Capitulo 3:  Adrian

Capitulo 3:  Adrian

Pov Adrian

El salón de la gala brillaba con una opulencia que buscaba impresionar, pero que para mí no era más que un intento mediocre de alcanzar un estándar que nunca lograrían. Los candelabros lanzaban reflejos dorados sobre las mesas cubiertas de manteles impecables, los arreglos florales estaban colocados para transmitir sofisticación, y la música era lo suficientemente discreta para no perturbar las conversaciones pretenciosas de los invitados. Todo estaba diseñado para provocar admiración, pero lo único que realmente importaba era mi presencia. Sin mí, este evento carecería de significado.

Caminé con pasos firmes hacia el centro del salón, donde se reunía un grupo compuesto por otros generales, el decano de la universidad y un par de socios potenciales. Cada conversación que sostengo tiene un propósito. No hay palabras desperdiciadas, ni gestos sin intención. Cuando llegué, las miradas se desviaron automáticamente hacia mí, como siempre ocurre. Soy el centro de atención, no porque lo busque, sino porque el poder lo exige.

—Comandante Vólkov —saludó Hayden, un hombre cuya experiencia militar aún no ha alcanzado los estándares que considero aceptables—. Su última operación fue un ejemplo de perfección. Siempre es un honor trabajar bajo su mando.

Incliné la cabeza ligeramente, más por formalidad que por reconocimiento. La perfección no necesita elogios. Es lo que espero, no lo que celebro.

—Espero que sus filas estén a la altura de esa perfección, Hayden —respondí, dejando que mi tono bajo y frío le penetrara en la medula—. La incompetencia en las tropas es el reflejo directo de un liderazgo débil. Asegúrese de que no haya ningún margen para errores.

El hombre asintió rápidamente, sin atreverse a replicar. Aprendería que mis palabras no son consejos, sino órdenes que deben ser cumplidas.

A mi lado, el decano de la universidad intentaba entrar en la conversación. Su rostro era una mezcla de nerviosismo y esperanza. La postura de alguien que sabe que camina sobre hielo delgado, pero no tiene otra opción.

—General Vólkov, es un honor tenerlo aquí esta noche —dijo, con un tono casi suplicante—. Su discurso será el punto culminante de este evento.

Lo observé por unos segundos, dejando que mi mirada lo desarmara antes de hablar.

—La excelencia no necesita discursos, decano —respondí, sin molestia, pero con firmeza—. Mi presencia aquí ya garantiza el éxito de su evento. Sólo asegúrese de que no haya errores. No tengo paciencia para ellos.

El hombre asintió con rapidez, retirándose mientras su sonrisa intentaba ocultar la presión que había sentido. Mientras él se alejaba, tomé un sorbo de mi copa, dejando que el vino tranquilo suavizara mi paladar. Mi mirada comenzó a recorrer el salón con detenimiento, buscando algo que llamara mi atención.

Fue entonces cuando la vi. Violet Kingsley.

Estaba al otro lado del salón, junto a un hombre que parecía ser su acompañante. Su vestido azul destacaba entre los tonos neutros de los demás invitados, pero no era su apariencia lo que me interesaba. Su rostro reflejaba una mezcla curiosa de nerviosismo y fuerza contenida. Esa combinación era fascinante, una contradicción que me captó de inmediato.

—¿Es ella? —pregunté, dirigiéndome a uno de los asistentes que estaba cerca de mí.

—Sí, General. Violet Kingsley, una de las ganadoras de la beca.

Su perfil había sido prometedor desde el primer momento que lo vi, pero en persona, era más que una ficha en un archivo. Mi interés se intensificó.

La mayoría de los invitados eran prescindibles; figuras decorativas en un tablero que domino sin esfuerzo. Pero Violet representaba algo diferente, algo que aún no decidía cómo manejar. Por ahora, la observación bastaría. Cada reacción, cada gesto, cada palabra sería registrada y analizada. Porque en mi mundo, nadie entra sin convertirse en parte de un plan más grande.

La gala avanzaba hacia su momento de agotamiento, esa hora en la que las conversaciones comienzan a repetir temas insulsos y los rostros de los asistentes se convierten en un desfile de facciones agotadas. Desde mi asiento en la mesa principal, observaba la escena con calma. Este evento, como tantos otros, no era más que un trámite necesario para mantener la imagen de benefactor que el mundo esperaba de mí. La realidad, sin embargo, era mucho más simple: yo manejaba el tablero, y todos los presentes eran piezas a mi disposición, asi me gustaba y asi seguiria siendo.

A través del murmullo del salón, mi atención permanecía fija en un punto: Violet Kingsley. No sabía si era consciente de la mirada que pesaba sobre ella, pero incluso si lo fuera, su reacción no habría cambiado mi percepción. Estaba estudiándola, no por simple curiosidad, sino porque representaba algo que aún no había definido del todo. Había algo inquietantemente genuino en su manera de estar allí, como si perteneciera y no al mismo tiempo. Esa contradicción era fascinante.

El hombre que estaba a su lado, claramente su pareja, me resultaba irrelevante. Su seguridad era casi irritante, pero no era él quien me interesaba. Lo único que importaba era cómo Violet interactuaba con él: ligeramente dependiente, pero con destellos de independencia que luchaban por salir a la superficie. Una dualidad intrigante.

Cuando la vi levantarse y dirigirse hacia la terraza, supe que era el momento. Dejé mi copa en la mesa, ignorando las conversaciones vacías que me rodeaban, y me dirigí tras ella. Esta interacción no sería casual, porque en mi mundo, nada lo es. Cada encuentro, cada palabra, cada gesto es un movimiento estratégico, calculado.

La terraza era un espacio tranquilo, con las luces de la ciudad extendiéndose como un mapa iluminado. Violet estaba apoyada en la barandilla, la tensión en sus hombros contrastaba con el esfuerzo que hacía por proyectar calma. Me acerqué sin prisa, asegurándome de que mis pasos fueran audibles antes de romper el silencio.

—¿Te incomodan las multitudes? —pregunté con voz firme y controlada, lo suficiente para captar toda su atención sin forzarla.

Violet se giró rápidamente, sus ojos verdes reflejaban sorpresa y una cautela que reconocí al instante. La mayoría de las personas no saben ocultar su inquietud, pero ella lo intentaba, y eso merecía cierto crédito.

—No me esperaba ver a nadie aquí —respondió, aunque queria sonar firme había una nota de vulnerabilidad que no podía disimular.

Interesante. No es fácil encontrar a alguien que sea transparente y opaco al mismo tiempo. Me mantuve a unos pasos de distancia, no por respeto, sino porque entendía el poder que tenía la proximidad controlada.

—Los eventos como este suelen ser demasiado para algunos —comenté, dejando que mi mirada se fijara en ella con calma, un vistazo rapido a sus curvas me hicieron pensar si llevaba ropa interior debajo,—. Pero no parece que sea tu caso.

Ella parpadeó, como si mis palabras hubieran tocado una fibra que no esperaba. Su respuesta llegó con un leve temblor en la voz.

—¿Por qué lo dice?

Distraerla. Mantenerla adivinando. Esa es siempre la clave para mantener el control. Permití que una leve sonrisa curvara mis labios, aunque nunca llegó a mis ojos.

—Porque tienes más fuerza de la que aparentas —respondí, mi tono era medido para que sonara como un cumplido y un desafío a la vez—. Es interesante.

El silencio que siguió era digamos que revelador. Estaba claro que no sabía cómo responder. La mayoría de las personas sienten la necesidad de llenar los vacíos con palabras, pero Violet estaba luchando contra esa tentación. Admirable.

Finalmente, movió los pies hacia la puerta, su decisión era mas que clara en su gesto. La incomodidad le estaba ganando.

—Debería regresar —dijo, con un tono que indicaba más que una excusa. Era una retirada.

Me mantuve inmóvil, dejándola tener ese espacio que pensaba que necesitaba. Pero mi voz la siguió mientras se alejaba.

—Que disfrutes el resto de la noche, Violet.

Mientras su figura desaparecía entre las luces del salón, me quedé en la terraza, analizando cada detalle del breve encuentro. Había logrado lo que quería: abrir un camino, plantar una semilla. En mi mundo, cada conexión comienza con un movimiento pequeño. Y aunque Violet Kingsley aún no lo sabía, ya era parte de un juego que estaba bajo mi control.

Me pregunto cuánto tiempo le tomará darse cuenta.

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