Alaric Me habían sacado de quicio; habían sacado lo peor de mí. Un gobernante se debe a sus súbditos, y yo estaba seguro de eso, así como de que muchos me necesitaban. No ignoraba el hecho de que Valerius estaba causando destrozos donde podía. Que las alimañas de sus aliados se sentían apoyadas, al fin. Vistas, respetadas, temidas. Pero volvíamos al mismo problema de siempre, el que había provocado la catástrofe en la guerra anterior: cada manada pensaba solo en sí misma, y cada alfa se preocupaba por conseguir aún más poder. Sentía que iba a perder los estribos. No había querido echarles en cara a todos estos la poca ayuda que había recibido, y me parecía que era bien conocido por todos lo que había sucedido en el pasado. Pero tal vez olvidábamos la historia y solo pensábamos en el presente. Descubrí que la necesitaba a ella terriblemente, que solo junto a ella recobraría la calma, pero no podía traerla a este caos. Por eso Rachel se posicionó a mi lado, y mientras todos estaban
Celeste Había escuchado rumores de varios encuentros entre los alfas y de constantes discusiones. Rachel no parecía tener descanso ni paz, y decían que Su Majestad estaba de pésimo humor. Yo no podía saberlo, pues él casi no había pasado por la habitación.Estábamos en la habitación de Carmen, ayudando a Marina a arreglarse. Se suponía que íbamos a ir las tres juntas. Pero de un momento a otro, el plan cambió, y solo iría Marina.—Su Majestad suele dar la bienvenida a todos. Pero los alfas se han vuelto extremadamente recelosos de la presencia de humanos y vampiros; solo quieren que vayan lobos. Lo sé, es una estupidez— indica la guerrera. La situación debía ser bastante complicada para que incluso la famosa Luna humana, la de la profecía, no fuera a asistir. Carmen lucía cansada, y su mate, un alfa gigante y rubio, casi no se separaba de ella.—No les ha agradado nada a los alfas que siempre han estado con Su Majestad, pero son sacrificios que debemos hacer para lograr la paz. Mi pr
Fabrizio —Son todas buenas noticias, Fabrizio. No puedo creer que después de tantos años, por fin sepas su nombre. Margarita… sin duda, una flor —murmura Xavier, mientras tengo la mano en mi bolsillo, sosteniendo ese reloj donde he guardado la flor de ella durante tanto tiempo.—Han sido avances fantásticos. Y creo que no es casualidad; la rueda está girando, gran alfa. Todos los sucesos que vendrán están entrelazados, cada cosa tiene que ver con la otra. Aunque lamento decir que los acontecimientos que se acercan no serán fáciles.—Te entiendo. Hemos pasado por una guerra, luego otra, y esta parece ser la definitiva.—Tal vez. He visto tantas cosas en mi vida… no puedo decir que haya tenido mucho tiempo de paz, excepto con Alaric.—Estoy de acuerdo —dice él, mientras observamos al resto de los invitados, la mayoría alfas y lunas. Yo era el único vampiro; no había humanos. Me molestaba que esos alfas mediocres finalmente hubieran ganado, pero entendía por qué Su Majestad lo hacía.—¿H
Celeste Cada paso que me alejaba de él lo sentía como un dolor en el pecho. Hacía pocas horas él me había tocado de una forma tan intensa que mi cuerpo aún recordaba el camino que habían dejado sus dedos; tenía pequeñas marcas en el cuello, mi piel rogaba por él. El rey me habló del futuro, de lo que haríamos juntos, de que me llevaría a un lugar especial. Pero, después de esa cena, él no volvió. Me quedé en la noche pensando en que volvía a ser lo mismo: yo, la tonta humana esperando por un rey alfa, un ser superior al cual yo no estaba a su altura. ¿De qué vale tener algo en secreto? Los secretos son sucesos escondidos por una razón: vergüenza, miedo, desconfianza, y ninguna de esas sensaciones es buena.En la puerta, cuando nos íbamos, él se quedó ahí, intentando decirme algo, pero las palabras no salieron de sus labios. ¿Qué iba a decirme? ¿"Mi cielo, mi amor, eres la mujer de la que estoy enamorado"? Pero esas palabras nunca llegaron frente al resto de las personas que nos acom
