—¿Valentino? —el rostro de Lirio reflejó total asombro y desconcierto al ver al hombre que la había rechazado el día anterior, parado frente a su puerta con una media sonrisa que parecía más fingida que genuina— ¿Qué haces aquí?.—Vine a ver cómo estabas —mintió casualmente—. Me preocupé por tu esta
La tan esperada noche finalmente había llegado. A medida que los miembros de la familia regresaban uno por uno de sus quehaceres diarios, percibieron un ambiente peculiar, especialmente con los sirvientes que se movían de un lado a otro, llevando platillos y organizándolos en la mesa.—¿Qué está ocu
—Valentino nos invitó porque tiene algo que informar, mi abuela ya lo ha dicho —reiteró la castaña, con su mirada afilada y un tono de voz indiferente y arrogante.—Ya es suficiente —cortó Atenea con calma, dirigiendo la mirada a su esposo—. Diles, amor mío, diles la verdad.—¿Qué quiere decir esta
—Es verdad —confirmó—. Todo lo que dijo mi esposa es cierto, Lirio. Nunca te he amado; lo que sentí por ti fue más bien pena y agradecimiento, carente de un afecto profundo. Lo siento, pero era necesario que lo supieras. Nunca te miré de esa manera.—No puedes estar hablando en serio... —pronunció L
—¿Qué hace este individuo aquí? —cuestiona Valentino.La pregunta de Valentino desconcierta a la rusa, quien rodea de inmediato la mesa para enfrentarlo, con las miradas de todos puestas sobre ambos.—Lenox es una pieza clave en todo esto. Lo he llamado porque es quien posee las pruebas de mis afirm
—Es increíble la astucia de estas serpientes —Atenea rompe el silencio—. Todo fue meticulosamente planeado —observa a Valentino, quien está callado, sumido en el infierno interior que se ha desatado dentro de él—. Siempre te has dejado manipular por ella, Valentino. Siempre has sido su juguete, y lo
La mansión se sumió en un silencio total tras el arresto de las dos criminales. Clodan se retiró con los oficiales, mientras Valentino subió a su habitación y se encerró, sin dirigir la mirada a nadie en el salón. Los sirvientes retomaron sus quehaceres, y Dimitri, al igual que su primo, se recluyó
—Puedes mofarte de mí ahora —esa voz ronca en su oído la desconcertó. Estaba cargada de tristeza y dolor, incluso ella podía sentirlo —. Puedes lanzarme todas las maldiciones que desees. Ya no me queda nada.—Parece que lamentas haberla perdido.—Ni por un instante la quise en mi vida —confesó, apre