—El hombre llegó solo —apuntó Massimo, mi Consigliere, mejor amigo y asesor.
Eso me hizo sonreír con gusto y pensé en mi oferta final: cincuenta millones de dólares, paso sin restricciones desde Nevada hasta el estado de Washington, acceso a puertos y embarques. Todo ello por armas, drogas y que declinase su favor en medio de la guerra que libraríamos, una para que necesitaba que los otros quedasen solos, sin nadie que les tendiese la mano cuando llegase sin contemplación a matarlo.
—¿Crees que vaya a aceptar? —le pregunté a mi amigo y me miró con el ceño fruncido.
—El hombre no es idiota, sabe que es un negocio ganado contigo, pero es de esos que siguen códigos ridículos por los que querrá garantías y sobre eso, me temo que no leo mentes. El tipo es muy impredecible respeto a las acciones, sigue la mayoría de las veces los dictámenes del consejo, pero hay veces en los que se deja llevar —explicó sin más—. Descubrir su amorío y a su bastarda… Fue un gran golpe de suerte. Sobre todo, porque siempre se cuidó las espaldas…
—Pero supongo que luego de tantos años bajó la guardia —completé por él y sonreírnos.
Caminamos hasta el restaurante tipo bistró en el Lago Tahoe, el sitio neutro en el que decidimos discutir nuestros negocios. Estaba ahí, sentado, tomándose un vaso de Whisky, los hombres al verme, tomaron posiciones defensivas, por lo que sonreí.
Tendía a tener una mirada astuta, cruel, pero luego de salvarle la vida a mi hermana en medio de un incendio que me dejó con parte de mi rostro quemado, parecía un monstruo, una bestia capaz de devorarlo todo a su paso. Así que Massimo se quedó en una distancia prudencial y tomé asiento con el hombre del momento.
—Bien, veo que estás interesado en hacer negocios, de lo contrario, ni siquiera te hubiese tomado la tarea de viajar hasta aquí —espeté antes de sentarme y hacerle señas al camarero para que viniera, cuando se acercó pedí—. Lo mismo que el señor.
—Bueno, me gusta que no te vas por las ramas, Alessio, dime qué quieres de mí, qué me ofreces, y dependiendo de ello consideraré seriamente si darte mi apoyo o no —dijo con seriedad y sin un ápice de miedo.
El japonés era un hombre muy versado en los negocios, astuto, con mucha más experiencia que yo, no obstante, no era un imbécil que se dejaría embaucar fácilmente.
—Bien, quiero que la venta de armas y drogas en el oeste del país sea para mí, me facilites muchas armas, municiones y que, en el momento de un enfrentamiento, le niegues la ayuda a mis enemigos —fui directo al punto—, sin que te entrometas.
El hombre frunció el ceño antes de sonreír.
—¿Por qué haría siquiera negocios contigo?
—Por dos razones: te daré cincuenta millones de dólares de adelanto en garantía por las primeras toneladas de droga y las armas que requiero, así como tendrás un socio que te hará ganar dinero con las ventas, y te dará paso sin restricciones desde Nevada hasta Washington, con acceso a puertos y embarques, debidamente notificados, eso sí —expuse sin más todo y me miró con algo de suspicacia.
Era una oferta tentadora, una que no podía sacrificar tan fácilmente.
—¿Estudiaste bien este plan?
—No me tomes por idiota, Hiroshi, sé muy bien lo que quiero y lo que ofrezco, ahora, si tú tienes alguna modificación, entonces, consulta con quien sea que consultes y dímelo, sí está dentro de mis posibilidades, lo anexaremos al acuerdo —le dije—. Pero eso sí, no juegues ni con mi paciencia, ni con mi tiempo. Te doy hasta dentro de una semana para tener una respuesta… El silencio lo tomaré como una negativa, así que no tendremos problemas.
—No tendremos problemas, pero las fronteras entre los estados y el acceso a tu territorio será mucho más problemático, ¿me equivoco?
