Capítulo 85. Ada caminaba por los jardines del castillo. Necesitaba despejarse, escapar de las obligaciones y sentirse libre de nuevo, aunque solo fuera por unos minutos. Era feliz por su nueva posición, claro estaba, pero aún seguía atormentada con los recuerdos del pasado, y a eso ahora le sumaba que en su cabeza siempre se encontraba el mismo pensamiento: Liam. El Alfa de la manada Red Moon no cesaba en su empeño de cortejarla, y aunque sus palabras eran dulces y su actitud aparentemente sincera, Ada no podía evitar dudar de sus intenciones. Sabía que el poder era un imán peligroso, y ahora que había sido nombrada Reina del Sur, más de un hombre lobo intentaría acercarse a ella con promesas de devoción, cuando en realidad sólo buscaban el poder que les ofrecía el tronó. La brisa nocturna jugaba con los mechones sueltos de su cabello, y las hojas de los árboles se balanceaban suavemente. El aroma de las flores nocturnas, mezclado con el de la tierra húmeda, le recordaba una época
Capítulo 86. Ada se encontraba en la torre más alta del castillo, observando el amanecer. Aquella noche apenas si había dormido y sin poder evitarlo había subido para ver el amanecer, aún no había olvidado que a Lukyan le encantaba hacerlo. Apenas unas horas antes había descubierto que estaba embarazada. Ada no podía creerlo, estaba claro que no era el mejor momento para ser madre. Pero desde el primer segundo en el que su madre le confirmó la noticia Ada comenzó a amar a ese bebé. Su mano descansaba sobre su vientre con una mezcla de asombro y temor. La confirmación de su embarazo la había sacudido de una manera que no esperaba. No se trataba solo de la vida que crecía en su interior, más bien era su nerviosismo estaba asociado a un nombre: Lukyan. Él había sido su mayor desafío, su tormento y su amor verdadero. Pero después de todo lo ocurrido, después de la traición y los secretos que los separaban, Ada sabía que no podía permitir que Lukyan supiera la verdad. No porque dudara
Capitulo 87. En el castillo del Rey Alfa del Norte. La nieve caía con suavidad sobre las tierras del norte, cubriendo los tejados con un manto blanco. Desde la gran ventana de su habitación, Helena observaba el paisaje congelado del norte. Cada copo que tocaba el cristal era como un eco de su propia desolación, de ese vacío que se anidaba en su pecho desde hacía semanas. Había pasado más de un mes desde que Ada se había marchado. El escándalo de su ruptura con Lukyan había sacudido los cimientos del castillo, pero el rey Alfa jamás ofreció una explicación pública. Rechazó a Ada, sí. Pero lo hizo con la misma frialdad con la que ahora trataba a Helena: distante, ausente, casi mecánico. La ausencia de Ada no la había acercado a él; al contrario, parecía haber erosionado lo poco que quedaba de su vínculo. Helena se sentó frente al tocador, pasando una mano temblorosa por el delicado encaje de su vestido. Era uno de los que Lukyan había mandado confeccionar para ella cuando parecía qu
Capitulo 88. El silencio de su habitación ya no era un refugio. Había dejado de ser la celda invisible de su derrota y se había transformado en un templo para su nuevo propósito. Las paredes eran cómplices y la tinta y el papel sus armas. Helena ya no lloraba. Las lágrimas se habían secado como los ríos en invierno, y en su lugar había nacido una paciencia cortante, dura como el hielo del norte. Cada noche escribía. Su caligrafía, elegante pero firme, trazaba mentiras con tanta gracia que se le antojaban verdades. Los Alfas no recibirían súplicas, sino insinuaciones. No amenazas, sino advertencias disfrazadas de preocupaciones. No ruegos, sino proposiciones veladas que rozaban el filo del escándalo. Helena comprendía mejor que nadie cómo funcionaba el poder cuando no se ostenta: se insinúa, se susurra, se propaga como el humo. Y el humo, si se cuela por los pasillos adecuados, puede provocar un incendio. La primera carta se la envió a la compañera del Alfa de la Manada del Valle
