Christian se aleja conmigo después de darle una seria mirada de advertencia a Luis, me pareció, y me lleva por el brazo hacia el elevador, mientras puedo sentir la mirada de odio de Luis, clavada en mi espalda. Entramos en el ascensor, y muy a mi pesar, tiemblo del susto. Mi jefe me mira, sé que se ha dado cuenta de mi estado de nerviosismo, pero no dice nada, cosa que le agradezco. Llegamos al último piso. Me pide que lo acompañe a la cocina, me da un vaso de agua que tomo sin protestar. Lo veo como se mueve, haciendo un café.
—¿Tomas café? —pregunta amablemente.
—No señor, no tomo. Pero muchas gracias —Respondo de la misma manera.
—¡Yo no puedo vivir sin una taza de café en la mañana!
¡No puedo creer que esto me esté pasando! ¡De todos los trabajos del mundo, justo tenía que venir a parar donde se encontraba Luis! Arreglo mi blusa lo mejor que puedo y la introduzco en mi saya. La puerta del elevador se abrió, y ahí estaba yo, frente a frente con mi jefe, quien me miraba con los ojos muy abiertos, evidentemente sorprendido por mi apariencia. Traté de ocultar mi incomodidad y molestia ante la situación. Sin previo aviso, mi jefe toma mi mano y me saca del elevador, llevándome rápidamente a su oficina. Mi corazón latía con fuerza, preguntándome qué pensaría de mí al verme en este estado. —¿Qué fue lo que te pasó, Isabella? ¿Quién te hizo eso en tu cara? —pregunta mi jefe, visiblemente preocupado. Intenté disimular la incomodidad y nerviosismo, respondiendo con una fingida indiferencia. —¿Eh? ¿Qué quieres decir? Es solo un pequeño accidente, no es gran cosa. Pero sabía que no podía engañarlo. La vergüenza me invadía, y me sentía vulnerable y expuesta ante su mirada
Después de pasar media hora en el baño, he logrado hacer desaparecer las marcas, que me dejaron las manos de Luis. Salgo y me dirijo a mi oficina. Al instante, veo aparecer a mi jefe. Se queda mirándome fijamente. Me observa detenidamente, acercándose sin dejar de mirar fijamente mi rostro, al punto de ponerme algo nerviosa. —¡Si no lo hubiese visto con mis propios ojos, no me lo creería! —exclama realmente, sorprendido y sonrío ante su ingenuidad. —¡Ese maquillaje hace maravillas! ¡Has quedado Isabella, como si no tuvieras nada! Y lo mejor, es que apenas se nota el maquillaje. —Es porque he puesto, una capa de máscara del color de mi piel, señor. No se nota, pero así es. —Le explico, todavía sonriendo de ver lo asombrado que está. —Bueno, entonces vamos ahora mismo a hacer la presentación —dice recogiendo apresurado las cosas en su buró y agrega. —Vamos ahora antes que se te caiga eso. —Ja, ja, ja… No se va a caer, señor —le digo con calma, y aguantando mi risa, ante su total desc
Me quedo callada, porque siento que tiene razón en lo que dice. No debió suceder eso en un sitio cerrado que te piden tantas identificaciones para entrar, en eso no le voy a quitar la razón. Mejor lo dejo así, que lo arregle mi jefe, y mi abuelo no se entera, ya me las arreglaré para pagarle. Llegamos a nuestro destino. —No sé si voy a poder hacer la presentación señorita, estoy tan furioso y desconcentrado que no podré. —Cálmese, si me permite la puedo hacer yo y usted me asiste. —¿Usted? ¿Cree poder? —Sí, señor. Ya le expliqué que ese era mi trabajo en Francia. Deme todos los papeles y tranquilícese por favor, me hace falta sereno a mi lado. Toma y suelto aire una y otra vez. Le ayudo de nuevo con el nudo de su corbata, lo tenía torcido. Y aquí vamos, nos están esperando en la sala de reuniones unos cuantos tipos muy serios mirando sus relojes. Solo nos demoramos dos minutos. En lo que reparto las carpetas, Christian conecta la computadora a la pantalla. —Buenos días, mi nombre
