CAPÍTULO 1

ADVERTENCIA 18+

Cuando siento los tibios rayos de sol en la piel, me desperezo en mi cama y desordeno las sábanas.

Hoy es mi primer día de clases en la universidad, y la verdad es que no me emociona mucho la idea.

Mi madre —como siempre—, se fue al trabajo sin despedirse y me he quedado sola en esta gran casa. Hace menos de un año vivimos aquí en Rumanía, ya que la empresa donde mi madre trabaja, pidió su traslado. Se dedica al desarrollo de bebidas. Originalmente nací en esta ciudad, pero nos fuimos a Nueva York a buscar un mejor futuro cuando apenas yo era casi una bebé. Aunque ya se sabe que por cosas de la vida, algunos acabamos regresando a nuestro lugar de origen.

Tomo la mochila y mi caja de cigarrillos, salgo de la casa mientras acomodo un poco mi cabello negro y largo, muchas veces ni lo peino en días. No me interesa mucho arreglarme, por lo que me he puesto unos jeans anchos, tenis y una camiseta básica negra. Camino a paso lento por las calles que están llenas de hojas secas, el viento las eleva violentamente. Me pongo mis auriculares en los oídos y le subo el volumen a la música clásica que me hace sentir menos miserable, dicen por ahí que las notas de piano llevan esperanza a donde no la hay.

Enciendo un cigarrillo antes de ingresar al clásico edificio. Mi madre me inscribió en la carrera de psicología en la Universidad de Bucarest, porque está convencida que esto ayudará a sanar mis problemas depresivos y traumas, y así ayudar a los demás que pasen por lo mismo. ¿Acaso piensa que es así de sencillo?, estoy muerta en vida y nadie puede entenderme.

Recuesto mi cabeza sobre el tronco de un árbol de cerezos mientras me fumo el humeante pedazo de veneno. «El cigarrillo te mata», observo con sorna al chico pelirrojo que acaba de decir aquello, el cual me observa con grandes ojos.

—Y eso a ti no te importa... —musito con fiereza.

Lanzo la colilla sobre uno de sus zapatos de cuero fino y sigo mi camino sin prestar la más mínima atención a sus palabras que me importan poco o una m****a. Entro al salón asignado y dejo que las clases pasen en aburrimiento. Es la hora y ni me entero del tema que habla el profesor.

—Señorita Moldoveanu, ¿qué opina sobre el tema? ¿Cree usted que lo sobrenatural existe y puede afectar la mente de una persona? —inquiere con mucho interés.

No quita su mirada de mis ojos ni de mis labios, es muy incómodo. Apenas logro darme cuenta de su actitud, no me agrada para nada. Desvío los ojos y niego con la cabeza, respondiendo a su pregunta.

—¿Podrías explicarnos el porqué? —Una chica pelirroja se interesa en mi respuesta. Me observa con demasiada atención, como tratando de descubrir mis pensamientos.

Levanto la mirada y veo fijamente hacia aquel hombre de ojos miel, cabello castaño y buen porte. Cuando mis ojos penetran los suyos, su semblante cambia a uno de sorpresa.

—Porque no me interesan esos temas. Además, ¿no es esta una clase de psicología?, aquí no entra lo sobrenatural. —Aprieto mis pálidos nudillos.

El aula queda en total silencio y el escandaloso timbre anuncia la hora del almuerzo. Tomo mi mochila y me levanto del asiento, voy hacia la puerta rápidamente, pero una mano toca mi brazo y siento mi corazón palpitar muy rápido. Aquel toque me quema y duele, mi respiración se vuelve irregular. No quiero tener otro ataque de pánico, no hoy... Los recuerdos de aquel maldito día vienen a mi confundida memoria y niego, me armo de valor y alejo rápidamente del agarre del hombre que frunce el ceño debido a mi actitud defensiva.

—Señorita Moldoveanu, con todo respeto, esa no es la manera de responder en clases, sea más respetuosa...

El profesor habla con una parsimonia y bondad que me parece fingida.

—No sabía que aquí estaba prohibida la libre expresión. Y no vuelva a tocarme, por favor. —Lo miro con fastidio y doy la media vuelta para alejarme de él.

