Al menos un día
Los sentimientos de suicidio han abordado a miles personas, incluyendo artistas, tanto escritores como músicos, en mi caso, desde adolescente presentí ese temor a la vida, a enfrentarme a la realidad con todas mis dolencias, al principio desconocía lo que estaba pasando, pero para averiguar eso, empiezo con algunos antecedentes y circunstancias que socavaron mi vida al punto de sentirme abandonada e incomprendida.
Tomé clases privadas de bajo para evitar el bochorno de mis pensamientos. El instrumento se manifestó como un adivinación, es decir, después de escuchar a Haitus Kaioyote, el grupo musical australiano que casi gana un Emmy, debido a su destrezas y combinación de géneros musicales, me decidí por aprender a tocar bajo de manera profesional a los quince años. Como dije, el instrumento me escogió en inspiración. Sabía tocar guitarra, sin embargo, había algo en el bajo que me atraía singularmente.
Mi padre me acompañó a la tienda de música Banscbach, y los vendedores mi guiaron a través de todas las marcas y diseños de bajo, es obvio que quería un bajo marca Fender, lo mejor que conocía, y para invertir en la música como en todas las artes hay que hacerlo bien. Vi este bajo de marca Fender que costaba mil dólares, mi padre no tuvo objeción alguna, y pagó por el bajo, luego elegí un amplificador para bajo de tamaño mediano.
Debido a mi ansiedad me era imposible recibir clases en grupos, y le pregunté a mi compañero del colegio La Salle si conocía algún maestro de bajo que pudiera dar clases de bajo de manera privada. Ricardo, que estaba aprendiendo batería, me recomendó a Lester Salazar, un bajista de rock.
Luego de llamar al maestro y llegar a un acuerdo para las clases, sentí por primera vez la agonía del suicidio, esto se lo comenté a Ricardo, y me prometió que las clases me aliviarían mi padecimiento. Nunca antes me había sentido de esa manera, es decir, cuestionarme me existencia a mis quince años. Pensé que luego de aprender todas las técnicas del bajo y aprender aún más de teoría musical, podría armar un grupo con Ricardo de Neo Soul, que era mi género preferido en ese momento.
El profesor llegó un lunes a las cuatro de la tarde, cuando había acabado mis tareas escolares. Nos sentamos en los sillones de la sala, conectamos el amplificador y el bajo, pero primero me dio una plática como forma de terapia. Me contó sobre sus inicios como bajista en distintas bandas, y sus estudios de licenciatura como profesor de música y especialización en el bajo. Comentó que estudió jazz en un conservatorio de Costa Rica. Después me explicó como si fuera un poeta, que el bajo contenía diferentes maneras de expresión a la guitarra. Dijo que había algo de angelical en tocar bajo, porque además de llevar el ritmo con la batería, encendía en los silencios de la guitarra una armonía que solo las cuerdas gruesas de un bajo puede hacerlo.
Le comenté sobre mis inspiraciones musicales, y él dijo que los había escuchado, y podía aprender todo lo que los australianos tocaban con facilidad, debido a mi sensibilidad artística. No había ningún impedimento, lo único era disciplina y vocación. Me aterraba contarle sobre mis ideas suicidas, todavía no tenía la confianza para contarle al respecto, y así, durante meses recibí las clases. Ricardo me preguntaba sobre mis avances y le enviaba por mensajes de voz algunas composiciones de Neo Soul. Como se impresionó por mis arreglos, dijo que era el momento para iniciar el grupo que desde hace un año queríamos hacer.
La banda australiana tiene dos instrumentos que dan energía en su música, primero el sintetizados, y luego la batería tipo J Dilla. Ricardo había recibido clases de batería desde los ocho años, y dijo que esos arreglos eran pan comido, entonces nos reunimos en su casa con Gregorio, un tecladista que estudiaba piano en el conservatorio y tenía las mismas influencias que nosotros.
Lo único que hacía falta era el vocalista, pero yo tenía una buena voz, y decidimos que haríamos un trío: bajo y vocalista, baterista y teclado. Comenzamos con los arreglos que le mostré a ambos, y Ricardo siguió un patrón de tresillos en el hi hat, de inmediato fluimos y el ensayo se convirtió en nuestro primer sencillo grabado en celular.
Continué las clases de bajo, pero el profesor dijo que como mi estilo estaba definido y podía cantar mientras tocaba, entonces dijo que ya no era necesario continuar con las lecciones. A pesar de toda la alegría de ensayar y componer las letras para las canciones, Ricardo me preguntaba todas las veces que nos veíamos en clase si todavía sentía las ganas de matarme. Siempre le decía lo mismo: a veces siento que debería morir, pero la música me está salvando.
