Amaya—Esto tiene que ser una pesadilla…—Si te sirve de consuelo, hermanita, lo hace para protegerte —dijo Hiro.La mirada que le dio nuestro padre lo hizo callar de inmediato, tanto como para que voltease la cara.—¿De qué está hablando?—Cuando lleguemos a Los Ángeles, hablaremos de todo, te lo prometo, suki —contestó mi progenitor y fruncí el ceño.Negué, tenía algo de miedo y no se me pasó la mirada seria que Hiro le dio a Hiroshi, una que me hizo preguntarme si era algo natural, usual, que el oyabun fuese tan expresivo y cariñoso. No quise indagar, solo miré por la ventanilla hasta que llegamos a San Francisco, y para mi completa consternación, mi madre estaba esperando en la puerta de casa con una maleta de gran tamaño y un bolso de mano.—¿Por qué vamos a casa? —le cuestioné al hombre de todas mis tragedias.—Porque tu madre quiere verte antes de que nos subamos al avión, así como venimos por algunas de tus cosas —explicó y entrecerré los ojos.—Necesito todas mis tareas, todo
AlessioSi algo en esta vida me había sorprendido, era la aparición de Amaya en ese vestido, luciendo tan fabulosa como podía y sin ser consciente de su atractivo. Miré a las niñas predilectas Yagami, ambas estaban con miradas de consternación, pero suponía muy bien sus pensamientos: la más superflua pensaría en que tenía competencia para llamar la atención, mientras que la más hambrienta de poder asumió que tendría otra rival con quién competir en la línea de sucesión.Eso me hizo sonreír, no obstante, cuando vi que ella se detuvo junto a su hermano, que sorpresivamente la estaba llevando del brazo en una clara señal de respeto y aceptación, escuché la conversación más interesante de mi vida porque reveló algo que estaba en el informe: la chica podía hablar más de un idioma.
Alessio—Ella… No es una hija de mi matrimonio, pero las vicisitudes de su concepción no son un tema de relevancia ante el hecho de que lleva mi sangre, sangre Yakuza y como tal, queda dentro de su manto y protección —espetó con la mayor seriedad y claridad posible, haciendo hincapié en un punto muy interesante, en un punto que no quedaba fuera de comprensión: Amaya era su hija y tenía los mismos derechos del resto—. El proceso de cambio de su nombre, así como la adjudicación de su nuevo apellido terminará en breve y será oficialmente una Yagami.La esposa del hombre estaba hirviendo de ira, en un punto de retorcijón que la sacudió por completo, sus hijas eran la viva imagen del recato, pero le tendieron la mano a su madre en señal de apoyo, mientras que Hiro aguantó a su hermana menor que se veía a punto de desmayarse.
AmayaLa presentación para mí fue un completo infierno.No había forma de mentir al respecto, no cuando pasó el desastre que pasó.Mi padre no solo había revelado el hecho de que me había tenido fuera del matrimonio, lo que era por sí mismo una expresión de querer marginarme ante el resto, sino que hizo una especie de formalización pública de que ellos me amparaban ante cualquier cosa, lo que significaba que debía ceñirme a unos preceptos que yo desconocía por completo.Me sentía fuera de mí misma, fuera de mi propia piel.Era un completo desastre, uno mucho mayor de lo que esperaba y estaba nerviosa, más luego de que informase que un mafioso de la Camorra, la mafia italiana más violenta de todas, se casaría con una de sus hijas. Eso, luego del anuncio de su paternidad respecto a mí, me
Amaya—Yo… les doy mi bendición —respondió y sentí la herida de la traición.El capo de la Camorra me tomó de las manos y me giró con una delicadeza infinita para que lo mirase. El hombre no era feo, era alto, algo rubio y con unos imponentes ojos verdes que destacaban sobre sus rasgos apuestos. Lo único que entorpecía la vista era la máscara, pero no era algo ni feo, ni estrafalario.No obstante, eso era lo que lo hacía intimidante ante el resto y cuando fijó su mirada en la mía, sentí como si me hubiesen aprisionado con fuerza, con una especie de magnetismo profundo que me puso en guardia. —Ore to kekkon shite kure.Lo dijo en una pronunciación dificultosa, pero que me sacudió los cimientos.Yo solo lo vi, no supe cuánto tiempo, pero fue mucho porque Hiro ca
AlessioLa mirada de ella ante mis palabras fue como si hubiese sufrido una estocada.—¿Tu hija no tiene idea de cómo se maneja la Yakuza? —le pregunté con incredulidad a Hiroshi.—No te metas en esto… —espetó el hombre con desafío.Negué, me crucé de brazos y lo corté con una mirada helada.—Ella aceptó ser mi esposa, mi mujer, interamente mia, así que tengo todo el derecho del mundo de preguntar, de saber qué tan ignorante es de sus orígenes —contesté con severidad.No supe si el uso de mi tono fue lo que la asustó o el hecho de entender que las cosas iban mucho más allá de lo que se le decía. Solo vi cómo Amaya se mareó ante el impacto de todo, así que la sostuve con rapidez y la ayudé a sentarse.
AlessioHiro me llevó por unos pasillos, al ir hacia la izquierda, la esposa del Hiroshi miró la escena con rabia, eso me hizo fijarme en ella con molestia, sin molestarme en hacerle saber que para mí era como un insecto molesto, por lo que tenía mucho por perder. Tal vez demasiado, y eso hizo que fuese la mujer más comedida del mundo.—¿Qué le sucedió? —preguntó.—Se impresionó —contestó su padre—. Tal vez no ha comido bien, suele saltarse los desayunos en la universidad, y la trajimos directamente…Eso hizo que la mujer lo viese con el rostro rojo, como si estuviese envuelto en llamas.—¿Va a la universidad?—Ahora no, Nyoko, no es el momento —espetó este y Hiro abrió una puerta.—Aquí estará cómoda, llamaré al docto
AmayaTrata de mujeres.Era fue la frase con la que me desperté en medio de una habitación desconocida, con un dolor punzante de cabeza y ganas inmensas de llorar por la pesadilla que eso podía significar en mi vida.Lo curioso, es que, en unos segundos de raciocinio, fui consciente de que tenía algo en el brazo, por lo que, al ser más consciente, enfoqué bien mis ojos y vi que tenía una vía intravenosa colocada. Por instinto fui directo a quitármela con temor de que me hubiesen drogado, no obstante, una voz me detuvo.—Yo no haría eso.Al voltear a mi derecha, vi nada más y nada menos que a mi prometido. Estaba apoyado en la ventana, con el cuerpo de cara a la misma, pero con el rostro en dirección a mí. Desde esa perspectiva, con la luz de la luna pegándole sobre la máscara dorada, parecía una cri