—Para nada… Solo te haré una última advertencia, de un capo a otro: no uses esto para manipular la problemática, de lo contrario, haré que, hasta tu más sucio secreto, o tal vez el más hermoso, salga a la luz… Sería muy interesante de observar eso, sin embargo, creo que eres un hombre muy inteligente —espeté antes de levantarme, tomarme el trago de Whisky que en ese momento llegó y sonreírle.
Él tuvo que tener una idea de que hacía referencia a su hija Amaya, así que me miró con furia por lo que lo dejé ahí, solo con sus pensamientos. Lo curioso de todo, es que jamás pensé que llamaría para hacer una prueba de garantía en la que tendría que desposar a alguna de sus hijas. Entonces, como si los planes más deliciosos se comenzasen a formar en mi mente, cité una cema para las próximas tres semanas, para conocerlas a todas ellas y elegir una novia que calzara conmigo.
Eso me daba tiempo de estudiar a mis presas.
*****
Hiroshi tenía dos hijas legítimas con su esposa.
Dai e Ima Yagami. Lo primera era ambiciosa, astuta, inteligente y según los reportes de mis infiltrados, asesoraba a su padre en los negocios, era poderosa dentro del clan y el consejo la tenía en alta estima, además de que era una mujer luchadora, combatiente y muy cruel, por lo que estaba descartada automáticamente en mis planes de matrimonio ya que en la primera oportunidad que tuviese me destruiría para convertir toda mi maquinaria al servicio de la Yakuza.
Ima era una niña rica mimada, una mujer que solo quería dinero para despilfarrarlo a su antojo, que vivía de viaje en viaje, fuera del mundo, en el radar de la moda, de los lujos. Era una muñeca en toda la expresión de la palabra, con cirugías por doquier que la hacían ver preciosa, pero que mostraba más vacía que cualquier otra cosa. Sin duda, sería una molestia total.
No obstante, la bastarda, Amaya, era un polo por completo opuesto a las demás: era tranquila, sencilla, dedicada a sus estudios y no estaba involucrada en el mundo de su padre. Parecía querer tener una vida calmada, una vida sencilla, una vida en la que pudiese lograr sus sueños.
Me causó tanta curiosidad, que fue a espiar lo que hacía en la biblioteca, cómo ayudaba a los niños extranjeros a mejorar con el idioma para hablar mucho más fluido, mucho mejor y más armoniosa. Era magnífica en más de un sentido. No tenía una belleza típica, de esa a la que estaba acostumbrado a ver, ella solo era hermosa y ya, y lo gracioso es que no se daba cuenta de qué tanto.
Me fije que había dos hombres, uno tal vez un poco mayor que yo que no se acercaba, pero que no le quitaba la mirada de encima, así como un chico cerca de su edad que era mucho más cuidadoso, más temeroso en mostrar su atención por ella. Era como si los hubiese encandilado, y me pregunté si el bastardo que logró quitarle su inocencia supo el premio que dejó ir.
Lo curioso de cómo funciona el mundo, es que no esperé que ella se pasease cerca de las estanterías en las que me escondía, dándome un momento glorioso para apreciarla e interactuar con ella. Fue agradable conocer su pensamiento hasta el punto del desahogo.
—Ustedes no llenas las expectativas de las mujeres porque ni siquiera se esfuerzan en hacer lo básico señalado para ello… —argumentó con astucia—. Solo hacen algo de trabajo al inicio, cuando quieren obtener lo que desean de una mujer, pero luego… No hacen nada más, le dejan la mayor parte del trabajo, de la carga… Las mujeres terminan siendo las que no solo sostienen los cimientos de las relaciones, sino que hacen la mayoría de las cosas en pro de que funcione cuando los hombres solo dan lo económico y muchas veces terminan ocultándolas como un sucio secreto.
Detuvo si diatriba cuando se dio cuenta de que estaba diciendo más de la cuenta y la entendí.
