Me quedé en silencio durante varios segundos, por lo que él fue alentador.
—Sé honesta, no hay nada malo, ni peor que nada… Podemos tener gustos variados, así como nos puede gustar un clásico, también algo que la crítica considere malo y eso está bien.
—Me gustan las historias de romance paranormal, de romance de humanas con alienígenas y de criaturas misteriosas que se convierten en humanos —apunté con miedo porque la gente tendía mucho a burlarse—. Es decir…
—Te gusta lo sucio que hay en ese tipo de relaciones, ¿o me equivoco?
Me había dejado muda con su conclusión tan directa y sincera, sin grandes palabras, por lo que fui honesta.
—Me gusta que esos fueron construidos por mujeres y creados a nuestro ideal —admití con la cara encendida—. En ese ideal entra el placer, el amor y las necesidades que la mayoría de las mujeres tenemos a la hora de tener parejas.
—¿No te parece un concepto iluso? —preguntó en un tono que casi me pareció a burla.
Fruncí el ceño ante ello.
—No porque eso nos ayuda a escapar de nuestra realidad…
—Pero afecta la cosmovisión de los ideales de las mujeres y eso nos deja a nosotros mal parados porque no llenamos las expectativas —dijo con burla.
Entonces entrecerré los ojos y terminé de colocar los libros en el estante para luego cruzar los brazos.
—Ustedes no llenan las expectativas de las mujeres porque ni siquiera se esfuerzan en hacer lo básico señalado para ello… —argumenté en un tono tajante porque me parecía muy descarado de su parte—. Solo hacen algo de trabajo al inicio, cuando quieren obtener lo que desean de una mujer, pero luego… No hacen nada más, le dejan la mayor parte del trabajo, de la carga… Las mujeres terminan siendo las que no solo sostienen los cimientos de las relaciones, sino que hacen la mayoría de las cosas en pro de que funcione cuando los hombres solo dan lo económico y muchas veces terminan ocultándolas como un sucio secreto.
Bueno, me di cuenta de que me excedí en el momento en el que me lo tomé demasiado personal y solté lo que pensaba de mis comparaciones analíticas de la relación que tenían mis padres.
»Lo siento… Yo no…
—No te preocupes, entiendo hasta cierto punto tu perspectiva —dijo con seriedad, pero la voz más cálida, haciéndome entender que estaba más receptivo—. Fue un placer conocerte, buscaré libros de alienígenas, serán divertidos de entender.
Después de eso, lo escuché caminar hacia el otro pasillo, por lo que la curiosidad me picó las manos y me asomé para intentar saber con quién hablaba. No lo había podido ver, pero en ese momento vi a un hombre alto, fornido, con un munificente trasero, y vestido en un traje, caminar hacia las escaleras del ala superior.
Me causó mucha curiosidad, pero no demasiado como para seguirlo como una acechadora, tenía límites y a pesar de la pequeña diatriba, me alegré lo suficiente como para sonreír.
Había tenido una charla honesta con un hombre sobre libros, sobre gustos y placeres culposos y no había muerto de vergüenza en el intento. Tanto que cuando reporté mi salida media hora después, Kendra, la bibliotecaria me vio con diversión.
—¿Qué pasó entre casi llorar porque los niños te preguntasen algo fuerte a poner esa sonrisa de mujer recién satisfecha que le hubiesen dado un revolcón?
—¡Kendra! —la reñí.
Aunque sí, me habían dado una especie de revolcón intelectual.
—¡Ay! No seas pudorosa que sé lo que lees, clásicos y no clásicos, así que no me vengas a decir que no sabes de lo que hablo que sé de qué van los libros de marcianos —dijo con burla.
—Claro que sé de lo que hablas mujer, pero es un tema que no voy a conversar contigo.
Ella se echó a reír, de una forma nada modesta y recordé que ella siempre lo hacía sin malicia, pero con la intención de poner en la mesa los temas divertidos. ¿Honestamente? La mujer era mi heroína en más de un sentido, tenía una seguridad que casi nadie poseía.
—Bien puritana, pero antes de que te vayas, entraron tres libros más de hombres lobos enamorados que puedes sumar a tu lista de préstamos —añadió con una sonrisa triunfante.
—¡Dios! Eres terrible…
—Y me adoras por eso, ya los registré en el sistema por ti, los dejé debajo del armario donde guardas tus cosas.
—Gracias, Kendra.
—Gracias no, dame una reseña extendida, con pelos y señales de lo que ocurre ahí y no tendremos ningún problema.
Negué y me despedí, tomé los libros y los metí en mi bolso, luego salí de la biblioteca y caminé las cuadras que caminaba normalmente para llegar a la residencia estudiantil.
Me sentía divertida, pero en el trayecto, sentí que tenía ojos observándome y no era la primera vez que me sucedía, en ese mes había ocurrido muchas veces en distintos lugares y me pregunté si mi padre tenía algo que ver.
