El sol estaba comenzando a ocultarse cuando salí al exterior, rodeado por la frialdad de la noche que comenzaba a tomar el control de la ciudad. Las sombras parecían crecer con cada paso que daba, y en mi pecho, el peso de la decisión que se cernía sobre mí se hacía cada vez más insoportable.Rita aún no sabía a qué me enfrentaba, no completamente. No sabía lo que era ser el alfa de una manada, ni lo que significaba ser parte de una guerra por el control. No entendía el precio de la lealtad, lo que significaba traicionar a tu propia sangre, ni el sacrificio que iba a ser necesario para salir de esto intacto.Pero a medida que avanzaba por las calles, una parte de mí sabía que no podía seguir escondiendo la verdad.El encuentro con Natan había sido solo el principio. La batalla no se libraría solo con fuerza bruta; no solo se trataba de ganar o perder, sino de destruir lo que había construido en mi vida. Y, en ese preciso momento, era imposible pensar en otra cosa más que en Rita.Me d
El aire de la noche estaba más frío de lo que recordaba, y por un momento, sentí que cada paso que daba me acercaba al abismo. Al abrir la puerta, sentí la mirada de Rita clavada en mi espalda. El silencio en la casa era ensordecedor, como si el mundo entero estuviera conteniendo la respiración, esperando a ver qué haría.Aún podía oír la voz de Deter resonando en mi cabeza, las palabras pesadas sobre lo que se avecinaba. "Hay algo más, Luke." Aquella frase me atormentaba, pero no tenía tiempo para pensar en ello ahora. Tenía que enfrentar lo que se venía. No podía seguir huyendo de mis responsabilidades. No podía dejar que Natan ganara. No si eso significaba perder a Rita.Me dirigí al baño, la mirada fija en el espejo mientras me lavaba las manos. Las gotas de agua caían como la presión que sentía sobre mis hombros. No podía dejarla atrás. Rita no lo entendía, no de la misma forma en que yo lo hacía. El compromiso, el sacrificio, todo lo que estaba dispuesto a dar por proteger a mi
Las horas se alargaron en la quietud de la casa, y aunque el cuerpo descansaba, la mente no dejaba de atormentarme. Los pensamientos sobre Natan, la manada, el futuro de Rita y el mío propio, se mezclaban en un caos dentro de mí. Cada vez que cerraba los ojos, veía su rostro, el de mi hermano, el de mi enemigo, un hombre que no dudaba en destruir todo lo que tocaba por poder. Y entonces, la imagen de Rita aparecía, interponiéndose entre las sombras de mis pensamientos. Su mirada, su calma, me daban un refugio que ya no sabía si merecía.De repente, la puerta se abrió lentamente. Rita estaba en el umbral, su figura delicada, pero con una fuerza interior que yo había empezado a conocer. Era como una tormenta silenciosa, suave pero capaz de destruir todo a su paso si se lo proponía.—Luke… —dijo con voz baja, pero segura. Su expresión era seria, el mismo brillo de determinación en sus ojos que me había conquistado desde el primer momento.Me incorporé en la cama, mirándola sin entender p
La noche ya estaba sobre nosotros cuando Rita y yo nos apartamos, pero el aire entre nosotros seguía cargado con esa energía inconfundible, esa tensión que no sabíamos cómo manejar, pero que, de alguna manera, nos atraía cada vez más. Los latidos de mi corazón resonaban en mis oídos como tambores de guerra, un recordatorio constante de la batalla interna que libraba dentro de mí. Había elegido quedarme, había elegido a Rita, pero ¿realmente podía vivir con esa decisión?El reloj marcaba las horas en silencio, y la casa parecía sumida en un extraño sueño, ajena a la tormenta que se avecinaba. No podía ignorar lo que Natan estaba planeando, ni lo que significaba para mi manada. Mi deber como alfa era claro, pero el deseo de proteger a Rita, de estar con ella, complicaba todo. Era como si el universo me hubiera puesto entre la espada y la pared, y ninguna opción parecía correcta.Rita se alejó unos pasos, su rostro ahora serio, pensativo, como si también estuviera procesando lo que acaba
