3. Peligrosamente cerca

Bella

Tuve que contenerme demasiado al descubrir a Giovanna en la recepción del casino. Iba metida dentro de un corto vestido negro aterciopelado de mangas largas, unas botas del mismo tono hasta el final de sus rodillas y un abrigo para el frío que sujetaba en su brazo.

La muy arpía venia completamente preparada para lo que sea y a mí me provocó un vuelco en el estómago solo de imaginarlo. ¡Tenía que impedirlo!

Me dirigí al elevador, sabiendo que aquel también sería su destino. Al percatarse de mi presencia, todo su semblante se llenó de fastidio y sorpresa, lo que me permitió regocijarme en su casa, a ella tampoco le hacia un mínimo de gracia toparse conmigo, mucho menos en el casino de su prometido.

—Señoritas. —Saludó el muchacho del recibidor y apretó los botones para que las puertas se abrieran.

Yo asentí con una media sonrisa y fui la primera en entrar. Giovanna rechistó detrás de mí, pero aprovechó el momento para lanzar sus cartas.

—Al último piso, por favor. —Sugirió la artimaña y disfrutó sus propias palabras.

Aquel piso solo llevaba a la oficina de Sebastian, ambas lo sabíamos, así que era momento de iniciar la partida de aquel jueguito de poder, y carajo, yo no estaba dispuesta a perder.

—Oh. —Murmuré con fingida sorpresa, ella me miró de reojo—. ¿También quedaste con Bastian?

Que le llamase de aquella forma tan intima, la hizo erguir sus hombros y tragarse su propia saliva, o veneno, eran lo mismo.

—¿Perdona? —Inquirió, curiosa y fastidiada.

Evité la sonrisa triunfal, sería demasiado sospechoso, pero había lanzado el anzuelo y ella lo estaba mordiendo.

—Si, ha quedado en ayudarme a estudiar para matemáticas. —Suspiré satisfecha—. Ya sabes, todo el ajetreo para entrar a la universidad.

—Ya veo… —Murmuró despacio y sus manos se convirtieron en puños muy apretados.

Si pudiera mostrarle su cara en un espejo, sabría que había perdido aquella batalla. Una mujer cabreada no pensaba con claridad, y ella definitivamente estaba muy cabreada.

Detuvo el ascensor a medio camino, ¡bingo!

—¿Te vas? —Pregunté, tenía que asegurarme de que Sebastian y yo pudiéramos estar solos.

—No quisiera que por mi culpa perdieras tu examen de admisión, cariño. —Casi le creí, casi…—. Además, tengo el resto de la noche para sorprendo.

Mordí el interior de mi mejilla, eso había sido bastante astuto de su parte, pero acababa de salirme con la mía y con eso me bastaba.

—Estoy segura de que sí. —Forcé una sonrisa.

—Ciao dolce Bella.

—Buona notte, carissima.

Cuando salió del elevador y finalmente estuve sola, me recargué sobre las paredes y suspiré emocionada.

Me pellizqué las mejillas antes de que las puertas se abrieran y me ajusté la faldita que llevaba puesta, subirla medio centímetro haría que se volviera completamente loco, estaba casi segura de ello.

Le vi a través de las paredes de cristal, estaba demasiado concentrado como para llegar a percatarse de mi presencia. Me permití admirarlo un instante. Se llevaba las manos a su frente y arrastraba su cabello hacia atrás, alborotándolo un poco, lucia indomable y salvaje.

Caminé despacio y llegué a la puerta. Un cosquilleo se me instaló en el vientre, esa parte de mí que se enloquecía de solo verle.

. . .

Sebastian

No era un hombre que solía perder con facilidad la cabeza, al menos cuando no tenía a Isabella Ferragni cerca. Era provocadora y arrebatadora, con un cuerpo que, para su edad, podría volver loco a cualquiera, incluyéndome. Hacía de cualquiera lugar una pasarela para ella.

Ragazza atrevida y descarada.

Caminaba como si el mundo realmente girara en torno a ella, en ocasiones, me costaba asimilar que el mío si giraba en torno a todo lo que le rodea. Iba a volverme jodidamente loco si seguía con ese jueguito prohibido, no sabía hasta cuándo podría soportarlo.

Llevaba una falda que se apretaba a su delgada y bonita figura, la había subido a propósito unos cuantos centímetros, era muy evidente. Eso, de alguna forma, me hizo reprenderme por dentro, estaba prestando demasiada atención a como se vestía la hermana menor de mi mejor amigo.

—¿Qué haces aquí? —Pregunte cuando ya la tuve inevitablemente cerca.

Rozó el filo de la mesa con las yemas de sus dedos y ancló sus codos sobre la superficie, inclinándose hacia adelante para darme un beso. De no haber puesto la mejilla, habría ido directo a mi boca. Aquel gesto le fastidió.

—Que amargado. —Sonrió con aquel tonito pícaro que a ella le caracterizaba.

—¿Qué haces aquí, Isabella? —Insistí

—Ibas a explicarme alguna tontería de matemáticas para mi examen de admisión—Se incorporó y comenzó a husmear con desinterés entre el papeleo que se apilaba en la mesa, luego levantó sus hermosos ojos marrones—. ¿No recuerdas?

