Amanecieron abrazados, desnudos, felices y satisfechos, como cada una de las mañanas desde que estaban juntos. Los rayos dorados del sol se filtraban a través de las cortinas, calentando la habitación de forma suave, como si el mundo exterior también quisiera unirse a su descanso. El aroma a mar y arena seguía flotando en el aire, un recordatorio de lo efímero y único de aquellos días.Ana estaba acostada boca abajo, su espalda bronceada brillando bajo la luz del sol. Hugo, con un gesto lento y amoroso, le aplicaba un gel hidratante sobre la piel caliente. Su mano recorría su espalda, sintiendo cada curva, cada línea. La caricia era suave, delicada, pero impregnada de la necesidad de aprovechar cada momento juntos.— No quiero salir hoy de la cama, hasta que se ponga el sol —dijo Hugo, riendo suavemente mientras sus dedos deslizaban el gel sobre su piel. La risa de Ana, un sonido ligero y melodioso, se unió a la suya.— Nuestros sobrinos nos van a extrañar hoy en la playa y en el tobog
El eco de un pasado que aún la aprisionaba se coló en su conciencia. La primera vez que su ex esposo le propuso matrimonio, la ilusión radiante en sus ojos, la promesa de un futuro que, con el tiempo, se desmoronó en pedazos. Todo había parecido perfecto al principio, pero la felicidad fue efímera, una luz que se apagó antes de que pudiera sostenerla.Ana cerró los ojos con fuerza. Intentó contener la oleada de pensamientos que la asfixiaban, pero el pasado era un eco imposible de silenciar, pero al abrirlos, la mirada de Hugo la ancló a la realidad. Estaba ahí, esperando, buscando en sus ojos la respuesta que temía escuchar.—No sé si estoy lista para lo que eso implica, Hugo… —La fragilidad en su voz la delató, el miedo se filtró en cada sílaba—. Todo ha sido tan… intenso, pero también tan rápido.Hugo inclinó la cabeza, como si intentara ver más allá de sus palabras. No entendía por qué Ana retrocedía justo cuando más cerca habían estado el uno del otro.—Esto no es un juego para mí
Ana llegó a Lisboa con el alma hecha un torbellino. El peso de lo vivido en Cuba la seguía como una sombra, persiguiéndola en cada pensamiento. Decidió quedarse unas semanas, buscando respuestas en la ciudad que siempre le había ofrecido refugio. Pero la verdad era que no tenía un plan. Solo quería caminar, respirar, existir en silencio.Aquella mañana, sus pasos la llevaron a Rua Augusta sin rumbo fijo. La llovizna reciente había hecho brillar los adoquines, como si Lisboa quisiera reflejarle un camino. El aire olía a café recién tostado y a pasteles cálidos, y una brisa juguetona revolvía los mechones sueltos de su cabello.Entonces, una voz conocida la sacó de su ensimismamiento.—¿Qué gusto verte por aquí, hermosa?Ana giró sobre sus talones, desconcertada.Valente.Su sonrisa amplia, sus ojos cálidos, la misma energía despreocupada de siempre.El abrazo fue inmediato, espontáneo, envuelto en la calidez de quien ha esperado demasiado para volver a encontrarse. El roce familiar de s
El atardecer teñía de oro las cristaleras del despacho, pero Hugo apenas lo notaba. De pie junto al ventanal, los dedos crispados alrededor de una copa de vino que no había probado, contemplaba desde lo alto el murmullo vibrante del club que se preparaba para la fiesta de fin de año. Desde allí, todo parecía tan lejano, tan ajeno. Hasta que sus ojos se posaron en una escena que lo desarmó por completo.Allí, en una de las mesas junto al bar, estaba Ana. Su Ana. Aunque ya no lo era. Reía, con esa risa suya que solía despertarle el alma, y se dejaba abrazar con soltura por Valente Carvalho. Las fotos de Lisboa ya habían sido puñal suficiente, pero verla en carne y hueso, en su ciudad, en su club, junto a ese hombre... lo desbordó.Con un gesto brusco, dejó la copa sobre el escritorio y tomó el teléfono.—Tráeme de inmediato la lista de invitados —ordenó al asistente—. Quiero verificar cada nombre. No hay forma de que ella estuviera invitada oficialmente… y menos con él.Se sentó tras el
