02

Tres días han pasado en donde rumores de mi supuesto castigo lo exageran diciendo que es porque amenacé a un profesor. A veces me divierten los rumores, descubro cosas de mi misma que ni yo sabía que había hecho.

Hacerme la de oídos sordos es lo que me mantiene en paz. Llevo años en Belmont, y los que me conocen saben de lo que soy y no soy capaz, obviamente jamás y nunca me atrevería a alzarle la mano a nadie.

Vuelvo a ponerme de puntilla ignorando el hecho de sentirme observada, la biblioteca está sola y aun así me siento desnuda. Me acomoda la falda antes de colocar a Romeo & Julieta en su lugar, sin embargo, gracias a la genética de mi madre y la abuela no llego.

Pensaba en rendirme y hasta colocar este cliché en cualquier otro sitio, de todas formas, nadie más viene a la biblioteca que no sea para follar. Observo el carrito que me ayuda a trasladar los libros, y lo que posiblemente sea el peor error que se me haya podido ocurrir en lo que va de semana me viene a la cabeza.

Con mucho esfuerzo mantengo el equilibrio encima de este. Vuelvo a ponerme de puntilla y por fin dejo el libro en su lugar.

—Lindas piernas.

Tambaleo del susto y las mismas manos que me asustaron sostienen el carrito para que no me caiga.

De inmediato reconozco ese tono de voz. Es la primera vez que lo escucho hablar sin que esté gritando como un desquiciado por los pasillos. Ahora de cerca percibo un sutil acento caribeño cargado de posibles dolores de cabeza si no me largo ya mismo.

Miro a Brayden McCarthy con el ceño fruncido. La sangre empieza a hervirme cuando él me examina de pies a cabeza con esa mirada de falsa inocencia.

Salidos de un perfecto cuento de hada, los hermanos McCarthy solo llevan dos meses desde que se inscribieron en Belmont High, su hermana menor es la que más llama la atención pareciendo una muñeca de porcelana, rubia de ojos grises y facciones delicadas, nunca se queda quieta corriendo de aquí para allá. Y este es otro que no deja de llamar la atención. Ambos igual de escandalosos.

Bajo del carrito con cuidado de que no se me levante la falda y me doy la vuelta dispuesta a irme.

—Me llamo Brayden —Lo ignoro.

Ya lo sé.

Siento su mirada clavada en mi trasero y me detengo por lo que parece ser un desafío no muy inteligente de su parte, miro por encima de mi hombro cuando oigo el impacto de algo caerse seguido de otro libro.

Termino de encararlo, su cabello rubio cae encima de su ojo izquierdo mientras finge leer un libro, lo tira al suelo y agarra otro repitiendo el acto. Esta vez me observa con diversión.

Hago un cálculo de cuantas neuronas puede tener mientras sonríe.

Sí, sonríe como si esto fuese un juego.

Camino con los puños apretados, resistiendo las ganas de rebajarme a su nivel. Recojo los libros que había tirado y al acomodar el último lo miro a los ojos.

Intento no demostrar que su desespero por llamar mi atención y hacerme cabrear ha funcionado, porque sí, si su objetivo era despertar mi interés haciendo que me pregunte si en el mundo aún existía gente con ese grado de inmadurez e ignorancia, pues ha función.

Le doy la espalda y vuelvo a escuchar la misma caída.

Sonrío ante su audacia. Debe de tener los cojones grandes.

—Recógelo —le digo pausadamente.

Él me mira completamente sorprendido por mi tono gélido. Por un momento parece estar sorprendido por mi reacción. Lo veo inclinarse a recogerlo, pero a no mucho de tocar el libro vuelve a su postura peinando su cabello, riéndose de forma estrepitosa en mi cara. ¡En mi cara!

— ¡Pero por supuesto que no!

Suelto un aturdido:

— ¿Qué?

¿Pues qué se cree este idiota?

¿Es sordo? ¿Retrasado acaso? Le dije que hiciera algo y él ¿se burla?

—Es tu castigo ¿no?

Ah, y de paso responde.

—Mi castigo es ordenar la biblioteca, no tu berrinche. Así que hazle honor a tus bolas y recoge tu m****a.

Su cara se contrae por unas milésimas de segundos. Cierra los ojos y con una sonrisa, igual a la de un niño travieso, tira la mitad de la hilera que acabo de arreglar haciendo eco por toda la biblioteca.

La rabia hace efervescencia.

Y comienza la tonada de tiburón.

Rápidos taconazos se empiezan a escuchar por la madera. Vuelvo a mirar a Brayden que tenía las intenciones de escapar, pero antes de que diera otro paso lo sujeto de su chaqueta de jean obligándolo a quedarse.

—Pero ¿qué...?

— ¿¡Qué es este reguero?! —Reclama Ana—. ¡Nova!

McCarthy agranda los ojos, sorprendido, casi aterrado.

Tal parece que su pequeño cerebro reconoció mi nombre y lo relacionó con los rumores.

— ¡Tenías que acomodar los libros!

—Brayden los tiró —no me molesto en dar detalles. Nos mira aún más seria que antes.

Para empezar, la biblioteca está cerrada. Cumplí mi parte, que se pudra él con su inmadurez.