El aire en la habitación estaba cargado, como si la tormenta estuviera a punto de desatarse. Yo no sabía si estaba listo para lo que implicaba mi decisión, pero, por primera vez en mucho tiempo, sentía que al menos estaba tomando las riendas de mi vida. Rita había dicho lo que todos evitaban decirme: tenía que ser honesto conmigo mismo. Y, tal vez, eso era lo más aterrador de todo. Porque al mirarla, en ese instante, supe que ya no había marcha atrás.La noche continuó avanzando en su curso, pero yo ya no podía pensar en el sueño. El eco de nuestras palabras seguía resonando en mi cabeza. Rita se había retirado un poco, no físicamente, pero sí emocionalmente. Sabía que lo que había dicho no era fácil de digerir. Ella también estaba en un punto de no retorno, y aunque intentaba esconderlo, podía ver la incertidumbre en su mirada. No sabía si confiaba completamente en mí, y lo entendía. Mis decisiones hasta ese momento no le daban demasiadas razones para hacerlo.Me pasé las manos por e
El aullido resonó en la distancia, un recordatorio brutal de lo que dejaba atrás. En mis venas aún corría la rabia, la necesidad de liderar, de controlar, de ser el alfa. Pero la figura de Rita, su suavidad, su paciencia, todo lo que representaba para mí, me arrastraba hacia un abismo del que no podía volver. Y lo aceptaba. Sabía que, de alguna manera, este deseo tan visceral por ella y por mi vida juntos me estaba despojando de la capa de líder que tanto había protegido.La casa estaba en un silencio tenso, pero la presión de lo que venía ya se sentía como una ola gigantesca, levantándose desde el fondo, lista para arrastrarnos. La decisión que había tomado no era algo sencillo; era un peso sobre mis hombros. Rita era el ancla que me mantenía conectado a la humanidad, a la emoción, a la verdad que había querido evitar durante tanto tiempo.Me miraba desde el otro lado de la habitación, su mirada tan directa que sentí que me desnudaba, pero no de una forma física. Era como si pudiera
El viento golpeaba mi rostro cuando salí de la habitación, dejando atrás el calor de Rita y la calma relativa de este pequeño refugio. La puerta se cerró con un suspiro detrás de mí, y aunque no lo quería admitir, sabía que el camino que tomaba no iba a ser fácil. Cada paso hacia la salida de la casa era un peso adicional sobre mis hombros, como si la tierra misma me estuviera reteniendo, como si me negara a ir. Pero, aunque todo dentro de mí gritaba por quedarme, la manada me llamaba, y no podía ignorarlo más.Rita… su rostro, su mirada, estaba grabado en mi mente. No me importaba cuán fuerte fuera la necesidad de regresar a la manada, de reclamar lo que era mío por derecho, no importaba cuán profundamente estuviera arraigada la obligación de ser el líder. Lo único que me importaba ahora era ella. Y aunque no podía estar con ella, no podía evitar pensar que la forma en que me sentía había cambiado. Ya no era solo el alfa. Ya no era solo el líder de una manada de lobos. Ahora, algo de
La niebla cubría el suelo, espesándose conforme me acercaba al territorio de la manada. Cada paso que daba era más pesado, como si la tierra misma quisiera retenerme, frenarme, hacerme dudar. Pero no podía. Mi mente estaba llena de imágenes de Rita, de su rostro, de su fragorosa ternura, de la forma en que me había visto cuando estaba al borde de la muerte, y cómo me había salvado. Sabía lo que significaba para mí ahora. Sabía que no podía abandonar lo que había comenzado con ella, pero también entendía que, si no volvía a tomar el control, todo lo que habíamos construido juntos se perdería. No solo la manada caería en manos equivocadas, sino que mi propia identidad quedaría deshecha.Las figuras de los lobos se perfilaban entre los árboles, sus siluetas recortadas por la luz de la luna llena. El viento les traía el olor de mi presencia, y ellos lo sabían. Los lobos rebeldes, aquellos que me habían atacado, ya estaban aquí. No iba a ser un enfrentamiento sencillo. No lo había sido nun