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Responso de la imitadora

Responso de la imitadora

Barajando recuerdos

me encontré con el tuyo.

Claribel Alegría

La furia de una escritora es distinta a la de un escritor, es cierto que nos parecemos en cuanto a la inmortalidad de las obras y la necesidad de explayar nuestras ansias en libros; nuestros amores los vivimos de manera diferente, las locuras en nuestro interior se manifiesta en un silencio, pero cuando se llega a las letras, ese silencio se acaba. En el caso de este libro de relatos, describo las historias contadas por mis amigas desde sus diferentes ámbitos, con grabadora en mano escuché sus terribles agonías, y me compartieron sus escritos que ellas no sentían la capacidad de desarrollarlas en historias más que meras anotaciones, y por eso me confiaron la estructuración de una narrativa que rescatara sus silencios.

            Antes de este segundo libro de relatos, como se darán cuenta más adelante, al principio, en mi adolescencia, quería escribir luego de muchas lecturas, como todo aspirante a las letras, debía leer todo lo que pudiera. Mi padre en su casa tenía una vasta biblioteca, aunque sus estudios se inclinaron más a las ciencias comerciales (graduado del INCAE), su lectura al anochecer, acostado en un sofá, fue un ejemplo para mí, y me envolví entre los libros al igual que él. Mi madre por su parte también leía, pero se dedicaba a la novela negra de Rubem Fonseca, que también leí.

            Por lo tanto, mis primeros pasos en la literatura fueron cuentos cortos para la revista del Colegio Teresiano, que promoví con algunos compañeros. Aunque había ciertos temas que no podíamos tocar debido a las exigencias religiosas del colegio, hicimos lo que pudimos con la revista «Solaris».

            Después de graduarme con honores, ingresé a dos carreras: sociología y Derecho. Como obtuve calificaciones sobresalientes, accedí a ambas carreras con facilidad, y cursar las materias sin ningún impedimento. Estudiaba ambas cosas, en primer lugar porque las leyes me entusiasmaban para conocer a profundidad el sistema político, y la sociología para convertirme en investigadora de estudios sociales.

             También aspiraba a una maestría en Ciencias Políticas en la Universidad de Turín. Todo estaba planificado debido a mi obsesión con los estudios, entonces no tenía ningún problema, mi excelencia académica era excepcional, a pesar de llevar dos carreras a la vez, me daba tiempo para leer narrativa, en general, y escribir también se volvió más que entretenimiento, una pasión, a la que quería darle una oportunidad para dar un pedazo de mi alma a mi país.

            En el cuarto año de ambas carreras a punto de finalizar el tercer cuatrimestre, consideré estudiar poesía por mi parte, pero después conocí a algunas escritoras en un taller de narrativa. Fue ahí que escuché sobre otro taller, pero en este caso de poesía. Nunca intenté escribir poesía por el terror al fracaso, es decir, no entendía los procedimientos, a pesar de estudiar algunos manuales, sin embargo, en una revista de la UCA, me publicaron un poema titulado «El delirio». Nunca escuché algún comentario, y para mí era necesario al menos un: —fatal—. Pero no sucedió, y decidí inscribirme de inmediato al taller de poesía.

            Primero fui a la casa de la poeta Marta Leonor González, conocí a su esposo: Juan Sobalvarro, guionista de la película «La Yuma», y de la novela de no ficción «Perra vida», el cual me regaló y firmó con mucho agrado junto con varios poemarios de poetas recientes. Con estos primeros pasos, comencé a leer poesía actual, porque ya había leído a los escritores muertos.

            Al mes siguiente, doña Marta Leonor González promovió el taller de poesía en medio de la pandemia, al principio algunos llegamos de manera presencial. Por primera vez leí a Ernesto Mejía Sánchez y entendí el género del prosema. Sin embargo, tal como le dije a mi maestra, mi intención era adquirir herramientas de la poesía para implementarlas en la narrativa que tenía en mente. Algunos esbozos escritos en mis cuadernos y transcritos en la computadora en una carpeta titulada «Relatos varios» estaban en proceso de darles vida.

