—Jefe ya le tengo la investigación sobre el oyabun de la Yakuza y no me va a creer si se lo digo, por eso le dejo las fotos —dijo Massimo, mi hombre de más confianza.
Tomé la carpeta de sus manos y en ella se veían los movimientos del hombre con el que estaba haciendo negocios: Hiroshi Yagami. Hacía el papel de oyabun de la mafia más grande de Asia, una que se había implantado en California con la diáspora de la segunda guerra mundial y al igual que muchas otras, incluida la Camorra misma que yo actualmente lideraba, tomó terreno y se estableció hasta hacerlo el sitio su hogar.
La mafia japonesa no solo era cerrada y hermética, sino que se regían por un sistema y códigos de honor que eran mucho más sólidos que los nuestros. A diferencia de nosotros, ellos tenían una figura en jefe que servía de padre para todos sus miembros, y luego de ser perseguido en Asia, migró hacia aquí para internarse en los cimientos de unos de los sitios que le reportaba la mayoría de sus ganancias.
En las imágenes lo vi cambiarse, alejarse de los hombres con sus dos más fieles y tomar un vuelo hasta San Francisco. Se alojó en un hotel discreto y ahí se encontró con una mujer que parecía ser una diosa: rubia, preciosa, alta y de más de cuarenta años. Miré a mi hombre y este me sonrió con gusto divertido.
—Siga viendo…
—No es extraño que los Yakuza tengan amantes —le espeté y se echó a reír.
—Tiene razón, no es extraño, pero sí lo es lo que se expresa en las siguientes fotografías y en el informe, léalo con atención —indicó divertido y miró su reloj—. Voy a revisar todo lo referente a las últimas peleas y los nuevos combatientes.
—Ve…
—Si tienes alguna duda, no tardes en llamarme.
Así se alejó y seguí mirando las fotos.
Me di cuenta de que Massimo siguió a la rubia, esta entró en un centro de organización de eventos, saludó a mucha gente y gestionó muchas cosas. Su rostro, no sabía bien por qué, se me hacía conocido, hasta que recordé que ella antes era una modelo conocida.
Hacía comerciales y tenía uno de una cerveza en salía en bikini, entonces me reí porque el muy pervertido de Hiroshi tuvo que haber tenido algún tipo de obsesión con la mujer. Entonces, cuando pasé a la siguiente foto, me sorprendió ver que luego de ella llegase a casa, un automóvil se estacionase y de este se bajase una hermosa chica con rastros asiáticos.
Ahí fue el momento en el que mis neuronas funcionaron.
—El viejo tiene sus secretos sucios.
La última foto era de ellas dos cenando en un restaurante y abrazándose con cariño, así que cuando miré los reportes vi que se materializó mi pensamiento: eran madre e hija.
Amaya James
Fecha de nacimiento: quince de agosto del año dos mil.
Madre: Pamela James.
Padre: no registrado.
Dirección principal: San Francisco, avenida Lang, calle trece, casa número ochenta y dos.
Dirección de vivienda: Berkeley, residencias universitarias.
Correo electrónico: amayajames_@g***l.com
Seguro social: 768 – 235 – 1921
Ocupación: estudiante del programa de pregrado de inglés en la Universidad de California UC en Berkeley con promedio de 4 puntos exactos.
Partido político: no identificado.
Estado civil: soltera.
Vida social: sin actividades llamativas.
Hobbies: lectura y voluntariado en la Biblioteca Pública Creston, atiende a los niños en sus horas libres y pasa el resto del tiempo dentro de la biblioteca universitaria ya que trabaja ahí como consultora.
Se anexa horario académico, rutinas diarias, trabajo y peculiaridades de su plan de alimentación.
Releí muchas veces el expediente, tanto como para aprenderme un par de cosas.
Lo curioso era que, según los últimos reportes del investigador, la historia que Pamela manejaba era que el padre de Amaya fue un desliz que tuvo en Japón mientras estaba haciendo trabajos de modelaje por allá. No obstante, se sabe que no solo metió a la niña en clases de japonés, sino que la inscribió en actividades, así como la llevaba a lugares en los que la niña pudiese asociar su cultura paterna.
Era extrañamente satisfactorio leer eso.
Me parecía demasiado para un desliz, así que luego de escarbar mucho, según fuentes no muy confiables, Hiroshi dejó de tener reuniones con su hija cuando esta cumplió los dieciocho años. Lo que me llamó más que la atención y para la noche, tenía estudiado el oscuro secreto del hombre, y era obvio que la chica era su hija. Era la que más característica compartía con él, así como su amor por la lectura.
