De esta no te salva nadie.
Después de una jornada eufórica en la oficina, Demetrio se dirigió a casa de Antonio, quería despejar un poco su mente. Lo necesitaba.

Paró su auto, y entró a la cómoda, y grande casa de su amigo, que quedaba en una buena zona de Florida.

La música de fondo le indicó que estaban reunidos en el jardín, así, qué, dirigió sus pasos hasta ahí.

Abrió los ojos de par en par, a ver la cantidad de personas, y la mayoría eran empleados de la empresa, que apenas vieron a Laureti, se quedaron estáticos y serios como si estuvieran dentro de la empresa.

—Hermano, quita esa cara de amargado, has asustado a todos —se acercó Antonio con una sonrisa palmeando el hombro de Demetrio.

—¿Por qué cojones no me dijiste que era una fiesta? ¡joder! ¡Me largo! —intentó voltearse para irse, pero una silueta conocida lo hizo quedarse estático, entre una combinación de rabia, y deseó.

Evangelina, llegaba con un diminuto vestido de color rojo, y unos tacones, negro. Su cabello negro estaba suelto y su rostro perfec
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