Ana María caminaba con prisa por las calles de La Habana rumbo al hotel. Se sentía distinta. Nunca imaginó que pasar la noche con un desconocido pudiera dejarla así, vibrando por dentro. Aún con la ropa arrugada y el corazón latiendo en otro compás, tenía una sonrisa que no podía ocultar.Al llegar, vio a Laura saliendo del restaurante. Apenas la reconoció, su amiga soltó un grito ahogado de emoción y corrió hacia ella. Se abrazaron con esa fuerza que solo tienen los reencuentros después de una noche que lo cambia todo.Al separarse, Laura la escaneó de pies a cabeza.—¡Joder, tía! Pero qué guapa estás… —exclamó entre carcajadas—. ¡Y esos chupetones! Te han dejado marcada como vaca recién comprada.Ana se sonrojó al notar las miradas curiosas que las rodeaban.—Shhh, ¿quieres dejar de gritar mis intimidades? Vamos a la habitación, ahí te cuento.Caminaron entre risas, bromeando con codazos cómplices. En el camino se toparon con Rodrigo, quien, como siempre, se sumó encantado a la conve
Ana no estaba del todo segura de cómo lo había hecho, pero ahí estaba, de pie frente a él, con las palabras ya dichas: ¿Quieres venir con nosotros a Varadero?No solía ser impulsiva, pero algo en la manera en la que Hugo la miraba hacía que se le aflojaran las reglas.Él la observó en silencio por un par de segundos. Luego sonrió, ese tipo de sonrisa que derrite las dudas.—Me encantaría —respondió, con voz cálida—, pero estoy de viaje familiar. Conociste a mi hermano y a mi cuñada esta mañana, ¿verdad?Ana asintió. De pronto sintió que había metido la pata. Que se había adelantado. Que lo había puesto en un aprieto. La sensación fue tan intensa que casi se le encogió el estómago.—Aunque… —Hugo continuó, mirándola con una chispa cómplice— no creo que a mi familia le moleste demasiado si me desaparezco unos días.Ana soltó una risa nerviosa. La tensión empezaba a disiparse.—Te propongo algo —dijo él, acercándose apenas—. Acompáñame adentro, te presento con mi familia, recojo mis cosas
El bar del hotel estaba casi vacío a esa hora de la tarde. La luz dorada del sol se colaba entre las persianas, tiñendo de ámbar las botellas alineadas en la repisa. Hugo pidió dos rones dobles, sin hielo, y se los llevó a la mesa donde su padre lo esperaba con los codos apoyados en la madera y una expresión que oscilaba entre la preocupación y el juicio silencioso.—Gracias —dijo el hombre, tomando el suyo con una leve inclinación de cabeza.Hugo no respondió. Solo se quedó mirando el vaivén lento del líquido ámbar en su vaso.—Así que Ana… —empezó su padre, sin rodeos—. No puedo decir que me lo esperaba.—Yo tampoco —respondió Hugo, sin mirarlo.—Anoche era una desconocida. Hoy están planeando un viaje solos. ¿Te das cuenta cómo suena eso?Hugo bebió un sorbo, y dejó el vaso con cuidado sobre el posavasos.—Lo sé. Pero también sé cómo se siente. No se trata solo del impulso.El padre lo observó en silencio un momento. Su mirada no era acusatoria, era la de un hombre que ha vivido lo
El viaje a Santiago prometía sorpresas para ambos. Cada uno debía planear una actividad para el otro sin revelar detalles. El juego estaba en adivinar gustos, pasiones o hobbies del otro, aunque apenas se conocían. La incertidumbre le añadía una chispa de emoción… y de miedo.Hugo fue el primero en elegir. Aprovechando que la noche anterior Ana había dejado entrever su fascinación por la arquitectura y el arte, la llevó al Museo Diego Velázquez, una de las casas coloniales más antiguas de Latinoamérica. La fachada de piedra, teñida por siglos de sol y sal, los recibió con un aire detenido en el tiempo. Dentro, las maderas crujían bajo sus pasos, y el olor a historia flotaba en el ambiente, denso como incienso.Ana se dejaba envolver por cada rincón, acariciando con la mirada los techos de vigas oscuras, los muebles tallados, los objetos cargados de siglos. Su entusiasmo era contagioso; Hugo la observaba más que a las piezas del museo. Caminaban abrazados, se besaban entre salas, tomaba
