Herseis sintió como si el mundo se detuviera en ese preciso instante. Las palabras del médico resonaron en su mente, reverberando con una intensidad que la dejó paralizada en su asiento. "Infértil." Era algo que nunca había considerado como parte de su vida, una realidad que jamás había imaginado enfrentar. Había esperado con ansias este momento, había soñado con la posibilidad de convertirse en madre, de crear una familia junto a Edán. Pero ahora, en cuestión de segundos, ese sueño se había desvanecido.El consultorio que, antes le había parecido un lugar de esperanza y posibilidades, ahora se sentía frío, impersonal. Las paredes blancas, los instrumentos, el escritorio del doctor, todo se desdibujaba mientras su mente luchaba por procesar la noticia. Quería gritar, llorar, hacer cualquier cosa que le permitiera liberar la tormenta de emociones que se arremolinaban dentro de ella, pero se encontraba atrapada en un estado de incredulidad.Miró a Edán, esperando encontrar en sus ojos a
Helios había terminado su universidad y su maestría. Ahora estaría realizando un doctorado. Se encontraba en un momento de transición, a punto de dejar atrás otro capítulo en su vida. Tras despedirse de su familia en el aeropuerto, no pudo evitar una ligera sensación de melancolía. Aunque su destino siempre había estado claro y su mente estaba acostumbrada a trazar objetivos a largo plazo. Los abrazos de sus padres, Hermes y Hariella, eran cálidos y llenos de orgullo, mientras que sus hermanos, Hera, Hebe y el pequeño Hermes, le despidieron con una mezcla de admiración y tristeza. Sentir la distancia que crecía con ellos cada vez que partía hacia un nuevo destino le producía una nostalgia que nunca admitía, ni siquiera a sí mismo.Sin embargo, cuando el avión despegó, dejando atrás las luces de la ciudad, Helios se sumergió de nuevo en sus pensamientos. Alemania representaba una nueva oportunidad. Los próximos tres años serían exigentes, pero también sabía que era precisamente en esos
Henrietta fue a la mesa del comedor y allí encontró la nota con una caja que Helios le había dejado. Allí estaba una gargantilla. Él era demasiado serio, pero era atento y bueno.Con cada paso, la distancia entre él y lo que quedaba atrás se hacía más grande. Helios se dirigió al aeropuerto y abordó el jet.El aterrizaje del avión privado fue suave, apenas un murmullo en la pista de aterrizaje que marcaba el regreso de Helios Darner al país natal de sus padres. Mientras el avión reducía la velocidad, miraba por la ventanilla, viendo cómo el paisaje que una vez había dejado atrás se desplegaba nuevamente ante él. La ciudad se extendía bajo un cielo claro y luminoso, como si incluso el clima hubiera decidido honrar su retorno. Habían pasado tres largos años desde que había partido a Alemania, y ahora, con veintiún años, volvía como un hombre hecho, un líder cuya influencia se extendía mucho más allá de las fronteras de su hogar.Helios se levantó de su asiento, su porte firme y su paso
Un lujoso auto azabache se estacionó frente a un imperioso edificio. Un hombre con atuendo de chofer fue el primero en bajarse y luego una linda muchacha con ropa de secretaria.Ambos se colocaron al costado de la puerta trasera del vehículo. El chofer fue el encargado de abrir la puerta de manera sutil, como si estuviera por recibir a una reina de la edad media. Entonces, de manera espléndida, una esbelta pierna fue lo primero en mostrarse, cuyo tacón negro de aguja, se afirmó de modo firme en el asfalto. Así, como una poderosa soberana, que descendía de su carruaje real. Así, una espléndida mujer se manifestó con lentitud.Ella abandonó el coche con glamour y distinción. Tenía puesto en su cabeza un sombrero Hepbrum oscuro con un velo que tapaba la parte superior de su rostro, sol dejando ver la parte de su boca y fina barbilla. En su negra pupila se reflejó la maravillosa arquitectura empresarial que le pertenecía a ella.Hariella Hansen era conocida como La magnate. Era arrogante,