Después de todo, era un hombre muy controlador.
Me detuve en una heladería que quedaba cerca y me pedí una tina de pistacho, una que era mi preferida por encima de todo. Me la comí a medida que me acercaba al edificio y saludaba a la chica que hacía las revisiones, ella me detuvo cuando di tres pasos directo al ascensor.
—Creo te estaba siguiendo, el hombre que lo hacía se marchó cuando te vio entrar —me dijo con algo de preocupación y asentí.
Estaba segura de que era obra de mi padre, pero no entendía por qué a estas alturas.
—Gracias, estaré más pendiente y cualquier cosa llamaré a seguridad —le indiqué y vi cómo frunció el ceño.
Entendía su punto de duda, sin embargo, era más una cuestión de restarle importancia porque las primeras veces que fui a reportar un hecho, cuando el campus indagaba, mi padre hacía de las suyas para que yo quedase como una completa idiota. Por ello aprendí cuándo sí y cuándo no.
Subí directo a la suite que se me había pagado desde que me mudé, cortesía del dinero que mi madre percibía como organizadoras de eventos, fotógrafa y dueña de restaurantes. Sabía todo lo que tenía ella, a diferencia de lo de mi padre, era hecho con el sudor de su frente, con trabajo honesto, pero podía imaginar que el hombre que toda la Yakuza admiraba tenía mucho que ver.
No iba a mentirme.
Me sacudí los pensamientos, abrí la puerta de mi Suite y me senté directo en mi escritorio, saqué mi diario y ahí plasmé mi interacción con el misterioso hombre de la biblioteca. Fue tan divertido que no mengüé la sonrisa, solo creció mucho más hasta que mi teléfono sonó con una llamada de mi madre, la que contesté de inmediato.
—Tenemos que hablar, suki.
Esas palabras no auguraban nada bueno, menos después de citar mi apodo cariñoso. Eso significaba una sola cosa: lo que me iba a decir estaba relacionado con mi padre.
El problema era que tenía cinco años sin hablarle, sin querer dirigirle la palabra a él y le había prohibido a mi madre que sacase el tema, lo que me indicaba que tenía que ser lo suficientemente serio como para que ella rompiera su promesa.
—Dime.
Alessio—Jefe ya le tengo la investigación sobre el oyabun de la Yakuza y no me va a creer si se lo digo, por eso le dejo las fotos —dijo Massimo, mi hombre de más confianza.Tomé la carpeta de sus manos y en ella se veían los movimientos del hombre con el que estaba haciendo negocios: Hiroshi Yagami. Hacía el papel de oyabun de la mafia más grande de Asia, una que se había implantado en California con la diáspora de la segunda guerra mundial y al igual que muchas otras, incluida la Camorra misma que yo actualmente lideraba, tomó terreno y se estableció hasta hacerlo el sitio su hogar.La mafia japonesa no solo era cerrada y hermética, sino que se regían por un sistema y códigos de honor que eran mucho más sólidos que los nuestros. A diferencia de nosotros, ellos tenían una figura en jefe que servía de padre para todos sus miembros, y luego de ser perseguido en Asia, migró hacia aquí para internarse en los cimientos de unos de los sitios que le reportaba la mayoría de sus ganancias.E
Alessio —El hombre llegó solo —apuntó Massimo, mi Consigliere, mejor amigo y asesor. Eso me hizo sonreír con gusto y pensé en mi oferta final: cincuenta millones de dólares, paso sin restricciones desde Nevada hasta el estado de Washington, acceso a puertos y embarques. Todo ello por armas, drogas y que declinase su favor en medio de la guerra que libraríamos, una para que necesitaba que los otros quedasen solos, sin nadie que les tendiese la mano cuando llegase sin contemplación a matarlo. —¿Crees que vaya a aceptar? —le pregunté a mi amigo y me miró con el ceño fruncido. —El hombre no es idiota, sabe que es un negocio ganado contigo, pero es de esos que siguen códigos ridículos por los que querrá garantías y sobre eso, me temo que no leo mentes. El tipo es muy impredecible respeto a las acciones, sigue la mayoría de las veces los dictámenes del consejo, pero hay veces en los que se deja llevar —explicó sin más—. Descubrir su amorío y a su bastarda… Fue un gran golpe de suerte. So
Amaya—Tienes que estar bromeando, mamá —le dije a mi progenitora luego de escuchar la petición que me hizo.La mujer no solo me estaba diciendo que dejase de lado mis conceptos, sino que le diese una oportunidad a un hombre que hablaba de rectitud, de derechos, de valores y más, pero que le faltaba el respeto a su familia con una amante, además de que dirigía una de las organizaciones criminales que más daño le hacía al mundo.¡Era el colmo!—No, de verdad te estoy informando, tu padre quiere verte y debes ir. El encuentro va a pasar, quieras o no, y para mí lo mejor que podrías hacer es acercarte a tu padre sin que se vea obligado a hacerlo —me contestó con seriedad y un toque de preocupación en su voz—. Él… Quiere arreglar las cosas, Amaya, así que solo dale una oportunidad.—Lo siento, una persona que me tiene como su sucio secreto no merece que le dé una oportunidad.Le colgué a mi madre cuanto antes, cansada de siquiera pensar en que ella fuese insistente. Antes de que mi padre
