Un grupo de jóvenes y rebeldes ángeles deciden desobedecer a su creador y bajar a la tierra para ayudar a la humanidad que está al borde de la extinción y sin rumbo después de una tercera guerra mundial, pero su presencia desata otra batalla entre humanos y demonios por la posesión de sus valiosas plumas. Leonel Sarpa nos muestra en esta novela fantástica unos ángeles muy humanos, lejos de los estereotipos socorridos por el género y nos enseña un mundo más cercano a lo que debería ser “en realidad” la existencia de esos seres.
Leer másNaolia fingió quedarse dormida. Conocía la rutina de su padre de memoria y sabía exactamente lo que iba a pasar los próximos minutos antes de salir. Gibaros entró en la habitación y se acercó lentamente al lecho donde yacía su hija. La tocó suavemente por el hombro y al no obtener respuesta suspiró aliviado. Salió un rato y regresó con una manta; la extendió al lado de Naolia y la hizo rodar, envolviéndola en ella para que no se resfriara. Con un movimiento repetido miles de veces la cargó en brazos y se dirigió al vehículo blindado que le esperaba en las afueras del complejo. Al llegar a la parte posterior del auto ya la puerta trasera estaba abierta. La colocó suavemente en el interior y le dio un beso tibio e imperceptible en la frente. Ella casi abre los ojos y se lanza al cuello de su padre para suplicarle por la vida del ángel. Ardía en de
Los cuatro ángeles despertaron desconcertados y adoloridos. Fuertes cadenas les apretaban las manos y los pies, manteniéndoles en posiciones sumamente incómodas. A pesar de la confusión de sus sentidos trataron con todas sus fuerzas de desatar sus alas, amarradas con durísimas cintas de carbono. No lograban entender qué les había sucedido, cuando una puerta en el oscuro cuarto donde se encontraban se abrió y vieron espantados la silueta de un ángel mayor con las alas desplegadas y completamente negras. Al adaptarse los ojos a la nueva fuente de claridad que entraba por la puerta, pudieron divisar que se trataba de Gabriel. Entró al lugar y detrás de él también lo hicieron tres humanos fuertemente armados con fusiles automáticos, quienes se posicionaron pegados a la pared más alejada de ellos y les apuntaron con las armas después de rastrillarlas, en clara señal de q
—Tengo una misión para ti. Algo muy importante en lo que no puedes fallar. En cuanto a la paga te diré que no tendrás que preocuparte por dinero en un buen tiempo.— ¿A cuántos tengo que liquidar? —preguntó Murillo con menos emoción que si estuviese hablando de sus zapatos.—A uno solo —respondió Gibaros mirándole a los ojos por primera vez desde que el hombre entrara.A Murillo no pareció importarle. Le daba lo mismo uno que ochenta, de todos modos no hacía otra cosa que mandar infelices al infierno todo el tiempo, por paga o por diversión. A los ojos de Naolia el asesino parecía mucho más atroz que en sus recuerdos. Su cara se había transformado en una mueca cruzada en todas las direcciones por cortes y cicatrices; huellas seguramente de sus múltiples batallas y prueba de su destreza y suerte en la pr
Cada vez que tenía que ir a inyectarse una pluma, Naolia aprovechaba para hacerse la enferma y permanecer uno o dos días cerca de Reilar, aunque no se atrevía a ir a visitarlo porque los hombres de su padre seguro la delatarían. Así que solo se podían ver cuando ella insistía en recoger personalmente la pluma al asegurar que se sentía mejor cuando lo hacía. Realmente lo único que necesitaba era ver que estaba bien dentro de lo posible y aunque intentó que su padre ordenara que le castigasen menos o que no le drogasen, no consiguió un mejor trato para él. Con la posible rebeldía del ángel y la consiguiente aniquilación de todos bajo su pode
La joven caminaba detrás de su padre, quien iba sentado en una silla de ruedas guiada por una mujer. A sus espaldas cerraban la marcha dos descomunales hombres, metidos en trajes más o menos decentes. Dejaron las instalaciones principales y se internaron en un largo y sinuoso pasillo, que se tornaba con cada curva más oscuro y sucio. Los pasos, amortiguados por el polvo acumulado durante años, se hacían silenciosos y la suela de los zapatos se pegaba al piso húmedo. Llegaron delante de una enorme puerta metálica y oxidada. Otros dos hombres que la custodiaban las abrieron para ellos, quitando un gran candado cogido con cadenas y causando un chirrido espantoso que le erizó los pelos de la nuca a Naolia, quien se encogió de hombros y siguió a su padre sin hacer ninguna pregunta. Los custodios miraron por una ranura muy estrecha y asintieron con la cabeza, retirando las dos vigas metálicas que la reforzaban.
