Alan Brandwolf

—¿Cómo es que vine a parar aquí? —murmuré para mí misma.

Me encontraba en medio de un espeso bosque, rodeada de millones de árboles, una sinfonía de vida vegetal y animal. Estaba con la manada de lobos. Tres días. Tres benditos días desde que fui, ¿secuestrada? ¿Protegida? "Protegida", insistía Raffa. No la había pasado tan mal. Una habitación enorme, lujos por todas partes y una atención constante, casi sofocante. Las bromas con Raffa y sus betas eran…extrañas. Divertidas, sí, pero extrañas. No era normal verlos correr como lobos un minuto y al siguiente estar hablando de estrategias en la mesa del comedor. Era peculiar. A veces, una punzada de envidia me recorría. Quería ser como ellos, sentir la tierra bajo mis patas, la libertad del viento en mi pelaje… Pero era imposible. Yo era una simple humana.

Unos toques en la puerta me sacaron de mis pensamientos.

—Adelante —respondí.

—Buenas, buenas —dijo Raffa con su habitual sonrisa socarrona.

—¿Qué quieres, idiota? —dije con una sonrisa
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