Me marcho de allí y voy hacia el comedor, pero no se me antoja nada, casi nunca tengo hambre. Si me mezclo entre tantas personas, van a notar la cicatriz sobre mi ceja izquierda y empezarán a hablar de eso, como todos lo hacían en Nueva York.

Salgo de la universidad y noto que todas las personas fijan su vista en mí. ¿Acaso soy la única nueva aquí? Bajo los escalones con prisa cuando un grupo de chicas me mira con atención, como si supieran quien soy, como si me conocieran. Aprieto mi mochila cuando un chico vestido totalmente de negro pasa junto a mí y susurra algo que el viento se lleva rápidamente: «Si juegas con fuego...», me quedo estática, aquella frase la he escuchado antes, creo que en una de mis tantas pesadillas sin sentido.

Todo es tan extraño aquí, las personas, los objetos... Todo grita peligro y no me gusta la sensación que siento en mi corazón. Antes he dicho que no creo en lo sobrenatural, pero no es así, desde que era una niña experimento premoniciones, puedo comunicarme entre sueños y tengo visiones del futuro y el pasado. Siempre he sido la chica extraña de todas, la estúpida, la loca. Siempre he ignorado aquellos dones malditos, pero en el momento que los necesité, los ignoré y volvieron cuando estaba rota para recordarme que mi sufrimiento me lo había ganado por confiada.

Sigo de pie en medio de la entrada que empieza a quedarse vacía. Aquel doloroso recuerdo me hiela la sangre una vez más...

"«Llevo puesta mi mejor falda corta y mi blusa con mangas largas. Hoy quiero verme preciosa para él, Steven... Suspiro con solo recordar su nombre, estoy tan enamorada que nada podría bajarme de esta burbuja. Soy tan feliz porque el chico más lindo de la escuela se ha fijado en mí, en la rara invisible que se sienta en el rincón de la clase.

Cuando estoy lista bajo al primer piso y agarro mi bolso, lista para encontrarme con él en la esquina de la calle.

—¿Qué tal, linda? —Steven se acomoda el cabello largo y me observa con sus ojos verdes.

—Hola...

¡Es tan guapo y atlético!, pienso en mis adentros.

Me toma por la barbilla y acerca a sus seductores labios rojos. Quedo como una tonta al separarnos y acepto el casco que me tiende, subo a la motocicleta negra. En pocos minutos llegamos a una casa un poco descuidada, no se escucha aquella emoción en la calle, como casi siempre.

—¿Qué es aquí?

Toco los objetos empolvados y viejos. Se me hace extraño este lugar.

—Vamos hacia arriba, te tengo una sorpresa. Vamos a pasarla muy bien... —Me toma de la mano y lleva casi tropezando hacia la segunda planta. Enciende una vieja lámpara y la habitación se ilumina. Es un poco tétrico, como todo lo que le gusta a él. De repente, lo veo sacar una jeringuilla con un líquido que no puedo reconocer muy bien—. Esto nos va a poner a mil, te encantará...

La acerca a mi brazo, pero me muevo para que no lo haga.

—¿Q-qué es eso? —Observo la jeringa con dificultad.

—¿Acaso no confías en mí?

Se acerca y comienza a besarme el cuello, después pasa a mis labios y los devora. Me derrito cuando hace aquello. Pero siento que algo pica mi brazo y me aparto asustada. Steven tiene la jeringa entre sus manos y ha inyectado el tibio líquido en mí.

—¿Por qué lo hiciste? —reclamo.

—Ven aquí...

Empiezo a marearme y mi cuerpo cae frágil sobre la cama.

—Steven, me siento muy mal. —Trato de levantarme, pero siento mi cuerpo en las nubes y la cabeza me da vueltas.

—Solo relájate, nena.

Besa mi cuello y lo mordisquea mientras introduce sus manos en mi falda, pretende acariciar mi vagina, pero eso duele.

—No quiero... ¡Déjame! —Empujo su pecho sin éxito. Sigue besándome con violencia y me golpea la mejilla. —¡No Steven! ¿Por qué haces esto? Déjame ir...

