Te amo, Raffa.

La manada entera era un caos. Se movían frenéticos de un lado a otro, como si la luna misma los torturara. Algunos se retorcían de dolor, otros gemían, otros aullaban.

—¡Hay un hechicero! —gritó un lobo desconocido—. ¡Él nos está causando esto!

—¡Búsquenlo y mátenlo sin piedad! —espetó el Alfa.

¿Un hechicero? Nicolas.

Después de revelarme sus dos secretos, no supe nada más de él. Vivíamos bajo el mismo techo, pero me ignoraba o me evitaba. Supongo que se sentía incómodo por lo que me había contado, sobre todo por lo de que le gusto. Pero nunca entendí qué hacía él aquí, en primer lugar.

Corrí a buscar a Nicolas. Sabía dónde encontrarlo: en la biblioteca, donde nadie más se atrevía a entrar. Giré a la derecha y abrí la puerta. Nicolas estaba sentado en un sillón, con los ojos abiertos, pero ya no eran de ese verde amable. Ahora eran completamente blancos, su mirada perdida en la nada.

¿Qué demonios está pasando?

—¡Nicolas! ¡Nicolas! —grité. No reaccionaba—. ¡NICOLAS! —grité de nuevo y
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