»Lo siento… Yo no…
—No te preocupes, entiendo hasta cierto punto tu perspectiva —le dije con calma—. Fue un placer conocerte, buscaré libros de alienígenas, serán divertidos de entender.
Así me fui, tratando de lograr que no me viese, sin embargo, me quedé como un mirón y la seguí hasta las residencias universitarias. Ahí la vi entrar y perderse en su mundo antes de regresar al mío por fin. Massimo estaba en la camioneta, vi su sonrisa ladeada, pero no dijo nada.
—Volvamos a casa, tengo mucho que planificar…
—¿Con cuál de las mujeres te vas a casar? —preguntó de forma jocosa antes de arrancar.
—Veremos, veremos qué me depara el destino.
Lo más inteligente que podía hacer era quedarme con la hija más débil, con la que podía manipular a mi antojo, pero algo dentro de mí me dijo que sería peligroso porque me recordaba mucho sobre las cosas buenas que se destruirían. Sin embargo, algo muy dentro de mi pecho quería reclamarla, no entendía por qué.
Solo quería que Amaya fuera mía.
Amaya—Tienes que estar bromeando, mamá —le dije a mi progenitora luego de escuchar la petición que me hizo.La mujer no solo me estaba diciendo que dejase de lado mis conceptos, sino que le diese una oportunidad a un hombre que hablaba de rectitud, de derechos, de valores y más, pero que le faltaba el respeto a su familia con una amante, además de que dirigía una de las organizaciones criminales que más daño le hacía al mundo.¡Era el colmo!—No, de verdad te estoy informando, tu padre quiere verte y debes ir. El encuentro va a pasar, quieras o no, y para mí lo mejor que podrías hacer es acercarte a tu padre sin que se vea obligado a hacerlo —me contestó con seriedad y un toque de preocupación en su voz—. Él… Quiere arreglar las cosas, Amaya, así que solo dale una oportunidad.—Lo siento, una persona que me tiene como su sucio secreto no merece que le dé una oportunidad.Le colgué a mi madre cuanto antes, cansada de siquiera pensar en que ella fuese insistente. Antes de que mi padre
Amaya—Esto tiene que ser una pesadilla…—Si te sirve de consuelo, hermanita, lo hace para protegerte —dijo Hiro.La mirada que le dio nuestro padre lo hizo callar de inmediato, tanto como para que voltease la cara.—¿De qué está hablando?—Cuando lleguemos a Los Ángeles, hablaremos de todo, te lo prometo, suki —contestó mi progenitor y fruncí el ceño.Negué, tenía algo de miedo y no se me pasó la mirada seria que Hiro le dio a Hiroshi, una que me hizo preguntarme si era algo natural, usual, que el oyabun fuese tan expresivo y cariñoso. No quise indagar, solo miré por la ventanilla hasta que llegamos a San Francisco, y para mi completa consternación, mi madre estaba esperando en la puerta de casa con una maleta de gran tamaño y un bolso de mano.—¿Por qué vamos a casa? —le cuestioné al hombre de todas mis tragedias.—Porque tu madre quiere verte antes de que nos subamos al avión, así como venimos por algunas de tus cosas —explicó y entrecerré los ojos.—Necesito todas mis tareas, todo
AlessioSi algo en esta vida me había sorprendido, era la aparición de Amaya en ese vestido, luciendo tan fabulosa como podía y sin ser consciente de su atractivo. Miré a las niñas predilectas Yagami, ambas estaban con miradas de consternación, pero suponía muy bien sus pensamientos: la más superflua pensaría en que tenía competencia para llamar la atención, mientras que la más hambrienta de poder asumió que tendría otra rival con quién competir en la línea de sucesión.Eso me hizo sonreír, no obstante, cuando vi que ella se detuvo junto a su hermano, que sorpresivamente la estaba llevando del brazo en una clara señal de respeto y aceptación, escuché la conversación más interesante de mi vida porque reveló algo que estaba en el informe: la chica podía hablar más de un idioma.