El sol apenas se filtraba por las cortinas cuando Ana regresó sigilosamente a la habitación del hotel. Llevaba una sonrisa cómplice en los labios y las mejillas ligeramente encendidas por la emoción: acababa de reservar un tour que prometía una noche inolvidable por Santiago.Al entrar, el aire acondicionado le acarició la piel expuesta. Hugo aún dormía, envuelto en las sábanas blancas, con el torso al descubierto y una pierna colgando al borde del colchón. Respiraba profundo, ajeno a la pequeña aventura de Ana. Con movimientos silenciosos, ella se despojó de la ropa y se deslizó entre las sábanas, buscando el calor de su cuerpo como si nada hubiera pasado.Pero no engañó a nadie.Hugo abrió los ojos en cuanto sintió el leve peso de su cuerpo. Sonrió con picardía y se giró sobre ella, inmovilizándola con su cuerpo.—¿Intentabas escaparte otra vez de mí, princesa?Le hizo cosquillas en los costados, arrancándole una carcajada entrecortada. Ana negó con la cabeza, atrapada entre risas y
Al llegar al aeropuerto de Santiago, Hugo y Ana fueron guiados hacia una sala privada con aire acondicionado y mobiliario de diseño contemporáneo. Las cristaleras panorámicas dejaban entrar la luz dorada de la mañana, y el leve murmullo de las hélices en la pista se colaba a través del vidrio.Ana apenas hablaba. Llevaba unos lentes de sol oscuros que ocultaban su mirada distante, y Hugo, aunque acostumbrado a leerla con facilidad, no lograba descifrar si estaba emocionada o simplemente cansada. La observó mientras hojeaba distraídamente una revista de viajes sobre la mesa de centro, sin detenerse en ninguna página por más de cinco segundos.Él esperaba alguna sonrisa sorprendida, un comentario irónico o coqueto al ver el jet privado que los llevaría a Varadero. Pero Ana no dijo nada. Se limitó a caminar hacia el avión con paso firme, como quien lo ha hecho muchas veces antes. Y en efecto, lo había hecho.—Buenos días, señores —los saludó el piloto con una ligera reverencia al pie de l
Hugo entró al restaurante del hotel, el sonido suave de la música apenas lograba atravesar la neblina en su mente. Al verlo llegar solo, Cassie levantó la mirada de inmediato.—¿Dónde está Ana? —preguntó, sin poder ocultar la preocupación en su voz.Hugo soltó un suspiro, intentando que su respuesta no sonara demasiado fría.—Se quedó con sus amigos, en su hotel. Mañana se va a Florencia.Cassie frunció el ceño, incrédula.—¿Qué? No puede ser... ¿Por qué?Antes de que Hugo pudiera responder, Mateo apareció detrás de ella y le rodeó los hombros con un abrazo.—¿Todo bien, hermano? —preguntó, mirando a Hugo con cierta preocupación—. ¿Y Ana?Hugo intentó sonreír, pero la mueca apenas se sostuvo.—Sí... más o menos. Quedamos en vernos a las cinco para despedirnos.Cassie miró a Mateo y luego a Hugo, una mezcla de desconcierto y preocupación en su expresión.—¿Le pediste que se quedara con nosotros un poco más?Hugo negó con la cabeza.—Ya lo hice, pero no la vi muy convencida.Mateo lo mir
El sol ya se colaba por entre las palmeras cuando Ana y Hugo descendieron del elevador rumbo al restaurante del hotel. Pasaban de las diez de la mañana y el calor húmedo de Varadero los recibió como una sábana tibia al cruzar el lobby abierto. El aroma del café recién hecho y el pan tostado flotaba en el aire, mezclado con el murmullo de conversaciones y el tintinear de cubiertos.—Actúa como que no los ves… —murmuró Hugo al detenerse en seco y pegarse discretamente a una columna—. Vamos a desayunar a otra parte.Ana lo miró divertida, arqueando una ceja mientras se agazapaba a su lado, juguetona.—¿Y crees que así los vamos a engañar? Parecemos turistas fugitivos.—Si nos sentamos con ellos, no nos sueltan en todo el día —susurró Hugo, echando un vistazo rápido hacia el restaurante.Desde su escondite, alcanzaron a ver la mesa larga cerca del ventanal. Ahí estaban todos: su papá Humberto, su mamá Eugenia, Cassie, Gina, Mateo y los niños. Una escena de desayuno familiar perfecta… y pel