Los vestidos ya estaban casi todos decididos. Mi vestido, el que llevaría en la boda, ya estaba elegido: un diseño clásico y elegante que la mamá de Raegan había aprobado con emoción, y que, en sus palabras, era "perfecto para una novia como tú". Pero aún faltaba el vestido para Rubí, mi pequeña hija. La mamá de Raegan, llena de entusiasmo, repasaba las opciones, buscando uno que hiciera juego con el mío. —Este es precioso, ¿no crees? —dijo ella, mostrándome un vestido delicado, con detalles de tul y encaje, perfecto para una niña. Sus ojos brillaban, y su rostro se iluminaba cada vez que pensaba en cómo combinaríamos como madre e hija en la ceremonia. —Es hermoso —respondí, observando el vestido. La idea de ver a Rubí con él me sacó una sonrisa sincera, imaginándola con su inocente alegría mientras caminaba a mi lado. La mamá de Raegan notó mi emoción y sonrió aún más. —Rubí va a lucir como una princesa —dijo ella, dándome una palmadita en la mano—. Será un día tan especial para
Me levanté de la cama, sintiendo la resaca palpitante en mis sienes. La luz del sol se filtraba por las cortinas, iluminando la habitación con un brillo incómodo. A medida que me ajustaba a la realidad, me di cuenta de que estaba en la mansión de los Foster. Cuando giré la cabeza, allí estaba Michael, mirándome con un odio intenso, como si estuviera dispuesto a devorarme vivo. —¿Qué te pasa? ¿Por qué me miras así? —pregunté, tratando de mantener la calma, aunque la incomodidad me hacía sentir más vulnerable de lo que quisiera admitir. —¿No recuerdas? —su tono era burlón, cargado de desprecio—. Anoche, gritaste frente a Julia que amas a Alexa y le suplicaste que no te dejara como un imbécil. Mis ojos se abrieron de par en par mientras sus palabras se asentaban en mi mente. Recuerdos fragmentados de la fiesta comenzaron a fluir: el alcohol, la euforia, la forma en que la desesperación me había llevado a exponer mis sentimientos más profundos frente a todos. Me llevé la mano a la c
Estaba completamente desnuda, envuelta apenas en una sábana que me daba una mínima sensación de protección. Observé con incredulidad mientras Raegan se abrochaba el pantalón, sin rastro de arrepentimiento en su rostro, como si lo que acababa de hacer no tuviera la menor importancia. Mi cuello y mis senos estaban marcados de moretones, y cada doloroso recuerdo de lo ocurrido me hacía sentir más vulnerable y rota. Sin embargo, él parecía satisfecho, con una mueca arrogante que me daba ganas de gritar y desaparecer. Se acercó a mí y, con una frialdad que me estremeció, llevó su mano a mi rostro, obligándome a mirarlo al levantarme el mentón. Su mirada era intensa, posesiva, y su tono de voz era inquietantemente calmado, como si estuviera tratando de justificar su atrocidad. —Amor, la próxima vez seré mucho más cuidadoso —murmuró, acariciando mi mejilla con una falsa ternura—. Pero nunca más en tu vida me amenaces con dejarme, Alexa. Tú eres mi vida entera. Un estremecimiento recorr
Sentía los nervios recorrerme mientras la estilista terminaba de arreglar mi cabello. Me había hecho un elegante peinado alto que me daba un toque sofisticado, y el maquillaje resaltaba mis ojos avellana de una forma que jamás había visto en el espejo. Me sentía hermosa y, al mismo tiempo, vulnerable. El vestido que llevaba caía suavemente sobre mis hombros, dejando ver un pequeño escote discreto. Aunque era conservador, tenía un toque moderno, en un tono blanco brillante. Sin embargo, detrás de toda esa belleza, sentía una tristeza profunda. No tenía a nadie conmigo en este día tan importante. Ningún padre, ningún familiar que me acompañara. Llevaba meses sin saber nada de mi madre. No tenía a nadie a quién acudir, estaba sola contra Raegan Stravos, el maldito que había arruinado mi vida. Bajé las escaleras con una mezcla de emoción y tristeza en el pecho. La expectativa de ver a mis hijos hizo que mi corazón latiera con fuerza, pero el vacío de no tener a alguien más cercano a
