31- Furia contenida

Hacía un par de días que Emma comenzó a hacer de su vida una nueva rutina, lo necesitaba, le ayudaba a no pensar, no recordar y por consiguiente no desear  aquello que ya no podía tener. El vacío en su pecho era tan grande que lo llenó con toneladas de trabajo, negociaciones, estudios y entrenamiento, no dormía más de cinco hora diarias, más de ese tiempo y las pesadillas comenzaban a buscarla reclamarla en la inconsciencia.

Aquella mañana tomaba su café en una privada y pequeña cafetería a un par de calles de su edificio con una vista privilegiada del Queen Elizabeth Park, siempre en la misma mesa en la terraza, siempre a la misma hora, siete de la mañana terminaba de correr, pedía el desayuno antes de volver a casa y posteriormente al trabajo, apuro el café cuan

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