Continuamos los ensayos en la casa de Ricardo, y en diciembre culminamos nuestro bachillerato. No sabíamos que estudiar, y le pedí a mi padre un año sabático para dedicarme a ensayar con la banda. Mi padre accedió, incluso dijo que conocía a un amigo productor que podía ayudarnos a grabar en caso de presentarse un buen repertorio de composiciones.
Además, agregó que en el bar El Garabato podíamos tocar en vivo si estábamos preparado para eso. Como era amigo del dueño, tuvimos la oportunidad de promocionar nuestra tocada en vivo, durante algunas semanas preparamos las cinco composiciones que teníamos. Cantar y tocar bajo es una experiencia sublime, en especial porque en nuestro grupo no había una guitarra que nos opacara como sucede en muchos grupos.
Teníamos que decidir el nombre del grupo, y se nos ocurrió «Pavos reales», debido a la belleza del animal. Nos presentamos en el bar, y ese día me invadió la sensación de siempre, los pensamientos suicidas me invadieron y solo decía mientras miraba el techo del baño: al menos un día.
Salí del baño y me dirigí hacia el escenario instalado en el patio del bar. Ricardo probaba sonido con Gregorio, todo parecía ir bien, hasta que le dije a Ricardo que me sentía mal, pero ya faltaban pocos minutos para comenzar la presentación en vivo. Me dio un abrazo y me dijo que todo saldría bien.
Tomé mi bajo y practicamos un poco de manera improvisada para dar inicio a la tocada. Había mucha gente debido a la publicidad en las redes sociales, además que la tocada apenas costaba cincuenta córdobas en beneficio para el centro psiquiátrico de Managua. Las mesas ubicadas en el patio estaban repletas, algunos espectadores estaban de pie, y mi padre tomaba un trago de ron con el dueño del bar.
Después de la tocada improvisada de al menos cinco minutos, presenté al grupo: en el teclado Gregorio Martínez, en la batería Ricardo Urbina, y yo, Amelia Rivas, bajista y vocalista. Los espectadores aplaudieron y comenzamos con la canción que habíamos practicado desde el inicio: Al menos un día.
Como era de esperar, las personas se quedaron asombradas por el sonido de nuestras composiciones, como dije, la batería en tresillos y el sintetizador daban ese ambiente de Neo Soul, además de mi voz serena en scat, la gente estaba absorta y empezaron a reunirse al centro del patio para bailar al ritmo de nuestra tonada de Neo Soul. Por un momento mi voz se quebró pero dando una luminosidad jazzística, que no se notó, más bien parecía parte del arreglo musical. Apenas tenía dieciséis años, y con el talento de los muchachos logramos animar a las personas con la primera composición.
Después de la primera canción, improvisamos mientras tocaba el bajo con todas las notas en armonía con el teclado. Cuando anuncié la segunda tocada, me invadió otra vez la sensación de llanto y agonía, aunque tenía el bajo colgado en mis hombros, una lágrima brotó y corrió mis mejillas, vi que Gregorio le hizo señas a Ricardo, quien de inmediato se levantó de la batería, y apagó el micrófono. Rompí en llantos y bajé del escenario, las personas como estaban esperando se inmutaron ante mi escena.
Corrí al baño y Ricardo me siguió, a lo lejos pude escuchar una tonada del sintetizador, tal vez Gregorio quería opacar el silencio que dejé en el escenario. Mientras lloraba en los hombros de Ricardo, mi padre llegó a verme y me preguntó que sucedía. Y, se molestó con Ricardo al vernos tan cercanos —lo sabía— dijo, como si sospechara de una relación amorosa entre Ricardo. Le pedí que salieron los dos del baño y me dejaran sola. Cerré la puerta y escuché la discusión entre mi padre y Ricardo.
—Si vos andás con mi hija, te vas a meter a problema, yo no me opongo en su música, pero si ella sale herida, quien te mata soy yo.
Eso me preocupó aún más, mi padre se estaba portando como un controlador de mi vida, y sin razón, seguro fue la bebida que lo alteró, yo no sentía nada por Ricardo, y él nunca manifestó alguna intención romántica conmigo. Habíamos sido compañeros de secundaria desde primer año, y siempre se comportó con decencia, un buen amigo y me acompañó en mis crisis.
Salí del baño ya recuperada, y vi a mi padre hablando con Ricardo, ambos se sorprendieron al verme transformado el rostro en calma absoluta. Les dije que podíamos continuar con el concierto, y caminamos hasta la tarima. Gregorio nos vio y dejó de tocar el teclado. Tomé el bajo, encendí el interruptor del micrófono, y le hablé al público: disculpen por la tardanza, pero la fiesta está comenzando, así que anímense a bailar y gritar si quieren, mientras nosotros tocamos para alegrarnos la vida.