—¡Eso mismo, pensé yo! —Sigo contándole en lo que me quito mi ropa y me meto en la ducha a realizar un baño. —¡Pero la historia no acaba ahí, hay más!—¿Qué pasó? ¿Te volvió a agredir ese degenerado? ¡Lo mataré! ¡Lo mataré con mis propias manos! Tienes que decirle al abuelo Bella. No puedes dejar que te agreda cada vez que se encuentre contigo. ¿Qué otra cosa te hizo? —pregunta tratando de ver si tengo alguna otra marca en mi cuerpo, por lo que me apresuro a decirle.—¡No, a mí no me hizo más nada! Pero cuando llegué al parqueo hoy, mi auto estaba todo rayado. ¡Pero rayado! No tenía un lugar que no estuviera. Mi jefe se puso hecho una furia. Lo mandó arreglar, al principio me negué, pero después acepté para que abu, no se entere.—¡Ese mal nacido, no sabe con quién se está metiendo! —Vocifera a todo dar girando como una fiera enjaulada, se ve muy cómica. —¡Mañana mismo voy a ir, a esa empresa contigo, y lo moleré a palos! ¡Tienes que dejar ese trabajo, Bella, y buscarte otro!—¡No, Ma
Me alejo mirando a Isabella por el espejo retrovisor, pues se ha quedado viendo como me marcho. Es buena esa chica, y se abrió conmigo de esa manera. ¿Así que una noche de locura? Vaya, no parece de ese tipo de mujer de irse a la cama con un desconocido. Dijo que no era casada, ¿qué sería lo que la llevaría a hacer eso que dijo? “Una noche de despecho y locura” Esa fueron sus palabras.Sigo conduciendo rumbo a mi casa, que está en las afueras. Cuando paso por donde está el portero, me indica que tengo visita. ¿Quién será? Veo que hay dos autos en la entrada de mi casa y reconozco a uno, el de mis padres. El otro no tengo la menor idea de quién pueda ser. Me bajo resignado, sé que me espera otra vez una dura batalla con ellos.Abro con mis llaves, y camino hacia donde escucho las voces, en la terraza al lado del comedor. Me tenso enseguida al ver de quienes se trata. Son los padres de la que dicen es mi prometida con Adele, que al verme viene a mi encuentro e intenta besarme como salud
Ambos padres se me quedan viendo muy serios. Yo me paseo por delante de ellos furioso. No puedo entender su empeño en quererme casar con Adele. ¿Qué quieren ganar con eso? Es algo que me llena todo este tiempo de intriga.—¿Te acuerdas de algo, hijo? —pregunta papá, mirándome muy serio.—No, no me acuerdo de nada. ¡Nada! ¿Contentos? Pero eso no quiere decir que haré lo que me digan, solo porque según ustedes, yo estuve de acuerdo antes del accidente. Ahora es lo que cuenta, ¿o están felices de que me puedan manipular?—No digas eso, hijo, ¿cómo vamos a estar contentos de que no nos recuerdes? Solo que hablaste de tu hermana con tanta convicción que pensé que la recordabas.
Eva quedó estupefacta. Era la primera vez que él amenazaba con el divorcio, y eso no podía ser una señal positiva. El doctor Alfonso, sin duda, tenía algo que ver en esto, estaba segura. Santiago comenzaba a darse cuenta de lo que le habían hecho durante años, reflexionó. Sin embargo, su recuperación fue rápida; ocultó su turbación tras una sonrisa hipócrita que apenas asomó en sus labios.—No te pongas así. Lamento lo que dije antes. Ya sabes que si ella no me quiere, yo tampoco la quiero. Pero eso no significa que le desee el mal. No fue hoy, fue ayer cuando la vi. Aparentaba estar demacrada, aunque no del todo mal.Santiago se dejó caer en la silla lentamente, sus ojos nunca abandonaron a Eva. Algo estaba siendo ocultado, lo sabía, y estaba decidido a descubrirlo. Se levantaría e iría al médico en cuanto amaneciera; no dejaría pasar más tiempo antes de visitar a su madre y a su hija, se prometió. Sin embargo, una inquietud lo carcomía, una preocupación nublaba sus pensamientos: des
Tiene que acabar de saber en qué está metida Eva, la otra vez casi lo arruinó con sus deudas de juego. Luego se dejó engañar con Luis y expuso a Isabella a ese peligro. Es verdad que le gustaría que su hija se casara con un buen partido, pero no confiará más en su esposa para tal propósito. Levanta el teléfono y le marca al de su mamá, se queda por un instante así y cuelga luego de escuchar el mensaje de la contestadora, extraña tanto escuchar la voz de su madre, que solo ahí la tiene grabada. Se pone de pie y baja hasta su auto y le pide que lo lleve al hospital para hablar con el doctor de su madre, pero el mismo no se encuentra, resopla y se aleja.Mientras Eva, al salir de la oficina de su esposo en la naviera, desde su auto en marcha, llama por teléfono a una persona que enseguida le responde.—¿Y? ¿Aceptó?—Todavía, pero ya se lo dije. Estoy segura de que cuando vea lo bueno que es el niño, aceptará. Esta vez no podemos fallar, tenemos que hacernos de todo.—¿Y tu hija? ¿Cuándo