            Como la pandemia se encrudeció, tuvimos que realizar el taller de forma virtual, las asignaciones eran simples, además de escribir un poema o prosema a la semana, también leíamos a Neruda y Vallejos. Como dije, mi intención en el taller era aprender sobre poesía, porque mi esmero estaba fijada en la narrativa, en especial los Cuentos completos de Juan Aburto, que llegó a mis manos gracias al maestro Rodrigo Serrano. Desde que leí los relatos de Aburto quedé atrapada por una magia narrativa que solo alguien con una capacidad de observación de genio puede lograr.

            Mientras aprendía algunas técnicas de poesía, volví a mis relatos, y le solicité a Gabriel que los revisara para publicarlos con el patrocinio de mi padre. Cada semana me entregaba sus comentarios de cada texto, y los mejoré hasta pulirlos y enviarlos a la imprenta de Pablo García, un amigo de la familia. Gabriel decía que mi talento era natural, y entre todos los escritores iluminados por la gracia de los patriarcas nacionales de la literatura, encontraba en mi narrativa una forma sencilla, pero a la misma vez capaz de lograr tonalidades y matices con el juego de metáforas que aprendí en el taller de poesía.

            Después de la publicación del libro de relatos «Amor tirano», y la presentación en el Centro Cultural Pablo Antonio Cuadra, Gabriel me llamó por teléfono para que revisara la sección de opinión en el Diario La Prensa. Supuse que se trataba de alguna publicación de su parte, fue todo lo contrario, se trababa de una crítica a mi libro de relatos con el título «Ay, maldito país». Pensé que se trataba de algún artículo político, pero no fue así. Alexander Norori, un académico especializado en literatura hispanoamericana, según la biografía que aparece en el artículo, dijo lo siguiente:

            Ahora las perlas son lanzadas a los puercos, cualquier ignorante de las letras escribe, y la capacidad de plagiar se ha vuelto un hábito a falta de verdadera creación artística. Me refiero a la autora Francisca Sánchez, una joven que creyó podía incursionar en las letras nicaragüenses a temprana edad, sin embargo, después de analizar relato por relato del libro «Amor tirano», encuentro la sandez de imitar en su plenitud al maestro de la narrativa urbana Juan Aburto. De todas las invenciones y malas empresas, esta ha sido la peor en el país. Y, lo digo como alguien que respeta las letras con tanta pasión y admiración, pero no permito el bombo mutuo, ni la exacerbada idea de publicar o morir. Es algo que los jóvenes creen por los mitos y leyendas que han surgido entre los genios de antaño. Repetirlo es un fiasco total, y más cuando se es joven.

            Las obras maestras se sostienen por la tradición y la capacidad de comprender la modernidad. Si alguien guiara a los jóvenes a este tipo de conciencia artística, creo que la escritura en Nicaragua sería provechosa. Los que habrán leído los relatos, o los que toleraron las barbaridades de la joven Francisca Sánchez, deben tener en cuenta que no hay mérito alguno en publicar relatos pueriles. Como es de saber, a nadie le importa la creación artística nicaragüense, y los pequeños grupos se dan bombo mutuo hasta no más poder para adquirir reconocimiento social.

            En primer lugar, los relatos de este libro son una tontería burguesa, escritos para gente que ignora al proletariado, y que carece del conocimiento necesario para criticar la sociedad y el sistema que oprime a los obreros. Para comenzar, el título robado de Góngora «Déjame en paz, amor tirano», no hace más que demostrar la superficialidad de la autora.

            El primer relato «Cuando vengan los perros», tenía algunas luces de innovación hasta que se habló del tema fatal del amor redundante y socavado como los poemas escritos para novios adolescentes. Y, las historias repiten un ciclo de caídas innecesarias como la depresión y esos problemas mentales que padecen los burgueses.

             Es aún más grave que el libro se presentó en un lugar para burgueses como es el PAC, donde brindaron para celebrar la supuesta invención innovadora de la joven Francisca Sánchez. Debe tener muchos enamorados, porque dicen que no había asiento para tanta gente que llegó a escuchar a Rodrigo Serrano, al parecer maestro y amigo de la joven. Los amores entre burgueses son edulcorados, qué saben ellos de compartir un mendrugo de pan y media taza de café, los verdaderos amores se viven en la calle, tomando buses y conociendo al dedillo las rutas de cada bahía de Managua.           

