El mundo se desdibuja en un torbellino de sombras y sangre. Siento los brazos de Rita sosteniéndome, su aliento entrecortado junto a mi oído, pero todo se aleja, como si mi cuerpo ya no me perteneciera.Estoy cayendo.No sé cuánto tiempo pasa. Tal vez segundos, tal vez horas. Solo sé que cuando abro los ojos, no estoy donde estaba antes.El suelo bajo mí es frío, piedra húmeda, y el aire huele a óxido y tierra.Parpadeo.Un techo de madera podrida, vigas ennegrecidas por el humo.Giro la cabeza.Rita está allí.Despierta.Su piel pálida está marcada por moretones oscuros, y su ropa sigue rasgada, pero sus ojos brillan con determinación.—Por fin. —Su voz es suave, pero tensa.Trato de hablar, pero mi garganta es puro fuego.Ella me ayuda a incorporarme, su mano tibia en mi nuca.—Nos sacaron de ahí —dice—. Los cazadores entraron… después de que…No lo dice.Después de que maté a Natan.Siento un vacío en el pecho.No sé cómo debería sentirme.Libre.Victorioso.Pero solo me siento rot
La bestia frente a mí gruñe, sus ojos resplandecen con la furia de un fuego antiguo, y el peso de su odio me golpea como una ola imparable. Mi cuerpo, aún debilitado, protesta al más mínimo movimiento. Pero no me voy a rendir. No ahora.Rita se aferra a mi brazo. Su corazón late acelerado contra mi piel, y su respiración es entrecortada. Sé que tiene miedo, pero su mirada es de pura determinación.—No dejes que te provoque —susurra, su voz apenas audible entre el estruendo de la tormenta que se avecina.Me obligo a respirar profundo. No puedo dejarme consumir por la rabia.—No voy a perderte —le murmuro de vuelta, y mi frente se apoya contra la suya por un segundo que parece eterno.Su piel es cálida, un ancla en medio de la locura. Mis dedos se deslizan por su mejilla, atrapando un mechón de su cabello húmedo. Rita cierra los ojos y exhala temblorosamente.—Yo tampoco quiero perderte.La tormenta a nuestro alrededor desaparece. Por un instante, no hay guerra, ni sangre, ni un enemigo
Los disparos resuenan en el aire como truenos, desgarrando la noche. La adrenalina se mezcla con el miedo y la urgencia en mis venas. No puedo pensar, solo moverme, correr, sentir a Rita a mi lado mientras sorteamos árboles y raíces traicioneras.Los cazadores están demasiado cerca. Puedo olerlos. Su sangre, su sudor, la pólvora en sus armas.—¡No mires atrás! —gruño, tirando de Rita cuando tropieza con una rama.Sus dedos se aferran a los míos, su respiración es errática, pero sigue adelante. Es fuerte.Más fuerte de lo que jamás imaginé.Un disparo impacta en la corteza de un árbol junto a mí. Maldigo en voz baja. Nos están cercando.Rita me mira con el rostro pálido y los labios entreabiertos. Sé que está aterrada, pero no dice una palabra.Nos deslizamos entre la maleza hasta una pendiente. Sin detenerme, la envuelvo con mis brazos y nos dejamos caer. Rodamos, tierra y hojas secas pegándose a nuestra piel, hasta estrellarnos contra una roca en el fondo.El impacto me deja sin aire
El aire pesa.El olor a sangre fresca impregna cada partícula de oxígeno, caliente y metálico, envolviéndome en un manto que aviva la criatura dentro de mí.Me quedo quieto un instante, mi respiración es un gruñido contenido, un eco gutural que resuena en la garganta. Frente a mí, Rita sigue inmóvil. Sus labios están entreabiertos, su pecho sube y baja de forma errática, sus ojos fijos en los cuerpos caídos a su alrededor.La luna arriba nos baña con su luz pálida, proyectando sombras deformes en el suelo salpicado de rojo.Siento cómo la bestia dentro de mí sigue palpitando, pidiendo más, exigiendo más.Pero mis ojos no pueden apartarse de ella.De Rita.De su fragilidad aparente, de la forma en la que su cabello cae sobre su rostro, pegándose a su piel sudorosa.—Luke… —su voz es un susurro quebrado, una súplica ahogada.Mi nombre en su boca logra lo imposible.Me arraiga. Me retiene en el borde del abismo.Mis garras se contraen y mi respiración se agita, pero no avanzo.No hacia e
