CAPÍTULO 4

El silencio es sepulcral y asfixiante, como si estuviera en medio de la nada. Escucho el sonido de mi respiración, el roce de mis largas uñas contra lo que parecer ser tela de seda, tan suave y relajante. Sin embargo, cuando los recuerdos de la desgracia vuelven a mí golpeando como un bumerán, exhalo con fuerza y abro los ojos de inmediato. El techo, de una madera bastante oscura, es lo primero que veo seguido de un elegante dosel que está sobre la cama, pero las cortinas permanecen recogidas, sumiendo la  habitación en oscuridad.

Me siento sobre las sábanas, finalizando mi recorrido visual sobre unos elegantes zapatos negros de charol, continúo subiendo la mirada y me encuentro con unas largas piernas enfundadas en un pantalón clásico negro y un pecho firme cubierto con una camisa de lino blanco. Tiene brazos fuertes y grandes manos con dedos alargados y pálidos. De repente, mi corazón late deprisa anunciando algo que no logro comprender, me dice mucho y a la vez nada, es un mar de emociones confusas. Aprieto las sábanas con fuerza, experimentando la necesidad de ver el rostro de aquel hombre que estoy segura tiene su mirada clavada en mí, puedo sentirlo. No logro evitarlo y levanto la vista, temerosa y contrariada por tan abrumadoras emociones, mis ojos reparan en dos azules tan claros como el hermoso cielo y tan penetrantes y enigmáticos como nada que haya visto jamás. Observo sin reparos su quijada marcada, labios carnosos y rojos, nariz perfecta, cejas pobladas y arqueadas, cabello rubio y largo que cae en mechones sobre su frente, sienes y hombros, aportando mucho más misterio e imponencia a su presencia. Su piel es muy pálida como la nieve.

Me llevo una mano a la boca, evidenciando mi sorpresa, la sorpresa de tener frente a mí al hombre que aparece en la mayoría de mis sueños y pesadillas, en escenarios bastante antiguos y anticuados comparado a lo que es el mundo hoy en día. No puede ser posible tener sueños con alguien que nunca se le ha visto, que se supone es un ideal que crea tu mente o inconsciente, que se supone es una nimia y estúpida pesadilla.

Acomodo el vestido blanco sedoso y ajustado que me llega por encima de las rodillas, dejando bastante piel descubierta. Torpemente avanzo hacia la puerta, pero a una velocidad inverosímil el hombre se interpone, provocando que jadee aterrada. Sus manos heladas se posan sobre cada una de mis mejillas y tirito un poco al sentir aquel frío sobre mi piel, dejándome desconcertada. Clava su mirada en mis ojos y continúa estudiando cada parte de mí, pero aquello me disgusta en gran manera, logrando ponerme de mal humor.

—Estás muy hermosa, mi bella, pero tan diferente a la vez... —Su aliento fresco acaricia mis labios, haciendo que mi corazón se descontrole por diferentes emociones que no identifico.

¿Temor, nervios, ansiedad, confusión, sorpresa o enojo? No sé ni lo que siento.

—No vuelvas a ponerme una mano encima, por favor. —Es lo único que logro decir.

Exhalo con dificultad, cerrando los ojos y tranquilizando a mi corazón, ese que ya no soporta más el dolor que me causa el toque de alguna persona. Quito sus manos de mi rostro y me echo hacia atrás, observando su gélida mirada y expresión neutral que me causa curiosidad. ¿Cómo saber si está enojado o confundido?

—¿Qué dices? —Se acerca de nuevo, con una mirada entristecida y cargada de un dolor que no comprendo—. Mi estrella, yo...

—No te acerques. —Levanto la mano en señal de advertencia y su cuerpo esbelto se detiene—. No te conozco, no sé quién eres. Tengo una condición que no me permite ser tocada por los demás, espero que lo comprendas... ¿Quieres decirme por qué estoy aquí? —Humedezco mis labios y echo mi largo cabello negro hacia un lado.

El hombre niega con la cabeza, como no aceptando lo que ve en mí, como si yo no fuera lo que él esperaba.

—Te salvé la vida, me llamaste y fui a tu rescate. Nos comunicamos entre pensamientos, ¿lo recuerdas?

De repente los recuerdos de la sangre escurriendo de mis brazos me vienen a la mente. Niego entre sollozos, no aceptando que mi única salida haya sido sido frustrada por alguien que no me conoce, que no sabe que el escape a mis demonios es la muerte, no sabe que solo así podré descansar y encontrar paz.

—Así que siempre fuiste tú. Pensé que esa voz solo era producto de mi imaginación, o de mis extraños dones. —Cierro los ojos, agachándome sobre la acolchada alfombra oscura.

—Siempre fui yo, mi estrella. ¿Qué te sucede? Deberías recordarme, es que... no lo entiendo.

Roza mi cabello con los dedos, lo que me llena aún más de temor.

—No soy tu estrella, no soy esa Electra que buscas, mi nombre es Opal Moldoveanu y viví en Nueva York casi toda mi vida. —Levanto la mirada y me encuentro con sus profundos ojos azules casi atravesar los míos—. Si bien pedí tu ayuda y te agradezco que hayas venido cuando pensé que a nadie le importaba, pero tenías que dejarme morir, era lo mejor, lo arruinaste.

Rompo en llanto, sintiendo más sufrimiento, más frustración y desazón dentro de mí.

—Cálmate mi bella... ¿Quieres que vuelva después?

Lo veo enderezarse y yo también lo hago, pero me he vuelto furiosa porque sus manos no parecen querer dejar de rozar mi rostro. ¿Quién se cree para tratarme así, quién se cree para tomarse estas atribuciones conmigo cuando le dije que no es cómodo que me toquen?

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo