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52. Error imperdonable

El rostro de Henry se crispó ante las palabras de Frederick, lo miró con odio contenido, sus dedos se cerraron en dos fuertes puños hasta que el color de sus nudillos cambió de color.

—¿Quién demonios crees que eres para decidir sobre mi vida? —gruñó con rabia, mientras Frederick lo miraba con fría calma.

—Soy tu rey.

—¡Y una mierda! —graznó, poniéndose de pie con violencia, tanto que la silla cayó sobre el piso. Las facciones de Henry estaban desfiguradas, sus dientes se apretaban tanto, que parecía que iba a perderlos en cualquier momento.

—Controla tu carácter y tu lengua —le aconsejó Frederick poniéndose de pie con gracia y elegancia.

—Sabes muy bien que yo soy el legítimo dueño del trono que ocupas —gruñó—. No te atrevas a querer dictar mi vida, Frederick.

Un sonoro golpe se escuchó, era el puño del rey impactándose sobre la dura y fina madera de su escritorio.

—Fuiste desheredado y apartado de la línea sucesoria por nuestro abuelo, Henry, te guste o no, soy el Rey de Astor y tu
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