CAPÍTULO 102

—Eres mía y siempre lo serás —le susurró James al oído, las sostuvo en sus brazos mientras ella se desplomaba.

Cada vez que esos ojos color miel se le aparecían en frente, un terrible miedo se apoderaba de ella, su presencia siempre era sinónimo de sufrimiento y dolor.

Cuando abrió los ojos, él ya no estaba, pero sí las mismas chicas en ropa interior que había visto tiradas en el suelo como trapos viejos. Había sido engañada otra vez, ¿cómo podía ser tan imbécil? Pensó, mientras se acurrucaba en el piso en posición fetal y rompía en llanto, no era la única que lloraba en aquella habitación.

Estaba rodeada de almas muy parecidas a ella; heridas, rotas, con un daño interno irreparable.

Había sido víctima de su propia inocencia, había estado tanto tiempo protegida en una bur

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