— ¿Qué te pareció el humano? —le preguntó Gabriel a Galadiel mientras se alejaban del lugar escogido para la reunión de negocios.—Interesante sin duda alguna; parece que no se impresionó mucho, ni siquiera preguntó qué éramos, como suelen hacer todos cuando ven nuestras alas.—Quizás sea un poco más inteligente que la mayoría o tal vez ya sabría de nuestra existencia. Lo cierto es que tiene algo que no me gusta...una determinación en su mirada o un deseo muy arraigado en su alma; algo carcome a ese hombre y le hace peligroso. Lo raro es que no supe lo que era; de todos modos tengamos cuidado con él.—Eso quiere decir que cuando deje de ser útil debemos de desecharlo, ¿no?—Exactamente mi querido Galadiel; hemos llegado hasta aquí por la sencilla ra
Casi todo el ejército de Gibaros se encontraba en la instalación esperando la llegada de los demonios, aunque les dieron órdenes de permanecer ocultos a la gran mayoría. El jefe no quería demostrar que temía un ataque repentino de ellos, aunque la entrevista previa le convenció de que realmente se trataba de un pacto y no de una jugarreta para eliminarlo debido a la competencia.Justo despuntaba el sol en una turbia cortina de polvo atmosférico que se acrecentó debido a una pequeña tormenta cercana al este de donde estaban. Enseguida llegó la noticia de que dos sujetos se acercaban al lugar cargando una bolsa. Al llegar se dejaron revisar sin problemas por los hombres de la entrada y se introdujeron en el escondite como si toda la vida hubiesen vivido allí. Caminaron hasta llegar frente al mafioso que los esperaba de pie detrás del buró.—Bienvenidos. Tomen asiento,
En el campamento todo marchaba según lo habían planeado el grupo de los cinco ángeles jóvenes que llegaron materializados en adolescentes humanos, que después de un corto tiempo ya estaban recogiendo la cosecha de personas agradecidas y temerosas de Dios que venían sembrando pacientemente. Todos hablaban de estos niños que los trataban con una especial dulzura y que les hablaban de los caminos olvidados que el creador les señalaba desde su palabra escrita. El llanto de sus ojos al perder a alguien o al ver la alegría de una madre cuando sanaban a sus hijos moribundos, estremecía al alma más endurecida por la guerra y la muerte. Muchos volvieron a rezar diariamente y a tomarse de las manos antes de alimentarse; muchos acudían un día a la semana para escuchar a uno de estos jóvenes, disfrazados para no levantar sospechas, pronunciar bellos y esperanzadores discursos. Cuando pod&iacu
Paco Gibaros permanecía parado frente a la puerta de acero abierta de par en par, observando con detenimiento los cadáveres de sus hombres esparcidos en raras posiciones en medio de sendos charcos de sangre con las armas todavía en sus manos.— ¿Y dices que no se escuchó ni un disparo? —le preguntó a otro que permanecía a su lado con el horror dibujado en el rostro.—Ni uno solo, señor. Parece cosa de hechicería.—La hechicería no existe. En cambio los hombres incapaces sobran —lo miró por encima del hombro y vio cómo bajaba la mirada—. Parece que subestimé el valor del prisionero; algo así no se hace por un cualquiera; debieron mandar un comando de élite bien entrenado.—Señor, hay un sobreviviente del ataque y dice que fue un solo hombre.— ¿Por qué no empezaste por eso? Vamo