Sonreí como un gato feliz de tener con qué chantajear a mi futura nueva presa de ser necesario.
—Hiroshi Yagami, si me juegas sucio, haré que la Yakuza no solo te pierda el respeto, sino que te odie por ocultar a una belleza como esta —dije en voz alta.
No se podía ocultar ese hecho.
Observé muy bien las fotos, maravillándome de que Amaya tenía una belleza muy particular, una que no encontrabas en cualquier sitio, sobre todo porque tenía una inocencia inherente que le daba un encanta sutil a todo el asunto. Por eso mismo me preparé para la reunión que tenía con el alto mando de la Yakuza, me gustase o no, los necesitaba para terminar de tener el poder militar que necesitaba con tal de acabar con el otro clan de la Camorra que había convertido mi vida en un desastre.
No solo asesinaron a mis padres y al heredero de la mafia italiana, sino que raptaron a mi hermanita pequeña, la vendieron y la traumaron a un nivel que juré vengar hasta el final de mis días. Para mí, ellos tenían que pagar con sangre, con sudor y con lágrimas. Por eso tenía que hacerme con las mejores alianzas, tumbarles el negocio, comprar mejores armas, reformar las debilidades de la Camorra, convertirme en un Capo que todos temieran con solo la mención de mi nombre.
Alessio Milano debía ser sinónimo de temblores, debía ser sinónimo de poder, debía ser sinónimo de justicia y crueldad al mismo tiempo. Los haría pagar uno a uno por todo el daño que le hicieron a mi familia, y si para ellos tenía que jugar sucio con la Yakuza, lo haría.
Y quizás ella sería el medio para lograr mi fin.
Alessio —El hombre llegó solo —apuntó Massimo, mi Consigliere, mejor amigo y asesor. Eso me hizo sonreír con gusto y pensé en mi oferta final: cincuenta millones de dólares, paso sin restricciones desde Nevada hasta el estado de Washington, acceso a puertos y embarques. Todo ello por armas, drogas y que declinase su favor en medio de la guerra que libraríamos, una para que necesitaba que los otros quedasen solos, sin nadie que les tendiese la mano cuando llegase sin contemplación a matarlo. —¿Crees que vaya a aceptar? —le pregunté a mi amigo y me miró con el ceño fruncido. —El hombre no es idiota, sabe que es un negocio ganado contigo, pero es de esos que siguen códigos ridículos por los que querrá garantías y sobre eso, me temo que no leo mentes. El tipo es muy impredecible respeto a las acciones, sigue la mayoría de las veces los dictámenes del consejo, pero hay veces en los que se deja llevar —explicó sin más—. Descubrir su amorío y a su bastarda… Fue un gran golpe de suerte. So
Amaya—Tienes que estar bromeando, mamá —le dije a mi progenitora luego de escuchar la petición que me hizo.La mujer no solo me estaba diciendo que dejase de lado mis conceptos, sino que le diese una oportunidad a un hombre que hablaba de rectitud, de derechos, de valores y más, pero que le faltaba el respeto a su familia con una amante, además de que dirigía una de las organizaciones criminales que más daño le hacía al mundo.¡Era el colmo!—No, de verdad te estoy informando, tu padre quiere verte y debes ir. El encuentro va a pasar, quieras o no, y para mí lo mejor que podrías hacer es acercarte a tu padre sin que se vea obligado a hacerlo —me contestó con seriedad y un toque de preocupación en su voz—. Él… Quiere arreglar las cosas, Amaya, así que solo dale una oportunidad.—Lo siento, una persona que me tiene como su sucio secreto no merece que le dé una oportunidad.Le colgué a mi madre cuanto antes, cansada de siquiera pensar en que ella fuese insistente. Antes de que mi padre
Amaya—Esto tiene que ser una pesadilla…—Si te sirve de consuelo, hermanita, lo hace para protegerte —dijo Hiro.La mirada que le dio nuestro padre lo hizo callar de inmediato, tanto como para que voltease la cara.—¿De qué está hablando?—Cuando lleguemos a Los Ángeles, hablaremos de todo, te lo prometo, suki —contestó mi progenitor y fruncí el ceño.Negué, tenía algo de miedo y no se me pasó la mirada seria que Hiro le dio a Hiroshi, una que me hizo preguntarme si era algo natural, usual, que el oyabun fuese tan expresivo y cariñoso. No quise indagar, solo miré por la ventanilla hasta que llegamos a San Francisco, y para mi completa consternación, mi madre estaba esperando en la puerta de casa con una maleta de gran tamaño y un bolso de mano.—¿Por qué vamos a casa? —le cuestioné al hombre de todas mis tragedias.—Porque tu madre quiere verte antes de que nos subamos al avión, así como venimos por algunas de tus cosas —explicó y entrecerré los ojos.—Necesito todas mis tareas, todo
AlessioSi algo en esta vida me había sorprendido, era la aparición de Amaya en ese vestido, luciendo tan fabulosa como podía y sin ser consciente de su atractivo. Miré a las niñas predilectas Yagami, ambas estaban con miradas de consternación, pero suponía muy bien sus pensamientos: la más superflua pensaría en que tenía competencia para llamar la atención, mientras que la más hambrienta de poder asumió que tendría otra rival con quién competir en la línea de sucesión.Eso me hizo sonreír, no obstante, cuando vi que ella se detuvo junto a su hermano, que sorpresivamente la estaba llevando del brazo en una clara señal de respeto y aceptación, escuché la conversación más interesante de mi vida porque reveló algo que estaba en el informe: la chica podía hablar más de un idioma.