            De estar vivo el mismo Darío escribiría esta crítica, y diría ¡ay, maldito país! Pero dejemos en paz al príncipe, y procedamos con alguno que otro relato de la joven. «Viaje sideral» es otro relato de amores edulcorados burgueses, aunque en este caso es un amor fallido, la joven a través de su personaje femenino, supongo que su alter ego, insulta a los hombres como Paquita la del Barrio, y actos tan asquerosos como lanzarle las sucias toallas sanitarias en la casa del hombre que la engañó con otra. Qué barbaridad, qué insulto a las letras, imposible de creer que se haya publicado. Cuántas páginas desperdiciados, y el tiempo, pero cada quien hace de su tiempo un cadáver.

            En definitiva, sugiero seguir leyendo a Cervantes, no olvidemos que su obra es elemental, y creo que esta joven pasó por alto a nuestro señor de la triste figura. Podría escribir un ensayo al respecto, pero esta es una crítica para un diario y no caben tantas palabras, tengo esperanza que la joven la lea para que detenga su necedad. Dios nos guarde de los aspirantes a las letras de este país.

            Como verán, la crítica parasitaria existe, y no lo tomo a mal, más bien, concibo esta actitud como una necesidad para crear pensamiento, aunque lo escrito por este señor sea una horrenda parodia de Leopoldo Alas “Clarín”. Sí, yo también conozco autores, y estos batallaban de verdad con la pluma en la mano. Por eso decidí escribir un responso luego de investigar a profundidad los escritos del crítico, que también es escritor, pero ha pasado por alto debido a su marxismo trasnochado.

            El Diario La prensa con gusto recibió mi responso y pueden revisarlo en sus archivos, pero para ser considerada, la transcribo aquí:

            Señor de la supuesta triste figura, conozco los recovecos de la razón sin razón, crecí nutriéndome de nuestro mutuo amigo fallecido hace muchos siglos. No hay palabras para su crítica obsoleta desde teorías marxistas, usted sabrá lo que es «Blandir el alma», poema escrito a sus veintiún años y publicado en la revista El pez y la serpiente. ¿Por qué habla de que es una mala empresa publicar a tan corta edad? ¿Acaso solo usted tiene la autoridad para escribir sandeces como su poema edulcorado a un amor fallido? ¿No es acaso una imitación de Carlos Martínez Rivas?

            Señor, mis relatos a los que usted tilda de plagio, por si no lo sabe, y aunque tenga títulos académicos cursados en México, esto le va a doler: se llama intertexto. Luego de leer durante vigilias poesía del Siglo de Oro, narrativa renacentista y su amada conciencia literaria, también leí a Juan Aburto, usted mismo se enreda, y yo resolví con crudeza mis relatos, para usted son burgueses, pero quién más burgués que el redactor de discursos de Eduardo Montealegre. ¿No es él también un burgués? Usted lo apoyó, y se ensalza argumentando la anti burguesía, usted no es Darío, no se compare con el maestro que no le calza.

            En cuanto a la feminidad, si a usted le molesta la menstruación, entonces ¿por qué se casó y tiene cuatro hija?, ¿no le da vergüenza hablar mal de fisiología de la mujer teniendo parientes mujeres? Ahora bien, su novela «Colgado de los pies», una alegoría burda de la revolución bolchevique, que usted ni siquiera comprende, el mismo Lenin lo colgaría de los pies si tanto habla de marxismo y supiera de sus discursos fantasmas para burgueses que usted repudia.

            No hagamos esto largo, mejor escóndase en su piedra, y profundice y ame esa piedra, tal vez entienda lo que digo si acaso ha leído.

           

            Se sumaron otros críticos como Erick Aguirre en mi defensa, y algunos estudiantes de Comunicación de la UCA realizaron una monografía de la novela. Me invitaron a muchos colegios de secundaria y universidades para exponer el libro, fui recibida con aplausos y elogios, todo un sueño para una joven escritora, en aquella época.

            Como es de saber, son pocas las mujeres escritoras nicaragüenses, pero quienes lo han intentado, han dado frutos y glorias a este país.

            Después de la publicación del responso a la crítica del señor, mi libro de relatos se agotó de las librerías y una editorial costarricense me solicitó los derechos de autor pagados para publicar una segunda edición. No hubo más señales del crítico, sé que vive en Altamira, y fue vecino de Carlos Martínez Rivas durante muchos años, de seguro debe imitar el claustro, pero no para lograr algo artístico, sino por vergüenza. 

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