Capitulo 88.

Capitulo 88.

El silencio de su habitación ya no era un refugio. Había dejado de ser la celda invisible de su derrota y se había transformado en un templo para su nuevo propósito. Las paredes eran cómplices y la tinta y el papel sus armas.

Helena ya no lloraba.

Las lágrimas se habían secado como los ríos en invierno, y en su lugar había nacido una paciencia cortante, dura como el hielo del norte. Cada noche escribía. Su caligrafía, elegante pero firme, trazaba mentiras con tanta gracia que se le antojaban verdades. Los Alfas no recibirían súplicas, sino insinuaciones. No amenazas, sino advertencias disfrazadas de preocupaciones. No ruegos, sino proposiciones veladas que rozaban el filo del escándalo.

Helena comprendía mejor que nadie cómo funcionaba el poder cuando no se ostenta: se insinúa, se susurra, se propaga como el humo. Y el humo, si se cuela por los pasillos adecuados, puede provocar un incendio.

La primera carta se la envió a la compañera del Alfa de la Manada del Valle
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