93. Ni un rasguño.

El temblor bajo nuestros pies se intensifica, como si la tierra estuviera conteniendo un rugido que está a punto de estallar. Rita se aferra a mi brazo, su respiración acelerada. Eliot se queja en el suelo, su hombro destrozado, la sangre empapando su ropa. Y Natan…

Natan sonríe.

—¿Lo sientes, Luke? —Su voz es casi un susurro, pero resuena como un trueno en mi cabeza—. Lo que está por venir.

La habitación parece encogerse, el aire se vuelve denso. Algo más está presente, algo que no pertenece a este mundo.

—¿Qué hiciste, Natan? —gruño, obligándome a mantenerme firme, aunque mi instinto grita que corra.

—Lo que tú nunca tuviste el valor de hacer.

Entonces, el suelo cede.

Una grieta se abre justo a nuestros pies y un hedor espantoso emana de su interior. Rita grita cuando nos tambaleamos, y en el instante en que Natan alza la cabeza hacia el techo, una sombra se desliza desde la grieta.

No es humana.

No es animal.

Es algo que no debería existir.

Múltiples extremidades, un cuerpo informe
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