Hariella regresó a su enorme mansión y recompuso su semblante a uno serio, como si no hubiera pasado nada. Se mantuvo calmada y serena para saludar a sus dos preciosos hijos y para atender a las empleadas. Pero en la noche, luego de dormir a sus mellizos y estando sola en la intimidad de su cuarto, soltó a llorar de manera desconsolada. Las blancas mejillas de su precioso rostro angelical, se bañaban con el llanto que le provocaba recordar aquel momento con el hombre que amaba. Agarró la rosa amarilla eterna, que estaba en la mesita de noche, y la pegó en su seno, abrazándola con cariño. La flor se mantenía de la misma forma que hace cuatro años, tan linda e inmarcesible, como el amor de Hermes y Hariella.Hariella no había conocido lo que era el lloro colmado de dolor ni en su niñez, ni en su juventud, sino ahora de adulta, solo después de enamorarse de Hermes. El amor era algo complicado; a veces la llenaba de felicidad y al día siguiente estaba destrozada por la tristeza. Sabía que
—¡Yo me opongo! —dojo ella de nuevo.Hariella ostentaba un vestido mágico de tonalidad negra y lúgubre. En su cabeza tenía un sombrero que tenía adherido un velo que tapaba con ligereza su hermoso rostro. Su figura envidiable, la hacía ver como una mujer de ensueño o como una bruja de esos ceuntos de hadas y de fantasía.Los invitados comenzaron a parlotear entre ellos, mientras admiraban la belleza extraordinaria de la desconocida, mientras que la novia, palideció—. El novio no la ama a ella.—El novio no ama a la novia —dijo ella con voz firme.Hariella empezó a caminar con elegancia y el entrecortado golpe de sus tacones en el limpio piso de mármol, resonaba dentro del templo. Pero al mirar de manera detallada al novio, notaba algo extraño, pero, aun así, siguió con su andar.—¿Quién es ella? —preguntó la novia, casi sin aliento y al borde de la locura, al ver a la mujer que irrumpía su matrimonio y expresaba esas palabras ante el público.Hariella, era, sin duda, más hermosa que l
Hermes agarró por la mano a Marianne y la llevó así, hasta el auto. Subió a Marianne en el vehículo y comenzó a manejarlo, dejando a su precioso ángel en la soledad de la tristeza.Las lágrimas recorrían las mejillas de Hariella como delicado rio y se le dificultaba respirar. Sus manos le temblaban y en su seno, había un sentimiento de vacío.Lena vio lo que había pasado y después de que ellos se fueron, se acercó a Hariella y le hablaba, pero su señora parecía ida en sus pensamientos.Hermes solo condujo escasos metros de la iglesia y su vista se empañaba con sus lágrimas. Detuvo el auto y soltó a llorar de sin poder contenerse.—¿Hermes, estás bien? —preguntó Marianne, colocando su mano en la espalda de él. No necesitaba ser adivina o la más intelectual, para darse cuente de lo que sucedía entre ambos—. ¿Ella es tu exesposa, cierto? Hariella Hansen es la mujer con la que estuviste casado y por la que no puedes iniciar una relación. La misma a la que todos conocen como la magnate.—P
Hariella vio como la insoportable mujer de cabello marrón se había subido en el carro. Se acercó al lado del piloto.—Es verdad lo que has dicho —dijo Hariella, mirándolo directo a los ojos azules—. ¿Ya no me amas?—No, no es verdad —contestó Hermes, sintiendo como su aliviaba su dolor. No podía mentirle a la mujer que amaba.Era casi imposible para él, arrancarse ese afecto que sentía por ella. No importaba lo cruel que había sido al final, también habían tenido maravillosos momentos juntos que tampoco podía olvidar.—Mentiroso —dijo Hariella de manera juguetona con él. Por poco se había creído esas horrendas palabras por parte de él. Pero en el pasado ella lo había tratado peor.—No más que tú.Hermes, esta vez sí encendió el auto y se fue a dejar a Marianne al apartamento.Hariella observó como la ceremonia había terminado y se acercó hasta donde estaba la multitud de personas, mientras Lena la acompañaba, caminando a su espalda. Había un desorden y varias mujeres se reunieron, par