—Los dos, a la sala de castigo —señala la salida.

— ¿Perdón?

¿Cómo que los dos?

Siento como mis uñas se clavan en la palma de mi mano intentado mantener la compostura. Brayden guarda las suyas en los bolsillos y sonríe sin importarle que Ana nos esté escoltando hasta el salón del profesor Ricardo.

El hombre despega la vista de su teléfono y nos mira esbozando una risa socarrona.

— ¿Tres veces en una semana, Thompson?

Ruedo los ojos, dándome cuenta que Brayden mira sin disimular mi falda.

Corrijo, mi peor error es no haberme ido antes de haber cruzado palabras con Brayden McCarthy.

Un error que pague durante dos horas de mi vida desperdiciadas sin hacer nada, solo pensar en que llegare tarde para la academia de baile, especial mente bachata. Algo que empezó como un desafío para demostrar que yo si podía, terminó siendo mi pasión y método anti estrés.

Se avecinan las nuevas inscripciones de la academia. Cada año, el instructor Carlos les hace hacer a los novatos una especie de trabajo sobre los pasos de baile que le tuvieron que haber enseñado en orientación.

Hace un año las tuve que presentarlas y la orientación eran dos meses antes de la prueba, para esta temporada ya no soy una novata, lo que implica ser tutora de uno de los nuevos.

Miro por tercera vez el reloj, todavía faltaba una hora y media para poder irme a casa.

Siento un cosquilleo recórreme la nuca, una mirada fija en mí, observo el salón para saber de quién se trata y solo veo una cabellera rubia mirando a mi dirección.

Brayden me guiña un ojo y me saca la lengua. De inmediato arrugo la nariz, con el ojo derecho temblándome, casi como un tic.

¿Qué le pasa?

Me paso la mano por el cabello frustrada, recordando que desde la noche en el mirador había perdido mi gorro por el azaro.

—Bueno... Ya me quiero ir así que esto es todo por hoy—cierra la revista fastidiado y mira a los reclusos, como les suele llamar—. ¿Qué esperan? ¿Un beso de despedida? ¿Les autografío el cerebro? Largo.

Todos salen disparados, ninguno está dispuesto a quedarse más tiempo en el aula. Incluso McCarthy desapareció.

El profesor Ricardo contaba con el aspecto de modelo, alto, fuerte, cabello y ojos cafés, apenas tiene veintiocho años y lleva tres años trabajando aquí. Recuerdo sus comienzos en Belmont High, cuando era amable y no imponía carácter dejando que todos se burlaran de él. Ahora es el profesor más temible de Belmont.

—Nova, espera un momento.

Lo mire antes de salir por la puerta.

— ¿Qué es lo que te está pasando? No es común en ti estar castigada y esta semana has venido tres veces, tres—recalca, aun con diversión.

— ¡No es mi culpa! —Respondo indignada—. Ayer sí, okey, acepto que fue mi culpa llegar tarde ¡Pero esta vez fue culpa de él! ¡De Brayden! —me mira perplejo por cómo había levantado la voz.

Al instante me arrepiento de haberle gritado a unos de los profesores menos tolerantes y malhumorados, pero por suerte—una muy extraña y confusa suerte—, se lo toma de la mejor manera riendo por mi coraje.

—Trata de no meterte en muchos problemas. Si he de verte no quiero que sea aquí—me guiña el ojo y mi respiración se entrecorta con el incendio que absorbe mis mejillas.

Parpadeo repetidas veces para asentir y salir del aula, trataba de asimilar lo que había pasado. Me había sonrojado, sonrojada por mi profesor.

Entonces, el rumor de hace un año se me viene a la mente como flashback.

El año pasado se había esparcido el rumor de que una estudiante estaba teniendo relaciones. Nada fuera de lo normal. Se alarmaron al escuchar la parte oculta de ese toxico chisme.

Ella tenía dieciséis años y con quien salía le llevaba nueve más. Los padres al enterarse, llamaron a las autoridades para que investigaran más sobre el caso. Mas no se encontraba nada, decían que el presunto amante era alguien de su propio colegio, un profesor tal vez.

Acusaban a Ricardo ya que coincidía con la descripción.

Jamás se encontró suficiente evidencia.

Atestiguaba que ni siquiera conocía a su propia estudiante.

La chica dijo que no había sido él, sino otro hombre. Asustada, término acusando a un profesor más mayor que la edad que decía en el archivo.

Aun no se sabe con exactitud si era mentira o solo quería salvar a su amante. A causa de eso, el director se vio en la obligación de poner cámara en todas las esquinas de Belmont High.

— ¡Ey! —Siento pasos apresurados siguiendo los míos, lo que hace que me detenga— ¿Tú... tú eres Nova? ¿Nova Thompson?

Ahora que lo tengo cerca, algo en él me resulta familiar. Como si ya hubiese visto esa sonrisa de chiquillo revoltoso.

— ¿Sí? —desconfió.

La curiosidad mató al gato.

Dos brazos envuelven mi cuerpo con una euforia asfixiante. Me quedó sin aire, sorprendida y aturdida sin saber qué es peor: si el hecho de que sea un completo desconocido o que se haya atrevido a tocarme, a abrazarme, mejor dicho.

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