Al llegar a casa, se encerró en el baño y finalmente dejó que las lágrimas fluyeran libremente. Nadie la vería llorar aquí, nadie sabría lo rota que estaba. Pero en su corazón entendía que estas heridas nunca sanarían por completo. La infertilidad no solo le había quitado la oportunidad de tener hijos, sino que también le había robado la esperanza y la felicidad. Y aunque sabía que debía seguir adelante, en ese momento, lo único que podía hacer era llorar.Herseis se sentía cada vez más sofocada por la presión y el dolor que la rodeaban. No solo eran sus antiguas compañeras de universidad las que la lastimaban con sus comentarios, sino también aquellas personas con quienes debía convivir todos los días: sus amigas del trabajo, sus primas, sus hermanas. Cada reunión, cada encuentro se había convertido en un campo minado, donde una palabra mal dicha, una mirada de lástima, o un comentario disfrazado de broma podían detonarla emocionalmente.El ambiente en el banco, que una vez le había
Mientras regresaba a casa, su llanto amenazaba con desbordarse de sus ojos, pero se contuvo. No quería mostrarse vulnerable en medio de la calle. Sin embargo, el universo parecía tener más sorpresas para ella. Un grupo de hombres vestidos con trajes elegantes se le acercó. Su presencia impuso una tensión inmediata en el ambiente. Uno de ellos, con voz firme, le explicó que Edán les había pedido dinero prestado y que ahora esperaban que ella, siendo empleada de un banco, se hiciera cargo de la deuda.El miedo se apoderó de ella. Su ritmo se aceleró y un sudor frío le recorrió la espalda. Por un instante, temió por su seguridad. Las historias que había escuchado sobre prestamistas y cobradores pasaron por su mente. "¿Y si me hacen daño?", pensó. Pero los hombres no mostraron intención de lastimarla; simplemente le entregaron un documento con la fecha límite para saldar la deuda y se marcharon.Al quedar sola, las piernas le flaquearon. Tuvo que apoyarse contra una pared para no caer. La
Herseis miraba su reloj, observando cómo las agujas avanzaban sin detenerse, marcando la inevitable realidad de que debía volver al trabajo en el banco. Sin embargo, el tiempo parecía haber perdido su significado. El vacío en su pecho era abrumador, un abismo insondable que amenazaba con devorarla por completo. Su cuerpo estaba frío, insensible, como si el choque de lo que había descubierto hubiera congelado sus emociones. ¿Cómo se suponía que debía seguir adelante después de lo que acababa de presenciar?El trayecto de regreso al Banco Leona fue un borrón. Las calles, los edificios, las personas que pasaban a su lado, todo se sentía distante, irrelevante. Cada paso la hundía más en la tormenta interna que había estallado dentro de ella. No sabía cómo reaccionar, ni cómo lidiar con la traición tan cruel y despiadada de Edán. Su mente intentaba desesperadamente encontrar sentido en lo que había visto, pero las piezas no encajaban. ¿Cómo había podido ocultarle algo tan grande? ¿Cómo hab
Helios caminó por los pasillos del Banco del Sol, un edificio que él mismo había conceptualizado desde su niñez. El aire era solemne, casi ceremonioso, mientras recorría cada rincón en compañía de la gerente que había designado, quien lo guiaba discretamente. Las paredes blancas y doradas, decoradas con motivos solares y elegantes paneles de cristal, brillaban bajo la luz suave que caía desde los ventanales altos, permitiendo que el sol entrara con una fuerza casi divina. Cada paso que daba resonaba en el mármol pulido del suelo, donde estaba grabado un enorme emblema del sol, símbolo del banco y del proyecto que había guiado su vida hasta este momento.El ambiente, lleno de expectativa, se sentía calmado, como si el banco mismo estuviera esperando que Helios lo recorriera por completo para recibir su aprobación. Las salas de espera y los mostradores de atención al cliente estaban diseñados con precisión minimalista, pero con un lujo implícito: mármol, oro, cristal y detalles en tonos