Hariella, después de acostar a sus hijos, se dirigió a su cuarto, sintiendo el silencio y la calma de la noche envolviendo la casa. Se despojó de su ropa empresarial, que había llevado todo el día, y se puso un baby doll oscuro que realzaba su figura. A pesar de los años y de haber pasado por el embarazo, su cuerpo se mantenía intacto, esculpido con la gracia y la elegancia que siempre la habían caracterizado. La maternidad, lejos de restarle belleza, había acentuado sus curvas de manera voluptuosa: sus pechos habían crecido, sus caderas se habían ensanchado ligeramente y sus glúteos habían ganado volumen.Hariella era la encarnación de la belleza angelical. Su cabello rubio caía en ondas suaves y brillantes, enmarcando su rostro con un halo dorado. Sus ojos azules, profundos y serenos, eran como dos zafiros que irradiaban una luz etérea, capaces de hipnotizar a cualquiera que los mirara. Su piel blanca, suave y sin imperfecciones, tenía una luminosidad propia, similar a la porcelana
A la mañana siguiente con la asistencia de Lena se dio en la tarea de conseguir a una niñera. Luego de hacerlo, estaba en el auto con sus mellizos, Helios y Hera. Estaban en el estacionamiento del centro comercial.—Recuerden que no deben decir mi nombre —dijo Hariella a sus gemelos. Les entregó una tarjeta de crédito negro, solo por la ocasión especial.—Sí, mami —respondieron ellos al unísono.Los mellizos bajaron del auto en compañía de la niñera. Tenían cuatro años y eran el reflejo de la elegancia y la gracia heredadas de sus padres. Con su cabello rubio y sus ojos azules, parecían pequeños príncipes sacados de un cuento de hadas, siempre impecables y sofisticados a pesar de su corta edad, pues así los mantenía Hariella, siempre pulcros y sofisticados.Hera llevaba un vestido negro que resaltaba su belleza angelical. El vestido estaba confeccionado con un tejido de terciopelo suave que caía delicadamente hasta sus tobillos. La parte superior tenía un diseño clásico con un escote
Hermes, de la mano de los mellizos, recorría las tiendas del centro comercial, sin saber que aquellos niños eran sus propios hijos. Los tres disfrutaban de momentos de elección y diversión, mientras los pequeños señalaban emocionados los juguetes y ropas que les llamaban la atención. Se inclinaba hacia ellos, escuchando atentamente sus opiniones y riendo con sus ocurrencias.Detrás de ellos, Marianne y la niñera los seguían, cargando las bolsas con las compras que iban acumulando. Marianne, observaba el nivel de confianza que ellos tenían. Además, Hermes no había objetado que era el padre. Si de verdad ellos eran los hijos de Hariella y de Hermes. Era cierto que no tenían ninguna posibilidad de haber ganado el corazón de él. Suspiró con decepción. Él ya tenía a una mujer a quien amar y pequeños frutos de su amor. Moldeó una sonrisa de alegría por ellos.Hariella, por su parte, se mantenía a una prudente distancia, observando la escena con una mezcla de emociones. Había prometido que,
Ella arrugó el entrecejo y ladeó la cabeza. Dudó en tomar la tarjeta, pero el niño la suje del brazo y se la puso en la mano.La cajera observó, sorprendida lo que estaba pasando. Había entendido el gesto del niño al salvar la muchacha.Helios fue a buscar la caja con las prendas que ella se había medidos. Miró la talla de las blusas, camisas y jeans. Así, fue a buscar toda la ropa que medía lo mismo y la empezó a echar en otro carrito más grande. Escogía todo lo que se encontraba a su paso de todos los colores.—¿Qué haces? —preguntó la chica, todavía sin asimilar lo que estaba ocurriendo. ¿Cómo un niño pequeño pagar todo ese dinero?—Esto… También —dijo Helio. Llevó el carro repleto de ropa a la caja.En ese momento llegó otra vendedora y le susurró algo al oído a la cajera. Hermes, Hera, Mariane y la niñera habían visto la escena desde la distancia. Le había dicho que él pagaría por lo que eligiera.—Por supuesto —dijo la empleada—. Enseguida tomo el pedido.—¿En serio? —se pregunt