Elijan MorganEstaba en la casa de Michael, mi cabeza aún latía con una mezcla de furia y frustración. No podía creer que Alexa estuviera a punto de casarse con Raegan, y solo la idea de verla junto a ese miserable me encendía por dentro. Sabía que no podía quedarme de brazos cruzados. Faltaban horas para esa maldita boda. Michael me observaba, su expresión era severa, como si intentara encontrar alguna señal de calma en mí que no existía. Alessandro, su padre, estaba allí también, sentado al otro lado del escritorio, con la mirada firme y calculadora que siempre lo caracterizaba. Ambos parecían estar a la espera de mis palabras. —Esto tiene que acabar —dije finalmente, mi voz cargada de determinación y rabia contenida—. No puedo permitir que Alexa se case con Raegan. No ahora que sabe lo que es capaz de hacer. Si ella lo hace... —tomé aire, intentando contenerme—. Si no podemos detenerlo por la vía legal, entonces me la llevaré. Alexa no merece esto. No pienso dejarla en sus manos,
Tres años después. Mi vida se ha convertido en una pesadilla interminable. Han sido los peores años que he vivido. Raegan ahora es el presidente de la nación y uno de los hombres más poderosos; el narcotráfico ha azotado al país de manera implacable. La opinión pública ya no está tan a su favor, pero su fortuna ha crecido exponencialmente, reflejando el oscuro camino que ha tomado. Abandoné mi carrera para concentrarme por completo en nuestros tres hijos. Los educamos en casa, donde los protegemos de un mundo que se ha vuelto aterradoramente inseguro. Sé que Raegan ha acumulado demasiados enemigos, y eso me aterra. Él ha prometido que, al finalizar su mandato, nos marcharemos los cinco lejos de aquí, aunque eso no me da consuelo alguno. Vivir casada con él ha sido un verdadero infierno. Desde la muerte de Elijan, siento que me convertí en una sombra de lo que solía ser. Estuve a punto de acabar con mi vida en aquellas primeras semanas después de perderlo, pero entonces descubrí
Me encuentro acariciando el suave cabello de mi pequeña Rubí, quien está sentada en mis piernas, riendo suavemente. Ella es mi mayor adoración, el amor de mi vida, mi pequeña princesa. Siento su calidez y me invade una paz que rara vez experimento. —Papi, pronto será mi cumpleaños... ¿me harás mi fiesta de princesa? —pregunta con una ilusión en sus ojos que me derrite. Le sonrío, sin poder ocultar el amor y el orgullo que siento por ella. —Pues claro, todo para mi princesa hermosa. Sabes que te amo —le digo, con la certeza de que haría cualquier cosa por verla feliz. Rubí es tan hermosa, con su cabello ondulado y esos ojos idénticos a los de su madre. Cada vez que la miro, veo reflejado en ella algo de Alexa. Amo y odio tanto a esa mujer… es la mujer de mi vida, la que me obsesiona hasta la locura, pero hace más de tres años que es solo una sombra en nuestra vida. Es evidente que no me ama. Es fría, distante, incluso en la cama. Mientras sigo acariciando el cabello de Rubí,
Alexa Estaba sentada en el banco del parque, observando cómo mis pequeños jugaban alrededor, sus risas llenando el aire. Remo estaba jugando con Iris, corriendo por el césped con la alegría de un niño que no conoce la maldad del mundo, mientras Rubí permanecía a mi lado, mirando a los demás con una expresión que variaba entre la molestia y el desdén. Últimamente, había notado que mi hija no dejaba de resentirme, y aunque intentaba comprenderla, el dolor de su comportamiento me hacía sentir que no era suficiente como madre. —Mi amor, ve a jugar con tus hermanos —le dije suavemente, sin dejar de mirar a Iris y Remo, pero Rubí no movió ni un músculo. La tensión en su rostro se mantuvo, como si mis palabras no fueran más que una invitación a algo que no quería escuchar. —Ella no es mi hermana... —respondió, señalando a Iris con un gesto brusco y despectivo, como si esas palabras fueran una condena. El rechazo en su voz me golpeó más fuerte de lo que esperaba. Iris no era su hermana de