Alessio—Ella… No es una hija de mi matrimonio, pero las vicisitudes de su concepción no son un tema de relevancia ante el hecho de que lleva mi sangre, sangre Yakuza y como tal, queda dentro de su manto y protección —espetó con la mayor seriedad y claridad posible, haciendo hincapié en un punto muy interesante, en un punto que no quedaba fuera de comprensión: Amaya era su hija y tenía los mismos derechos del resto—. El proceso de cambio de su nombre, así como la adjudicación de su nuevo apellido terminará en breve y será oficialmente una Yagami.La esposa del hombre estaba hirviendo de ira, en un punto de retorcijón que la sacudió por completo, sus hijas eran la viva imagen del recato, pero le tendieron la mano a su madre en señal de apoyo, mientras que Hiro aguantó a su hermana menor que se veía a punto de desmayarse.
AmayaLa presentación para mí fue un completo infierno.No había forma de mentir al respecto, no cuando pasó el desastre que pasó.Mi padre no solo había revelado el hecho de que me había tenido fuera del matrimonio, lo que era por sí mismo una expresión de querer marginarme ante el resto, sino que hizo una especie de formalización pública de que ellos me amparaban ante cualquier cosa, lo que significaba que debía ceñirme a unos preceptos que yo desconocía por completo.Me sentía fuera de mí misma, fuera de mi propia piel.Era un completo desastre, uno mucho mayor de lo que esperaba y estaba nerviosa, más luego de que informase que un mafioso de la Camorra, la mafia italiana más violenta de todas, se casaría con una de sus hijas. Eso, luego del anuncio de su paternidad respecto a mí, me
Amaya—Yo… les doy mi bendición —respondió y sentí la herida de la traición.El capo de la Camorra me tomó de las manos y me giró con una delicadeza infinita para que lo mirase. El hombre no era feo, era alto, algo rubio y con unos imponentes ojos verdes que destacaban sobre sus rasgos apuestos. Lo único que entorpecía la vista era la máscara, pero no era algo ni feo, ni estrafalario.No obstante, eso era lo que lo hacía intimidante ante el resto y cuando fijó su mirada en la mía, sentí como si me hubiesen aprisionado con fuerza, con una especie de magnetismo profundo que me puso en guardia. —Ore to kekkon shite kure.Lo dijo en una pronunciación dificultosa, pero que me sacudió los cimientos.Yo solo lo vi, no supe cuánto tiempo, pero fue mucho porque Hiro ca
AlessioLa mirada de ella ante mis palabras fue como si hubiese sufrido una estocada.—¿Tu hija no tiene idea de cómo se maneja la Yakuza? —le pregunté con incredulidad a Hiroshi.—No te metas en esto… —espetó el hombre con desafío.Negué, me crucé de brazos y lo corté con una mirada helada.—Ella aceptó ser mi esposa, mi mujer, interamente mia, así que tengo todo el derecho del mundo de preguntar, de saber qué tan ignorante es de sus orígenes —contesté con severidad.No supe si el uso de mi tono fue lo que la asustó o el hecho de entender que las cosas iban mucho más allá de lo que se le decía. Solo vi cómo Amaya se mareó ante el impacto de todo, así que la sostuve con rapidez y la ayudé a sentarse.
AlessioHiro me llevó por unos pasillos, al ir hacia la izquierda, la esposa del Hiroshi miró la escena con rabia, eso me hizo fijarme en ella con molestia, sin molestarme en hacerle saber que para mí era como un insecto molesto, por lo que tenía mucho por perder. Tal vez demasiado, y eso hizo que fuese la mujer más comedida del mundo.—¿Qué le sucedió? —preguntó.—Se impresionó —contestó su padre—. Tal vez no ha comido bien, suele saltarse los desayunos en la universidad, y la trajimos directamente…Eso hizo que la mujer lo viese con el rostro rojo, como si estuviese envuelto en llamas.—¿Va a la universidad?—Ahora no, Nyoko, no es el momento —espetó este y Hiro abrió una puerta.—Aquí estará cómoda, llamaré al docto