Helios siguió cada hebra de esos rizos que parecían enmarcar el rostro de aquella dama. Ella estaba ocupada, inmóvil en su estación, pero sin darse cuenta, había creado un punto de inflexión en su mente. El tiempo se ralentizó, como si el mundo hubiera decidido dar una pausa momentánea para permitirle observar con más detenimiento. Sus pensamientos, normalmente fríos y analíticos, se vieron brevemente interrumpidos por una sensación que no podía nombrar. No era sorpresa, tampoco era atracción inmediata. Era algo más profundo, un interés que brotaba desde un lugar inesperado dentro de él. Esa mujer entre todas las demás emanaba una oscuridad, angustia y soledad que otros no podían apreciar. Sin embargo, uno de sus mayores dones era su capacidad de observación.Se acercó lentamente y de manera cautelosa. Incluso en ese gesto había algo que imponía respeto. Era como el sol que caminaba entre los mortales, un ser que iluminaba cualquier lugar al que iba y dejaba a todos en una especie de
Helios, ahora un hombre poderoso, rodeado de riquezas y éxitos, había logrado lo que muchos solo podrían soñar. Su imperio financiero se extendía por el mundo, y su nombre era conocido en todas partes como sinónimo de poder y grandeza. Pero a pesar de todos sus logros, en lo profundo de su ser, había un vacío que ninguna fortuna ni éxito podía llenar. Ese vacío, imperceptible para los demás, se relacionaba con algo que había quedado en su pasado: Herseis, la mujer que lo había marcado de una manera que ni siquiera él mismo había comprendido por completo en su momento.Herseis había construido su propia vida. A pesar de los desafíos, había luchado por salir adelante, lidiando con los golpes que la vida le había dado: la noticia de su infertilidad, la ruptura de su matrimonio, el engaño de su marido y las deudas vigentes que debía pagar. La mujer que estaba parada frente a Helios esa noche ya no era la misma joven que él había conocido. El tiempo había dejado huellas en ella, pero no ha
Herseis se hallaba expuesta a un calor que no había experimentado en años. Sus vellos se erizaron, y un escalofrío recorrió su columna vertebral, aunque no era desagradable. Era como si su piel misma reaccionara ante él, como si pudiera sentir su cercanía antes de que sus ojos lo registraran completamente. En su mente había destellos fugaces de recuerdos e imágenes, pero todos eran vagos, indistintos, como si algo dentro de ella tratara de recordar o asociar a ese joven con alguna figura del pasado, pero no lograba darle forma concreta a sus pensamientos.Su corazón latía con vehemencia, pero no de miedo ni de ansiedad como antes, sino de una sensación completamente nueva que no podía definir del todo. Era como si cada célula de su cuerpo estuviera reaccionando a él, como si la energía que él emitía fuera absorbida por su propio ser. Intentaba enfocarse en lo que estaba pasando, pero sus ojos no podían apartarse de su rostro. Ese cabello rubio que caía de forma tan natural, sus faccio
Helios tenía una habilidad innata para analizar a las personas, especialmente en situaciones donde los detalles sutiles importaban más que las palabras. Y ahora, más que nunca, sentía que estaba frente a un misterio que necesitaba resolver. Herseis, a pesar de su esfuerzo por mantener la compostura, mostraba pequeñas fisuras. Las ojeras debajo de sus ojos, el temblor leve en sus manos, la sonrisa que no llegaba a sus ojos. No hacía falta ser omnisciente para darse cuenta de que algo estaba mal, pero eso no le bastaba a Helios. Quería saber qué había sucedido para que esa mujer, que una vez había hablado con tanto fervor, ahora estuviera apagada. En tantos años, era abismal cómo había cambiado una persona. ¿Qué le ocurría? ¿Por qué estaba así de melancólica, desolada y triste?Su conversación, aunque superficial en apariencia, le dio pistas. Las respuestas de Herseis eran correctas, precisas, profesionales, pero carentes de pasión. Como si estuviera operando en piloto automático, cumpl