Alaric—Su Majestad… —me tomó del brazo Rachel. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que ella se había ido. Yo me había quedado mirando al horizonte, viéndola, incluso cuando ya no estaba. ¿Qué esperaba? ¿Que ella volviera por mí? ¿Que corriera a mis brazos? Y, aunque lo deseaba más que nada, yo mismo le había dado los medios para irse. Lo había visto en mi sueño: ese lugar era importante y ella debía estar allí. —Ella no va a volver a tus brazos, mucho menos después de que no la viéramos en toda la noche. Y dale gracias a la Diosa de que no puede oler que has estado cerca de esas lobas detestables —gruñó Roy. Había sido necesario. No sonaba bien, pero yo tenía que buscar la mejor estrategia para mantener a los alfas contentos y, a la vez, postergar la búsqueda de mi esposa. La guerra acabaría y, quizás entonces, la presentaría como mía. Estaba dispuesto a quemar el mundo si era necesario. —Pero no ahora. Eso es lo que te repites. Eres un verdadero cobarde —replicó Roy, m
Fabrizio—Estoy tardando más de lo pensado. Es como si el poder no encontrara dónde asentarse —indica Celeste, cansada pero evidentemente feliz. Había tardado, pero había podido canalizar el poder, y ahora parecía que sus ojos brillaban. Yo confiaba que el poder no era tan contundente como para llamar la atención de nuestros enemigos. Eva no había visto a nadie. Elías, exhausto, descansaba recostado contra una pared. —No hay ningún problema, siempre que te sientas bien y no te estés consumiendo demasiado. —No lo estoy. Me siento incluso… más fuerte, revitalizada de alguna manera, aunque mi cuerpo se está acostumbrando —menciona. El fuego ahora tenía llamas con puntas azules. Habíamos notado que cambiaban cuando colocábamos diferentes tipos de ramas y troncos, o cuando ella salpicaba algunas gotas de agua. —¿Qué es eso?— pregunto. —Creo que le afecta algunas cosas, podría jurar que son los cuatro elementos— explica ella entusiasmada. Esa era la clave. Cuando Celeste se sintió má
Alaric —¿Cómo es esto posible? ¡Estaban debilitados esos estúpidos prisioneros! ¡Semanas atrapados en mis mazmorras! ¡Yo mismo había golpeado, cortado y torturado a Félix!—grito, desaforado, mientras sigo a Amelia. Me percato de que su expresión es de puro terror. —¿Qué más sucedió? —pregunta Xavier, justo cuando llega a mi lado, llamando a los guerreros. —Debemos monitorear los alrededores. Tienen que haber ido a algún lado. Seguiré su olor —dice Damián, antes de alejarse rápidamente. Mientras vamos tas Amelia, a la enfermería. —Iban huyendo, pero alguien intentó detenerlos... —murmura ella, y cuando veo a la persona en la camilla, con vendajes empapados en sangre, siento cómo se me cae el alma al suelo. —Diana... —Estoy bien, Su Majestad. Intentaron herirme, pero Amelia llegó para atenderme. Si solo hubiera sido más fuerte, habría podido detenerlos... —dice Diana, su voz quebrada, mientras observo sus heridas. Los recuerdos de otras pérdidas, de amigas y guerreras caídas
Alaric—Su Majestad… piense en el futuro, piense en lo que está por venir. Ni Amelia, ni Fabrizio, ni todos a quienes usted ha defendido estarían de acuerdo con esto —dijo Xavier, separándome de la escena— Veo que tiene rasguños en los brazos. No sé si se los he provocado yo o si fue al separar a los otros alfas. El lugar era un caos. Había matado a un alfa, alguien que supuestamente era mi aliado y al que yo debía proteger. Los demás estaban horrorizados; ahora me señalaban con sus manos mientras Amelia y Damián intentaban poner orden. Diana estaba en la enfermería, herida. Mis prisioneros enemigos estaban sueltos. Esto era un desastre. Al menos ella estaba lejos de todo esto, afuera, a salvo. —¡Luchamos por ella! —rugió Roy, mi lobo interior—. ¡Ellos no debieron meterse con ella! Ella es nuestra mate. Pero ellos no sabían quién era ella para mí. Y eso era culpa mía. —¡Asesino! —¡Ha acabado con uno de nosotros! —gritaba alfa Daniel. Durán no podía creer lo que veía. Mis guer