252. CIEGO

—Señor, ¿qué hace aquí? —escucha la voz de un guardia de seguridad. Sin darse cuenta ha ido a parar a la entrada.

—Emilio, ¿por casualidad mi esposa ha andado por aquí?

—¿Cómo lo sabe?

—¿Estuvo, la dejaron entrar? ¡Di órdenes precisas de que no lo hicieran! —dice furioso de que lo hayan desobedecido. —¿Por qué nadie me avisó?

—No, no, señor, la señora Isabella vino en la mañana, y no la dejamos pasar, estuvo un rato detenida en la calle, pero después se marchó y no regresó. —Le aclara el guardia que lo observa curioso.

—¿Estás seguro que no regresó o que de alguna manera entró en la casa? —vuelve a preguntar, sintió el perfume de ella, casi está seguro que fue ella en su habitación que lo vio y fue la que tomó los papeles del divorcio.

—Seguro señor, la señora no ha entrado, al menos que yo sepa, y no me he movido de mi puesto. Por esta puerta no entró. —Le aseguró el guardia.

Gira sobre sus pasos y regresa lentamente a la casa, dudando si en verdad fue ella o quizás Marta que regre
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