Amaya—Esto tiene que ser una pesadilla…—Si te sirve de consuelo, hermanita, lo hace para protegerte —dijo Hiro.La mirada que le dio nuestro padre lo hizo callar de inmediato, tanto como para que voltease la cara.—¿De qué está hablando?—Cuando lleguemos a Los Ángeles, hablaremos de todo, te lo prometo, suki —contestó mi progenitor y fruncí el ceño.Negué, tenía algo de miedo y no se me pasó la mirada seria que Hiro le dio a Hiroshi, una que me hizo preguntarme si era algo natural, usual, que el oyabun fuese tan expresivo y cariñoso. No quise indagar, solo miré por la ventanilla hasta que llegamos a San Francisco, y para mi completa consternación, mi madre estaba esperando en la puerta de casa con una maleta de gran tamaño y un bolso de mano.—¿Por qué vamos a casa? —le cuestioné al hombre de todas mis tragedias.—Porque tu madre quiere verte antes de que nos subamos al avión, así como venimos por algunas de tus cosas —explicó y entrecerré los ojos.—Necesito todas mis tareas, todo
AlessioSi algo en esta vida me había sorprendido, era la aparición de Amaya en ese vestido, luciendo tan fabulosa como podía y sin ser consciente de su atractivo. Miré a las niñas predilectas Yagami, ambas estaban con miradas de consternación, pero suponía muy bien sus pensamientos: la más superflua pensaría en que tenía competencia para llamar la atención, mientras que la más hambrienta de poder asumió que tendría otra rival con quién competir en la línea de sucesión.Eso me hizo sonreír, no obstante, cuando vi que ella se detuvo junto a su hermano, que sorpresivamente la estaba llevando del brazo en una clara señal de respeto y aceptación, escuché la conversación más interesante de mi vida porque reveló algo que estaba en el informe: la chica podía hablar más de un idioma.
Alessio—Ella… No es una hija de mi matrimonio, pero las vicisitudes de su concepción no son un tema de relevancia ante el hecho de que lleva mi sangre, sangre Yakuza y como tal, queda dentro de su manto y protección —espetó con la mayor seriedad y claridad posible, haciendo hincapié en un punto muy interesante, en un punto que no quedaba fuera de comprensión: Amaya era su hija y tenía los mismos derechos del resto—. El proceso de cambio de su nombre, así como la adjudicación de su nuevo apellido terminará en breve y será oficialmente una Yagami.La esposa del hombre estaba hirviendo de ira, en un punto de retorcijón que la sacudió por completo, sus hijas eran la viva imagen del recato, pero le tendieron la mano a su madre en señal de apoyo, mientras que Hiro aguantó a su hermana menor que se veía a punto de desmayarse.
AmayaLa presentación para mí fue un completo infierno.No había forma de mentir al respecto, no cuando pasó el desastre que pasó.Mi padre no solo había revelado el hecho de que me había tenido fuera del matrimonio, lo que era por sí mismo una expresión de querer marginarme ante el resto, sino que hizo una especie de formalización pública de que ellos me amparaban ante cualquier cosa, lo que significaba que debía ceñirme a unos preceptos que yo desconocía por completo.Me sentía fuera de mí misma, fuera de mi propia piel.Era un completo desastre, uno mucho mayor de lo que esperaba y estaba nerviosa, más luego de que informase que un mafioso de la Camorra, la mafia italiana más violenta de todas, se casaría con una de sus hijas. Eso, luego del anuncio de su paternidad respecto a mí, me
Amaya—Yo… les doy mi bendición —respondió y sentí la herida de la traición.El capo de la Camorra me tomó de las manos y me giró con una delicadeza infinita para que lo mirase. El hombre no era feo, era alto, algo rubio y con unos imponentes ojos verdes que destacaban sobre sus rasgos apuestos. Lo único que entorpecía la vista era la máscara, pero no era algo ni feo, ni estrafalario.No obstante, eso era lo que lo hacía intimidante ante el resto y cuando fijó su mirada en la mía, sentí como si me hubiesen aprisionado con fuerza, con una especie de magnetismo profundo que me puso en guardia. —Ore to kekkon shite kure.Lo dijo en una pronunciación dificultosa, pero que me sacudió los cimientos.Yo solo lo vi, no supe cuánto tiempo, pero fue mucho porque Hiro ca