Perro.

Al final del muelle estaba él, sentado en una manta roja que contrastaba vívidamente con las desgastadas tablas de madera. La brisa marina ondeaba suavemente la tela, creando pequeñas olas de color carmesí. Había dispuesto sobre ella unas copas de cristal fino que brillaban bajo la luz de la luna, una botella de vino tinto que parecía prometer una noche especial, cojines bordados con motivos marinos y una selección de dulces que desprendían un aroma tentador a chocolate y vainilla. El mar estaba tranquilo y silencioso, como un espejo oscuro que reflejaba las estrellas. Al fondo, se escuchaban las olas chocando con las rocas de la costa, un murmullo constante que se mezclaba con el sonido del viento y dispersaba su olor a sal por doquier. El salitre se diseminaba en pequeñas cápsulas que el viento arrastraba, depositándolas como un fino rocío sobre mi piel. Caminé hasta él, sintiendo la madera crujir bajo mis pies, y me senté en el cojín que estaba a su lado, notando su suave textura b
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