Capítulo 89. El sol apenas comenzaba a asomarse por el horizonte cuando el estruendo de los cuernos de guerra rompió el silencio helado de la madrugada. El asedio al castillo del Norte había comenzado. Ajax y su ejército se movían como piezas bien colocadas en un tablero que llevaban meses estudiando. Iván, montado en un caballo tan oscuro como el rencor que lo consumía, observaba las murallas con una sonrisa cargada de victoria anticipada. Esta vez, no pensaban fallar. Esta vez, Lukyan caería. Y con él, el Norte. El trono sería suyo, por fin. —Conocemos cada rincón de ese castillo —murmuró Iván—. Cada costumbre. Cada punto débil. Y lo más importante… conocemos su herida más profunda. Ajax asintió con confianza. —Ada ya no está. Lukyan no es el mismo. Está solo, débil. Hoy acabaremos con él. La primera oleada fue salvaje, los cimientos del castillo comenzaban a templar, los arietes golpearon sin descanso las puertas principales, y desde los costados, una lluvia de flechas oscure
Capítulo 90. El calabozo del castillo era un lugar húmedo, oscuro y maloliente. Un sitio donde la esperanza se pudría más rápido que las ratas muertas que rodaban por el suelo. Ajax estaba sentado en el rincón más lejano de la celda, con las manos esposadas con cadenas de plata y la mirada clavada en las piedras del muro. A su lado, Iván se paseaba de un lado a otro, como una bestia enjaulada, bufando de impaciencia. —Todo esto es por tu culpa —espetó Ajax de pronto, sin siquiera mirarlo—. Por tu incompetencia, por no seguir un maldito plan. Iván se detuvo en seco y soltó una risita seca, sarcástica. —¿Mi culpa? Por favor, no me hagas reír. Si alguien arruinó esto, fuiste tú. El gran Ajax, el estratega infalible… que no fue capaz ni de mantener a Ada bajo control. ¿Qué clase de líder eres si no puedes con una sola mujer? Ajax apretó los dientes. No porque Iván tuviera razón, sino porque cada palabra le dolía más que un golpe. —No perdimos la guerra por eso. Fue por tu idiotez, p
Capítulo 91. Cuatro meses habían pasado desde que Ada dejó el castillo de Lukyan. Parecía mentira todo lo que había cambiado su vida en ese tiempo. Ahora era oficialmente la Reina del Sur. Había encontrado su lugar en el mundo, restaurado alianzas y, además, estaba a punto de convertirse en madre. Pero en ese momento, nada de eso parecía importante. Lo único que tenía frente a ella era una montaña de papeles que no dejaba de crecer. Contratos, informes, propuestas, quejas, registros... todos querían su firma, su sello, su aprobación. Ella no se quejaba, al contrario, se sentía útil, necesaria, viva. Mientras se mantuviera ocupada no tendría tiempo para pensar. Se encontraba sentada en su despacho, su madre había insistido en que descansara. "Podrías dar a luz en cualquier momento", le decía. Pero Ada, como siempre, no hacía caso. —¿No deberías estar descansando? —dijo Talia desde la puerta, apoyada contra el marco con los brazos cruzados. —¿Y tú no deberías estar en la manada? —r
Capítulo 92. Dentro de la habitación, el calor era abrumador. Las ventanas estaban abiertas, pero el viento del sur, tibio y húmedo, no ayudaba a aliviar la tensión que se respiraba en el aire. Ada sudaba, jadeaba, gemía. Su cabello dorado estaba pegado a su frente, sus mejillas estaban encendidas, y sus manos se aferraban con fuerza a las sábanas arrugadas, a la mano de su madre, a la vida misma. Cada contracción la sacudía con una violencia casi sobrenatural. Era dolor, sí, pero también era poder. Había algo más en su interior que no era solo físico, algo que vibraba con cada espasmo, con cada quejido. Como si la tierra misma empujara junto con ella. Meredith, firme a su lado, no soltaba su mano ni por un instante. Le murmuraba palabras que sólo una madre podía decir con tal ternura. —Ya casi, mi niña. Eres fuerte. Eres más fuerte de lo que crees. La voz de Meredith se quebraba de vez en cuando, y sus ojos estaban enrojecidos, pero no se permitió llorar. No ahora. La pa