58. ISABELLA
Me quedo callada, porque siento que tiene razón en lo que dice. No debió suceder eso en un sitio cerrado que te piden tantas identificaciones para entrar, en eso no le voy a quitar la razón. Mejor lo dejo así, que lo arregle mi jefe, y mi abuelo no se entera, ya me las arreglaré para pagarle. Llegamos a nuestro destino.

—No sé si voy a poder hacer la presentación señorita, estoy tan furioso y desconcentrado que no podré.

—Cálmese, si me permite la puedo hacer yo y usted me asiste.

—¿Usted? ¿Cree poder?

—Sí, señor. Ya le expliqué que ese era mi trabajo en Francia. Deme todos los papeles y tranquilícese por favor, me hace falta sereno a mi lado.

Toma y suelto aire una y otra vez. Le ayudo de nuevo con el nudo de su corbata, lo tenía torcido. Y aquí vamos, nos están esperando en la sala de reuniones unos cuantos tipos muy serios mirando sus relojes. Solo nos demoramos dos minutos. En lo que reparto las carpetas, Christian conecta la computadora a la pantalla.

—Buenos días, mi nombre
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