El sonido del elevador lo hizo volver a la realidad a un tímido muchacho. Había quedado absorto en sus pensamientos mientras lo esperaba. Al fin había bajado, pues el edificio era gigante, tenía más de cien niveles y le habían indicado que debía ir al piso setenta. Las puertas plateadas se abrieron a los lados, y arriba, en una pantalla tecnológica, aparecía ahora el número uno, en color rojo. Los nervios se apoderaron de él, porque después que diera un paso hacia adentro, ya no habría vuelta atrás, pero no perdería la calma. Respiró profundo por la nariz y lo soltó todo por la boca.Hermes Darner era un joven de veinticuatro años, recién egresado de la universidad por haber terminado no un grado, sino ya, a su corta edad, un posgrado en administración de empresas. Se había preparado para esta entrevista, había una vacante en el puesto de gerente de finanzas y en esa área él destacaba lo suficiente para tomar la iniciativa de presentarse en la empresa manufacturera de alimentos que, do
Las puertas se cerraron y dentro del sitio hubo un silencio que pareció ser eterno, mientras que el elevador empezó a subir.Hermes miraba a Hariella con disimulo por el rabillo del ojo, podía verle la piel blanca, libre de manchas y el cabello rubio le parecía brillar como si fueran mechones de oro. Ella era tan hermosa y elegante. Jamás en su vida podría llegar a estar con alguien como ella, mucho menos con su introvertida personalidad que no lo ayudaban demasiado.Hariella recibió un portafolio de parte de Lena y se puso a verlos. Hermes se percató y con eso había encontrado una excusa para romper el hielo.—¿Se presentará a la entrevista, para la vacante de finanzas? —preguntó Hermes, mirando hacia el frente en la pantalla donde iban apareciendo diferentes números.Lena arrugó el entrecejo y tragó un poco de saliva; sabía que a Hariella no le gustaba ser interrumpida y menos que le dirigieran la palabra sin que ella otorgara el permiso para hacerlo. Se quedó atónita mirando a su se
Las puertas se cerraron y las dos quedaron de nuevo en silencio y en tranquilidad.Hariella había disfrutado de la conversación con el muchacho y hasta entonces se percató de que no se habían presentado y no había llegado a descubrir el nombre de ese hombre con el que había hablado hace pocos segundos, pero eso podría solucionarse. Hace mucho que nadie le hablaba con esa confianza, debido a su cargo, las charlas siempre eran estrictas y puntuales.—¿Crees que sea alguien bueno? —interrogó Hariella a su secretaria Lena, quebrando la armonía en la que habían quedado.Lena lo pensó antes de responder, podría estar fingiendo a la vez que en verdad no conocía la identidad de su jefa. La pregunta se había convertido en un auténtico dilema, no tenía pruebas ni la certeza que, aquel joven estaba mintiendo y no podía ir por el mundo acusando a todos los hombres que se acercaran a Hariella de estafadores o farsantes. Tendría que averiguarlo primero antes de dar un veredicto acusatorio en contra
Hermes percibió la pesada mirada de los hombres y mujeres que estaban en los puestos de trabajo. Su corazón se inquietó, pero para relajarse recordó el rostro de aquella rubia hermosa con la que recién había hablado y también el dulce aroma de ese inolvidable perfume de flores. Eso pudo calmarlo y comenzó a caminar con cautela. Los latidos en su pecho poco a poco se fueron tranquilizando. Si aspiraba al puesto de gerente de finanzas, debía transmitir seguridad y confianza, no temor y miedo, eso no eran los rasgos de un líder.—¿Hermes Darner? —le preguntó una bella mujer, que tenía una tabla con broche, mientras miraba los papeles sobre ella.—Sí, soy Hermes.—Sígueme, te llevaré a la oficina donde te harán la entrevista.La bella mujer lo guio hasta donde estaban dos hombres y dos mujeres que también aspiraban al puesto de la empresa. Estaban sentados, cada uno, en una silla diferente, de color negro, que estaban bien ordenadas en filas, pegadas a la pared, y se ubicaban al frente de