El amanecer tiñe el cielo de rojo, como si el mundo estuviera manchado de la misma sangre que cubre mis manos. Rita está a mi lado, su respiración entrecortada, su piel fría por el viento de la madrugada. Me observa en silencio, esperando que yo diga algo, que le dé una dirección, un camino.Pero la verdad es que no tengo uno.Solo sé que no hemos terminado.Natan sigue vivo.Lo siento en los huesos, en la forma en que la brisa se arrastra por mi espalda, en la presión en mi pecho que no desaparece. No sé dónde está, no sé cómo nos encontrará, pero sé que lo hará.Y esta vez, no pienso dejarlo con vida.—Tenemos que movernos —digo, mi voz áspera.Rita no pregunta a dónde. No hay un destino claro. Solo sabemos que no podemos quedarnos aquí, rodeados de cuerpos y ruinas.Empezamos a caminar.Cada paso me pesa. No he dormido en días, mis heridas están abiertas, la fiebre arde en mi piel. Pero sigo avanzando. Rita también. La sostengo cuando tropieza, y ella me sostiene cuando mis piernas
Natan da el primer paso.Un gruñido brota de su garganta mientras su forma se distorsiona. Huesos que crujen, músculos que se expanden, garras que desgarran el aire. Se transforma con la facilidad de quien lleva demasiado tiempo al borde de la violencia. Su cuerpo de lobo, oscuro como el hollín, crece ante nosotros como una sombra preñada de muerte.Pero no doy un paso atrás.No esta vez.Mi transformación llega más lento. Todavía me arde la fiebre, el cuerpo entumecido, las heridas recientes recordándome que estuve al borde. Pero también sé que esta será la última vez. Para bien o para mal.Rita retrocede, con los ojos clavados en mí. Está a punto de gritar mi nombre, lo sé. De correr hacia mí. De interponerse. Pero algo la detiene. Algo... o alguien.Un disparo corta el aire.Todos se congelan.Desde la colina detrás de los cazadores, un grupo aparece. Pero no son refuerzos de Natan, ni miembros de la manada. Son extraños. Armados. Organizados.Y entre ellos... Eliot.—¡Bajen las ar
Los árboles se estremecen.Un murmullo recorre el bosque como una lengua venenosa. Ramas que crujen, hojas que tiemblan, y un hedor espeso a sangre vieja y metal oxidado. Algo se aproxima. No con el sigilo de un depredador, sino con la arrogancia de quien se sabe invencible.Mi espalda se tensa. Cada fibra de mi cuerpo, cada nervio, vibra con una certeza primitiva: vienen por nosotros.Y no son hombres lobo.—Están cerca —susurra Eliot, con la vista clavada en el follaje. Tiene una pistola en la mano, pero la sostiene como si supiera que no servirá de nada.Rita está detrás de mí, su respiración cálida contra mi nuca. Quisiera protegerla de todo, arrancarla de este infierno y esconderla bajo tierra si fuera necesario. Pero no hay más escondites. No hay más tiempo.Y entonces aparecen.Salen de entre los árboles.Uno primero. Luego tres más.Silenciosos. Imponentes. No tienen pelaje como nosotros, sino piel grisácea, pulida, como si hubiera sido moldeada en acero líquido. Ojos sin pupi
Llegamos al amanecer. No queda nada del cielo, solo un tono gris opaco que tiñe todo de desolación. El antiguo santuario se alza como una ruina silenciosa en medio del bosque olvidado, oculto por la niebla y el paso del tiempo. Piedras rotas, vitrales vacíos, hiedra trepando por los muros que aún resisten. Tiene forma de cruz y huele a humedad, a memoria. A muerte.—Aquí solíamos venir de niños —le digo a Rita mientras le aparto una rama del rostro—. Antes de que la manada se dividiera. Era un sitio neutral.—¿Y ahora?—Ahora es el único lugar que no figura en ningún mapa.Entramos. La puerta de hierro cruje como un animal moribundo. Adentro, el eco de nuestros pasos suena como un disparo. Natan va detrás. Eliot también, rengueando, apoyado en su rifle modificado. Lorens cierra la marcha, tenso como un resorte. Ha cambiado. Todos lo hemos hecho.—Tenemos poco tiempo —dice Natan, observando los ventanales rotos—. Si los híbridos sobreviven al último ataque, nos seguirán.—No es solo es