa? ¿Desde antes de comprometerte o después de ello?

Resopló y negó con la cabeza, varios de sus mechones estaban dispersos al inicio de su frente.

—¿Es por eso por lo que estás actuando así conmigo? —Me miró directo a los ojos, mis marrones se reflejaron en los suyos azules—. ¿Es por mi compromiso con Giovanna?

—¡Que te jodan! —Solté y traté de zafarme, pero no fue más que un intento vano, él era más fuerte y si se lo proponía, podría hacerme daño.

Pero le conocía demasiado bien como para saber que no podía proporcionármelo, al menos no físicamente, porque mi corazón ahora mismo gritaba lo contrario.

—Bella… —Comenzó a decir, su aliento buscó al mío cuando suspiré.

—¿Eres consciente de lo que siento por ti, verdad, Bastian? — Murmuré, estábamos demasiado cerca, tanto, que quise besarle, pero sus reflejos eran demasiado buenos como para permitírmelo, ya lo había intentado antes.

—No hagas esto, Isabella, por favor. —Su tacto fue disminuyendo, supe entonces que iba a soltarme.

—Responde… —Le presioné—. ¿Eres consciente de que llevo media vida amándote?

Se permitió el silencio por un momento, para ese instante, ya había soltado mi brazo y hacia retrocedido un paso.

—No. —Se atrevió a decir, desviando la mirada y negándose a responder lo evidente.

Era más conveniente ignorar lo que sentía por él, que asumir la realidad que nos abofeteaba cada que estábamos así de cerca.

—Si hay un premio para el mentiroso del año, tú te lo llevas. —Susurré e intente salir del baño, pero el me lo impidió rodeándome—. Hazte a un lado y déjame ir.

Sebastian suspiró y me miró como si estuviese a punto de consumirse.

—Debo, pero no quiero. —Confesó entre dientes y yo sonreí sin ganas.

—Te faltan demasiadas pelotas, Sebastian, y viniendo de ti, resulta decepcionante.

—Te diría que dejes de actuar como una cría, pero insistes en comportarte como una.

Hice de mis manos dos puños muy apretados y conseguí hacerme a un lado, esta vez, él no hizo nada para detenerme.

—Eres un imbécil. —Musité.

Quería odiarle, quería sentir cualquier m*****a cosa en ese momento que estuviese muy lejos de amarlo.

Cogí el pomo entre mis manos.

—¿Por qué insistes en hacerme esto, Bella? —Cuestionó de pronto y yo me detuve a mirarlo casi incrédula.

—¿Ahora eres tú quien sufre? —Mis labios se retorcieron en un gesto—. Me sorprende lo idiota que puedes a llegar a ser.

Sali de allí sintiendo como el corazón latía desbocado dentro de mi pech y me tuve que sostener de las paredes para no venirme abajo.

Me sentía asfixiada, casi al borde perder el peso de mis propias piernas y, quien pudo evitarlo, me sostuvo antes de que perdiese el control de ellas.

—¿Estás bien? —Preguntó, yo levanté la mirada de inmediato, era una chica. Sus ojos azules y cabello dorado no pudieron pasar desapercibido.

—Si, gracias. —Logré decir recobrando la compostura.

Ella sonrió con un asentimiento y fue soltándome de a poco, asegurándose de que pudiese sostenerme por mi propio pie.

—Soy Gia. —Estiró su mano para que la tomara y yo lo hice de inmediato—. Gia Parisi.

—Isabella.

—Lo sé. —Me miró consternada—. Siento mucho lo de tu hermano.

—¿Lo conocías?

De inmediato, sus ojos se iluminaron. Si, definitivamente lo conocía.

—Lo siento, tengo que irme. —Dijo de pronto.

—Espera. —La detuve, saqué un papel de mi bolso y escribí mi dirección y número de teléfono—. Llámame,  me gustaría conocer algunas de las amigas de mi hermano.

. . .

El panteón se levantó delante de mis ojos impresionante y solemne. Resultaba increíble como un lugar que acobijaba a los que ya no estaban presente, fuese así de majestuoso.

Avisté a mi madre junto al féretro de mi hermano, se recargaba sobre él con compasión y desasosiego, como si no le dejase marcharse. De algún modo, yo también me sentía así, por eso no podía estar cerca. Si lo veía metido dentro del sarcófago, la realidad de su muerte cobraría forma y yo no estaba lista para despedirme.

Ni siquiera le había llorado como lo merecía, ni siquiera había soltado una p**a lágrima desde que supe que no volvería a verle. Me negaba a hacerlo, Mauro no merecía absolutamente nada de esto.

Avancé hasta el frente cuando el eclesiástico dio sus últimas palabras e invitó a que los familiares se acercaban. Clavé las uñas en mis palmas y permanecí muy quieta junto a mi prima lejana, Analía, ella me ofreció una mirada compasiva que yo no pude devolverle.

Sebastian era uno de los hombres que transportaba el ataúd hasta el hueco, su expresión en ese momento era la de un hombre que había perdido a su mejor amigo, también le acompañaba mi otro hermano, Carlo, quien llegó de Rusia después de haberle dado la noticia en un mensaje de texto, ni siquiera entendí como pude escribir la palabra muerte en aquella oración de tres palabras.

Nunca creí experimentar una pérdida de aquella manera o al menos no estaba preparada para hacerlo, pero cuando el ataúd se hundió debajo de la tierra, supe entonces que era momento de despedirme de mi hermano.

Di un paso al frente, me temblaron las piernas y las manos cuando cogí una de las flores del pedestal, en especial blanca, era el color favorito de Mauro. Le despedí con un beso y lancé la flor dentro del hueco.

Sentí la absoluta devastación en ese momento, no volvería a verle y tendría que hacerme a la idea, pero ¿Cómo le explicaba eso a mi cuerpo? Si ahora mismo era un manojo de sentimientos que se hizo paso a arañazos a través de mi sistema.

Sentí la pérdida, el temblor en mis piernas y la ausencia de aire en mis pulmones. Sentí como todo me arropó hasta querer perder el conocimiento.

—¡Bella! —La voz de Sebastian sucumbió en la somnolencia y sus brazos evitaron la dura caída contra el pavimento.

Una lagrima manchó mi mejilla y él la limpió con una caricia.

—Bastian… —Musité y luego me desmayé contra su pecho.

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