Me ahogo en el llanto y en mi dolor, la decepción viene a mí para recordarme que soy una estúpida.

—¡Cállate! M*****a sea, la droga no está funcionando...

Se separa de mí y busca la jeringa. Intento levantarme y huir, pero me agarra por las piernas y arranca mi falda, después me golpea la cara de nuevo, haciendo que mis dientes castañeen por el dolor que me causa su locura.

—Steven, para. Me estás haciendo daño. —El dolor y el llanto no me permiten hablar bien.

Lo veo levantarse con jeringa en mano y me golpea de nuevo para inyectarme. El líquido tibio entra en mi sistema y de nuevo empiezo a perder la noción de todo lo que me rodea.

—Steven no me drogues de nuevo. Te lo suplico, por favor... —Escucho mi propia voz lejana y miro hacia el techo oscuro, aquel que parece dar vueltas y me sentencia al dolor.

¿Por qué tenía que ser tan miserable? Siempre la mísera vida entregándome sus migajas. Siempre señalándome y haciéndome sentir inútil. Me pregunto si algún día habrá esperanza para mí, para esta marchita rosa que se muere cada día...

Abro los ojos cuando siento mi cuerpo sacudirse sin control. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que perdí la consciencia. Sollozo y me horroriza ver al chico que le entregué todo mi amor, mi confianza y toda mi felicidad. Le entregué mis buenos momentos y ahora está tomando lo más preciado que tenía, aquello que estaba guardando para la persona indicada.

«¿Qué hay de luchar?», preguntó mi subconciente y negué con dolor y lancé un montón de improperios al aire, con llanto, con aquel nudo en la garganta que me asfixiaba y me mataba lentamente. Desde ese momento morí y ya nadie podría hacerme volver a la vida de nuevo, el hombre que más amaba me había matado aquí, en esta sucia cama.

Me levanto y grito de dolor cuando mi entrepierna me pide que pare si no quiero morir de dolor. Bajo las escaleras con cuidado, mientras saboreo la sangre en mi boca. Evito hacer muecas de dolor, para que no duelan los golpes y heridas, y salgo de aquel horroroso lugar que vio mi desgracia esta fría noche. Pero, de repente siento que golpean mi espalda y caigo al suelo tiritando de pavor y dolor.

—¡Auxilio! ¡Por favor! —grito lo más alto que puedo.

—Cállate. —Toma mi cara con su mano y la aprieta sobre mi piel hasta hacerme gritar.

Me mira desde arriba con aquellos ojos fundidos en placer.

Lo escupo en la cara. De repente su rostro enrojece y busca algo en sus bolsillos, con desespero y furia. Tira de mi cabello y se acerca a mi rostro, creo ver al mismo diablo en él.

—Tú lo quisiste...

Susurra antes de levantar la otra mano y cortar mi frente con algo filoso. Ahogo un gemido horripilante y caigo al suelo, convulsionando. Lo último que escucho son sus pasos alejarse a toda prisa y el sonido de las sirenas de la policía acercarse...”

Seco mis lágrimas y volteo hacia todos lados, el lugar ha quedado vacío. Salgo corriendo a toda prisa hacia mi casa, pero cuando llego, el lugar está siendo bañado por la manguera de los bomberos. Reprimo un sollozo y me acerco despacio, veo que mi vecina llora desconsolada y corre hacia mí, para abrazarme.

—Lo siento mucho, Opal. Pobre, mi niña... —La anciana acaricia mi espalda y yo no entiendo lo que ocurre.

—¿Qué ha pasado? —Me alejo de la mujer y observo sus ojos azules con insistencia, necesito una respuesta.

—Tu madre... Han intentado apagar las llamas, pero se ha quedado adentro.

Solloza de nuevo y lamenta lo sucedido. Yo me quedo ahí, de pie y con la mirada cristalina, paralizada de miedo. La única persona que me amaba y permaneció junto a mí se ha ido como todas las demás. Caigo al suelo y agacho la cabeza. Me he quedado sola en el mundo. Sola.

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