Durante la última canción y las improvisaciones entre cada composición, me sentí liberada de mis angustias, y según Ricardo mis ojos brillaban de felicidad, después de tocar, la gente solicitó la primera canción que anuncié antes: Al menos un día. Los muchachos me quedaron viendo como si esperaran mi orden para tocar, aunque ya estábamos cansados, decidimos tocar esa canción.
El arreglo es como dije una batería en tresillos que provoca una alteración en el ritmo, y el sintetizador junto con el bajo emiten una armonía singular que da ganas de bailar. Mi padre parecía contento después de mi crisis, y le envié un saludo por el micrófono, agradecí al público y al dueño del bar mientras la batería daba inicio junto con el teclado.
Deslicé mis dedos por el bajo y empezamos a tocar Al menos un día. Fue un gozo ver aquel proyecto realizado en mi adolescencia, cuando culminé mi año sabático tal como le había dicho a mi padre, fui al psiquiatra a tratar mi agonía, la doctora me explicó padecía de depresión, pero me animó continuar con el grupo como terapia.
Aunque le expliqué que no quería tomar pastillas, me dijo era necesario para estabilizar mi padecimiento. Accedí a tomar el medicamento, pronto mis ideas suicidas desaparecieron, y apliqué a la carrera de filosofía en la Universidad Centroamericana. Conmovida con algunos textos de Cioran, me di cuenta que eso quería estudiar, y cursé los cuatro años de la licenciatura mientras continué tocando con Pavos reales en distintos bares. El amigo productor de mi padre nos ayudó a grabar nuestro primer álbum de diez canciones que al parecer no tuvo tanto éxito en mundo musical de Managua.
Decidimos continuar componiendo más canciones, y produjimos otro álbum, en ese entonces, cuando tenía veintidós años, le dije a los muchachos que me iba a Madrid a continuar mis estudios de filosofía, quería investigar más sobre Cioran, y al volver a Nicaragua dar clases en la carrera de filosofía.
Lamentablemente eso no ocurrió, porque la universidad cerró la carrera, y decidí quedarme en Madrid para conformar un grupo y dedicarme por completo al Neo Soul. Le dije a Ricardo que con el nuevo grupo estábamos logrando una buena atención en el país Vasco, todavía continuó tocando bajo y cantando. Sobreviví a las ideas suicidas porque tomé mis pastillas y recibí terapia psicológica, además de la terapia musical.
Ricardo sigue componiendo algunas canciones con Gregorio, encontraron un guitarrista que también es vocalista y siguen con el grupo Pavos reales, fueron invitados a México y Argentina. Vi sus conciertos grabados en vivo y lloré al recordar nuestras andanzas de la adolescencia. Mis composiciones de letra se tornaron un poco oscuras, es decir, a partir de la investigación sobre Cioran, aunque siempre en voces de jazz, transmitía el mensaje pesimista del rumano, y así continué hasta ahora. El título de mi maestría enfocada en Cioran lleva el nombre de mi primera canción con el grupo Pavos reales: Al menos un día – El tardío pesimismo.
El juego perdidoMi tío Leonardo Dávila en su juventud fue un ajedrecista con grandes aspiraciones, aunque sus sueños como Gran Maestro (un sueño que muchos tienen, tal vez una locura) fueron truncados por la guerra de los ochenta, después del Servicio Militar siguió jugando, sin embargo, los estragos mentales le impidieron un entrenamiento disciplinado. Trabajó para el Estado Mayor, y al finalizar el gobierno sandinista se dedicó a trabajar como ayudante de carpintero, oficio que aprendió y con la ayuda de mi padre abrió su propia carpintería. Aun con los sueños encendidos de jugar ajedrez, elaboró un tablero con elegantes características, y fue gracias a él que un grupo de jóvenes y señores se empezaron a reunir en la Colonia La Centroamérica.&nbs
Las correccionesLa puesta en escena de Las correcciones se debe a una engorrosa historia de mi pasado. Algunos críticos señalaron mi obra como una tormentosa muestra de estupidez juvenil, sin embargo, mi intención era mostrar la vida de una teatróloga en medio de sus desvaríos provocados por desamores urbanos. Como escritura de vanguardia, procedí con algo que apenas el director de la obra logró comprender. Le dije era necesario presentar los monólogos interiores del personaje de la misma manera que lo escribí. Había una necesidad de explorar en mi interior aquello que me sucedió y nadie de mis círculos cercanos tanto como amigos y familiares entendieron. En principio, estudié una licenciatura en dramaturgia, nunca tuve la oportunidad de escribir narrativa porque sentía que no era lo