El zumbido del aire acondicionado era el único sonido constante en el despacho. Allá afuera, el club se agitaba con luces, risas y música, pero Hugo permanecía inmóvil, como si su oficina fuera un búnker diseñado para mantenerlo a salvo del mundo.Pero no del pasado.Se apoyó en el escritorio, los nudillos blancos de apretar con demasiada fuerza el borde de madera oscura. Frente a él, las fotos seguían ahí, desparramadas como migajas de una historia que ya no quería recordar. Ana sonreía en cada una, radiante, despreocupada, con Valente muy cerca. Demasiado cerca.Le hervía la sangre con solo mirarlas.—¿Qué carajos estás haciendo aquí? —murmuró al vacío, como si las paredes pudieran responderle.Desde que Javier le entregó la lista actualizada de invitados, un torbellino había comenzado a girarle dentro. Lourdes Da Silva, Valente Carvalho... y ella. No necesitaba más pruebas. Estaba aquí.La idea de bajar a enfrentarla le había cruzado por la mente como un rayo, pero no dio un solo pa
Ana salió del despacho con el corazón latiéndole fuerte en el pecho. Aquel breve recorrido por el espacio donde Hugo daba vida a sus ideas le había removido más de lo que imaginaba. Sus pasos la llevaron instintivamente hacia el área del bar. La luz cálida, los muros de ladrillo expuesto y el juego de espejos le hablaron como arquitecta: era un lugar bien pensado, pero con algunos detalles que, sin querer, su mente empezó a redibujar. Si colocaran paneles acústicos sobre la zona de las bocinas, podrían amortiguar el eco... pensó, más por distraerse que por hacer un análisis real.Pero no pudo concentrarse. Se sentía ansiosa, fuera de lugar, como si su presencia allí fuera un error. ¿Y si Hugo ya tenía planes para esta noche? ¿Y si había pasado página por completo? La duda empezó a enredársele en el estómago como una telaraña pegajosa.Se disculpó con sus amigos y se dirigió a los baños. Necesitaba alejarse un momento del bullicio, tomar aire, recomponerse.Al entrar, se sorprendió. No
El dos de enero amaneció con una calma engañosa. Afuera, Chicago parecía haberse tomado una pausa después del frenesí de la víspera de Año Nuevo: las calles estaban medio vacías, los cafés abrían más tarde, y el aire frío arrastraba restos de serpentinas y confeti, como si la ciudad aún intentara sacudirse la resaca.Hugo se había despertado temprano. No por costumbre, ni por el trabajo que lo esperaba. Se levantó porque no había manera de seguir durmiendo con el corazón tan inquieto.Se preparó con calma, cuidando detalles que nunca antes le habrían importado: eligió una camisa sin arrugas, perfumó apenas su cuello, se peinó con esmero. Tenía una cita. Con ella. Después de tanto tiempo.“Una charla, nada más”, se repetía. Pero no era solo eso. Porque aunque había jurado blindarse, aunque había dormido poco y trabajado más para no pensar, el simple hecho de saber que la volvería a ver le sacudía el estómago como si tuviera veinte años.Cassie lo encontró en la cocina, removiendo distr
Ana María, arquitecta sensible marcada por una pérdida profunda, viaja a Cuba para escapar de su rutina emocional. En una noche mágica en La Habana, conoce a Hugo, un empresario exitoso que también arrastra el peso del pasado. Lo que empieza como un encuentro casual entre mojitos, salsa y caricias robadas, se transforma en una conexión intensa que desafía el tiempo, las heridas y el miedo a volver a amar. Entre besos frente al mar, cenas familiares inesperadas y promesas bajo el sol caribeño, ambos deberán decidir si vale la pena apostar todo por un amor que llegó sin aviso.Después de años ocultando su tristeza detrás de una sonrisa educada, Ana María emprende un viaje a Cuba con la esperanza de reencontrarse consigo misma. Arquitecta brillante, hija única y víctima de una pérdida que marcó su cuerpo y su alma, Ana ha aprendido a vivir en automático, convencida de que el amor —ese que transforma, sacude y reconstruye— no es más que una ilusión para otros. En su interior, carga con la