Alessio—Ella… No es una hija de mi matrimonio, pero las vicisitudes de su concepción no son un tema de relevancia ante el hecho de que lleva mi sangre, sangre Yakuza y como tal, queda dentro de su manto y protección —espetó con la mayor seriedad y claridad posible, haciendo hincapié en un punto muy interesante, en un punto que no quedaba fuera de comprensión: Amaya era su hija y tenía los mismos derechos del resto—. El proceso de cambio de su nombre, así como la adjudicación de su nuevo apellido terminará en breve y será oficialmente una Yagami.La esposa del hombre estaba hirviendo de ira, en un punto de retorcijón que la sacudió por completo, sus hijas eran la viva imagen del recato, pero le tendieron la mano a su madre en señal de apoyo, mientras que Hiro aguantó a su hermana menor que se veía a punto de desmayarse.
AmayaLa presentación para mí fue un completo infierno.No había forma de mentir al respecto, no cuando pasó el desastre que pasó.Mi padre no solo había revelado el hecho de que me había tenido fuera del matrimonio, lo que era por sí mismo una expresión de querer marginarme ante el resto, sino que hizo una especie de formalización pública de que ellos me amparaban ante cualquier cosa, lo que significaba que debía ceñirme a unos preceptos que yo desconocía por completo.Me sentía fuera de mí misma, fuera de mi propia piel.Era un completo desastre, uno mucho mayor de lo que esperaba y estaba nerviosa, más luego de que informase que un mafioso de la Camorra, la mafia italiana más violenta de todas, se casaría con una de sus hijas. Eso, luego del anuncio de su paternidad respecto a mí, me
Amaya—Yo… les doy mi bendición —respondió y sentí la herida de la traición.El capo de la Camorra me tomó de las manos y me giró con una delicadeza infinita para que lo mirase. El hombre no era feo, era alto, algo rubio y con unos imponentes ojos verdes que destacaban sobre sus rasgos apuestos. Lo único que entorpecía la vista era la máscara, pero no era algo ni feo, ni estrafalario.No obstante, eso era lo que lo hacía intimidante ante el resto y cuando fijó su mirada en la mía, sentí como si me hubiesen aprisionado con fuerza, con una especie de magnetismo profundo que me puso en guardia. —Ore to kekkon shite kure.Lo dijo en una pronunciación dificultosa, pero que me sacudió los cimientos.Yo solo lo vi, no supe cuánto tiempo, pero fue mucho porque Hiro ca
AlessioLa mirada de ella ante mis palabras fue como si hubiese sufrido una estocada.—¿Tu hija no tiene idea de cómo se maneja la Yakuza? —le pregunté con incredulidad a Hiroshi.—No te metas en esto… —espetó el hombre con desafío.Negué, me crucé de brazos y lo corté con una mirada helada.—Ella aceptó ser mi esposa, mi mujer, interamente mia, así que tengo todo el derecho del mundo de preguntar, de saber qué tan ignorante es de sus orígenes —contesté con severidad.No supe si el uso de mi tono fue lo que la asustó o el hecho de entender que las cosas iban mucho más allá de lo que se le decía. Solo vi cómo Amaya se mareó ante el impacto de todo, así que la sostuve con rapidez y la ayudé a sentarse.