Tacho, el sobrenombre que mi padre le puso a Luis Morales, debido a su trabajo como barbero de Somoza, tiene alrededor de 80 años, y aun se ve entero, con ganas de seguir dando guerra a la vida. Hace una década que mi padre empezó a visitar la barbería de Tacho, siempre lo acompañaba para ir a escuchar las historias del barbero, mientras Denis Orozco, el nieto de Tacho, le cortaba el pelo a mi padre. Todo comenzó cuando mi mamá le exigió cortarse la melena de rockero, aunque él no quería, me dijo que debía hacerlo para complacerla, y no había opción. Él tenía una banda de Death Metal a sus treinta y cinco años, debido a su nueva apariencia decidió abandonar el grupo. Con su oficio como profesor de batería conseguía los ingresos del hogar, desde que tengo memoria, v
Francisca Sánchez fue mi compañera de la carrera de sociología en la Universidad Centroamericana. No siempre fuimos buenas amigas, aunque compartíamos ciertos sentimientos acerca de la realidad pesimista que nos tocaba vivir. Para aliviar mi aburrimiento, iba a las afueras de la universidad a fumar algunos cigarros. Gloría parecía una santurrona, pero una vez me vio fumar y se acercó a hablarme porque además de verme con un cigarro, tenía en mi otra mano un poemario de Verlaine. Nunca la había visto fumar, sin embargo, me pidió un cigarro, lo encendió y me acompañó en aquellos diez minutos de receso. Pronto se volvió un hábito, creo que la influencié con mis ganas de fumar, y nos íbamos a la venta a comprar cigarros y hablar sobre nuestros gustos literarios. Un día le confes&eacu
Los preceptos hipócritas y la agonía de una sociedad en decadencia, para mí es un vómito superior a la moralidad religiosa. No hay mayor simpleza que la neblina en la mente de los fariseos. En cuanto a Marvin Sotelo, el famoso pintor que vive en claustro debido a sus necesidades artísticas, conviene decir que representa la gloria suprema del hombre animado a deslumbrar con sus cuadros la esencia verdadera de la humanidad. Sus solicitudes eran claras: dibujar desnudos de muchachitas en plena edad de flor. Convencida de su esplendor, y por recomendación de un amigo, decidí mostrarme ante él para inmortalizarme a través de la captura pictórica. Nunca sentí una morbosidad de su parte, todo lo contrario, es un ser de luz entre tanta inmundicia y censura banalizada por la estupidez.Fue un 19 de septiembre de 2015 cuando llegué
Una forma excelsaEl siguiente intercambio de correos entre mi amiga y su novio, más allá del amor entre ellos, cuando ella me los compartió, encontré valor artístico, y le solicité publicarlo.. Durante años pensé que las relaciones debían evolucionar a una desmitificación debido al exacerbado ideal que se sostiene cuando uno es joven. Sin embargo, cada quien es dueño de su salud mental. Dejo aquí la transcripción de los correos con permiso de mi amiga.Febrero 17 de 2016De: FlaviaMrt94@gmail.comPara: Pblurtecho@gmail.comAsunto: Amor míoSé de memoria el recorrido de tu piel, a un mes de tu partida, me siento abatida, necesito estar acostada en tu pecho, tu olor me enciende y a veces me envuelvo en un éxtasis de horas que solo me interrumpe la cotidianeidad. Concertamos escribirnos por correo el
La señora de los tristesLos murciélagos en el estómago y las columnas apocalípticas son el tema principal de su obra, no hay cumplido los cuarenta, pero sus poemas avistan a una señora de abundantes penurias y dolores. Más allá de las calamidades existenciales, ha tenido varios perros y gatos más que mascotas, miembros de su familia. La última vez que hablamos me dijo acerca de la muerte de Ernesto, pensé en mi amigo periodista de La Prensa, y le pregunté si se trababa de él, pero en llantos me dijo que era un idiota por no recordar el nombre de sus perros. Ernesto era un perro mestizo, la señora de los tristes lo rescató de morir en un cauce, además de Alfredo (un alemán), Jorge (un pequinés), Rodolfo (otro pequinés), bueno, la lista aumenta según los a&
Terminar la licenciatura de derecho era mi única tarea; en primer lugar, porque debía llenar de orgullo a mis padres y, lo demás, para aprender a vivir, es decir, enfrentar la realidad. Múltiples formas de amargura se presentaron en mi juventud, no quería continuar mis estudios; era una tortura intelectual porque mis intereses era terminar un poemario, pero un poemario distinto a los de mi generación. La mayoría imitadores de poetas rancios o peor aún, de borrachos y locos. La mejor imitación que se puede lograr es leer lo que ellos leyeron, no se trata de la rutina maldita de tomar licor hasta provocarse un coma etílico; es que no existe otra manera, como dije, la lectura es fundamental para escribir, por eso era incapaz de terminar mi poemario. Habían demasiadas lecturas pendientes y, eso me provocaba ansiedad; quería leerlo