—No, porque no hemos quedado en nada. —Por supuesto que no habíamos quedado en nada y se creía demasiado listilla para pensar que yo me había tragado el cuento de que no se le daban bien los cálculos durante todos estos años, pero yo de imbécil le había seguido el juego como un crio de dieciocho años.

—Que mala memoria tienes, Bastian.

—Y tú que malas excusas te inventas. —Resoplé—. Al grano, Bella, ¿Qué quieres?

—¿Por qué estás tan gruñón? —Susurró levantando la mirada—. Deberías relajarte, te saldrán arrugas.

—Y tu deberías ser más prudente, —Le advertí —¿Qué explicación daré si te ven aquí?

Ella se encogió de hombros y miró detrás de su espalda.

—Creo que estamos solos, podrías hacer lo que quisieras conmigo y nadie se enteraría.

Esta cría iba a sacarme una p**a cana verde.

—Estas excediendo los límites, Isabella. —Dije y debí tener un poco más de fuerza de voluntad y no mirar su pequeña y rosada boca.

—Tengo hambre, llévame a cenar. —Sugirió de pronto y yo me puse de pie, cruzando el escritorio y plantándome frente a ella.

—Tengo mucho trabajo, no tengo tiempo ni para tus juegos ni para cenas. —Me sentí sofocado—. No puedo creer que hayas venido hasta aquí para esto, joder.

Ella no hizo más que burlarse de mis palabras y se alzó de puntillas. Algo vibró dentro de mi pecho al sentirla así de cerca, respirándome en la p**a cara.

—Entonces podemos pedir la cena aquí y comerla, o comernos, como prefieras. —Insinuó bajito y de una forma íntima, no hubo titubeo en sus palabras, pero ¿Qué acababa de decir esta mujercita?

No había forma de que se fuera y yo estaba a nada de perder la cabeza.

—Nunca te mides en lo que dices, ¿verdad?

¿Qué clase de pregunta era aquella? Por supuesto que no, estaba hablando de Isabella Ferragni, y esa cría solo vestía descaro y calzaba sensualidad.

Tuve que alejarme, porque si seguía teniéndola así de cerca, no habría forma de mantenerme cuerdo por culpa de ella. Me volvía un completo loco, m*****a sea, tenía hambre de ella.

—Para ser un hombre que controla muy bien lo que siente, te noto demasiado tenso. —Susurró, y yo tuve que cometer el error de girarme y acorralarla entre mi pecho y el filo de la mesa.

Ahogó un gemido al sentir todo mi vigor demasiado cerca. Sus mejillas pálidas ahora gozaban de un ligero rubor y su mirada, por dios, su mirada gritaba que me deseaba.

Maldije por dentro, tanta cercanía resultaba un completo peligro, pero es que ella me lo ponía tan jodidamente difícil que alejarme se sentiría como una tarea muy difícil.

Afortunadamente mi móvil sonó dentro de mis bolsillos y tuve poner distancia para sacarlo fuera de mis bolsillos.

Era un mensaje de texto de un número desconocido.

20: 23

“¿Cuánto estarías dispuesto a pagar para que no saliese a la luz tu aventura con la Ferragni?”

¡Maldita sea!

Un nuevo mensaje, un archivo adjunto.

20:24

“¿O cuanto pagaría el mismísimo Gerónimo Ferragni para saber quién es el hombre que va a romperle el corazón a su hija?”

A continuación, una foto mía y de Isabella de hace dos malditos minutos, casi robándonos el aliento.

Pensé rápido, la foto había sido tomada desde el vestíbulo. La persona detrás de esto tuvo que haber usado las escaleras de emergencia, porque el maldito elevador estaba justo delante de mis narices, le habría visto.

 ¡Me cago en la…

Di un golpe sobre la mesa del escritorio, provocando que Isabella tuviese un respingo.

—¿Estás bien? —Preguntó tímida detrás de mí.

Suspiré y negué con la cabeza.

—Necesito que te vayas. —Respondí seco, sin mirarle.

—Bastian… —Susurró contra mi espalda, el contacto no hizo más que enfurecerme.

Me alejé de un salto y la miré contrariado.

—¡¿Esto es un maldito juego para ti, Isabella?! —Exclamé furioso y le mostré la imagen, al principio hubo confusión en su rostro, luego el reconocimiento—. ¡¿Sabes cuantos putos problemas podría causarme esto?!

—L-lo siento… —Titubeó en un jadeo

—¡¿Lo sientes?! —Bramé, estaba demasiado enfurecido como para creer que aquella frasecita fuese a arreglar todo esto—. ¡Maldición! Si lo sintieras te habrías quedado en tu p**a casa… si lo sintieras no me habrías pintado como el puto protagonista de esa película de fantasía que te inventas de nosotros dos en tu cabeza.

 Isabella mantuvo la calma todo el tiempo en cada palabra, no mostraba ningún tipo de reacción en su rostro, ni siquiera tristeza, mucho menos enojo.

Simplemente alzó el mentón, me miró a los ojos por un casi abrasador segundo y se marchó en silencio. Hubiese ido tras ella, pero lo acababa de arruinar demasiado como para insistir en hacerle daño.

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