Lo más lógico que debía hacer era ponerse en contacto con su madre y decirle que estaba en la ciudad, pero eso significaba ponerla sobre aviso. Raquel no era tonta. Sin necesidad de pensarlo mucho, sabría el motivo por el que su hija estaba de regreso, y Diana no quería darle ni una sola oportunidad de interponerse en su camino. Luego de que ya hubiese hablado con Rafael, respecto a su deseo de estudiar en la Escuela Taurina "Armando Vidal", y ya se hubiese instalado en su propio piso, en el corazón de Madrid... Solo allí, si su madre se enteraba que estaba en España, se jugaría la carta de la emancipación para que no le montara ningún espectáculo y la dejará vivir su vida
El camino del aeropuerto a su departamento fue rápido, casi unos quince minutos. Pagó al taxista y no perdió tiempo en mirar su alrededor. Madrid estaba igual a como lo vio por última vez, hacía casi cuatro años, que fue la última vez que estuvo en España. Solo se quedó un par de segundos observando el edificio frente a ella. Era muy parecido a los demás que lo rodeaban: cinco pisos, con ventanales y balcones. La diferencia es que era el único de ladrillo en la cuadra.
No le costó mucho subir hasta el tercer piso, pues solo llevaba consigo una maleta mediana con pequeñas ruedas y un bolso de mano que pesaba unos diez kilos. Se detuvo frente a la puerta que ponía 3-1 y tomó una profunda inhalación y la soltó muy despacio. Buscó las llaves en el bolsillo de su bolso de mano y se dispuso a abrir la puerta de madera de color blanco.
A primera vista, le encantó lo que vio. El lugar era idéntico a como se mostraba en las fotos de la página web. Era un piso de 45m2, de suelo de madera clara y paredes blancas. Echó una rápida mirada a su entorno. El lugar era muy acogedor, con una iluminación cálida y mobiliario muy moderno. A su derecha, una bonita sala de estar con un cómodo sofá blanco, una mesita de comedor para cuatro persona y un amplio estante, donde hizo cálculos que podría guardar una hermosa vajilla de porcelana y todos los utensilios que pronto compraría. Vio una puerta de cristal al fondo, lo que supuso que sería la habitación. A su izquierda, una pequeña, pero muy funcional cocina. El enorme ventanal daba a un balcón. Diana se vio tentada a salir y mirar Madrid desde la altura que representaba un tercer piso, pero descartó la idea de inmediato cuando sintió su estomago rugir.
En cuestión de segundos trazó un plan de acción. Primero, iría a comprar algo de comer, luego desempacaría sus cosas, se daría una ducha, descansaría un rato, y al final se pondría sus mejores ropas para ir a ver a Rafael Villanueva.
Despertó sobresaltada debido al sonido de una bocina proveniente del exterior. De inmediato, miró el reloj en su muñeca. Farfulló un improperio y salió de la cama a toda prisa. Faltaba quince minutos para las dos de la tarde.Tardó casi veinte minutos en vestirse, maquillarse y peinarse. Tratándose de ella, era un récord. No es que fuese banal. Todo lo contrario. Pero tenía un raro complejo con creer que su rostro era muy aniñado, y por ende, solía aparentar menos edad de la que tenía. Deseaba darle a Rafael, la impresión de que ya era toda una mujer.No perdió tiempo llamando a alguna línea de taxis. Cogió el primero que pasópor la calle.La Escuela Taurina quedaba muy cerca, a unos cinco minutos en carro, y a unos quince andando. Muy bien podría haberse ido caminando, pero iba perfumada, muy arreglada y no quería correr el
Una semana despuésSe llevó la mano a la frente, a la vez que soltaba un largo suspiro. La comida ya estaba fría, y sin darse cuenta, escribió el nombre de Rafael con la salsa, sobre la superficie blanca de su plato. No podía dejar de pensar en él, y en sus palabras. Y lo peor de todo es que aun no lograba entender qué demonios le sucedió ese día. ¿Por que actuó de esa manera? ¡Ella no es así! De hecho, no tolera a la gente que se aprovecha de su posición social, el dinero o el poder, para pasarporencima de otros. ¿Entonces por qué reaccionó como lo hizo aquel día?Tal vez fuese porque se sentía susceptible, y muy harta de que siempre le dijeran que no podía hacer algo, que ella había soñado hacer durante tantos años.—¿Te vas a comer
Las dos amigas se fueron de compras. Se hicieron con un gran montón de ropa casual masculina, así como de lociones, y artículos de uso para caballeros. Como ambas eran un tanto exigentes a la hora de fijarse en un chico, sabían a la perfección lo que hacía que un hombre fuese irresistible.Debido a que los rasgos faciales de Diana eran en extremo femeninos, Claudine optó por comprar silicón para hacer una prótesis que le hiciera la mandíbula más cuadrada a su amiga, a la vez de aportarle un mentón más propio de varón. Compraron también varios rollos de lana crepe. Clau conocía una técnica para crear barbas y bigotes falsos que se veían muy realistas, con este material. Eso sí, procuraron obtener un pegamento de muy buena calidad, que no fuese tóxico, para poder fijar el vello facial falso a la piel de Diana y no causarle ningún da&
Saludó a la mujer que yacía sentada frente al escritorio junto a la puerta y prosiguió hacia su oficina, se quitó el abrigo y lo dejó en un perchero cercano a la ventana. No era necesario abrigarse con el clima tan agradable que hacía afuera, pero la prenda era más que todo parte característica del estilo de Rafael: siempre casual y muy elegante.Sin perder tiempo, encendió su ordenador y comenzó a teclear palabras a toda velocidad. Esa mañana se sentía muy inspirado para seguir trabajando en su libro. Desde hacía unos meses atrás, él había estado muy concentrado en una historia de ficción que llegó a él, mediante un sueño.Esa era su otra pasión: la escritura.Llevaba más de sesenta mil palabras escritas, e iba a por sesenta mil más..."Cerró sus ojos con fuerza, obligando su cerebro a
A las tres de la mañana del lunes, Diana ya estaba despierta, sobre su cama, con la mirada fija en el techo. El corazón le latía como frenético. En diez minutos se levantaría para comenzar su preparación. Convertirse en Diego era algo que al principio le tomaba hasta dos horas, pero estuvo practicando junto a Claudine y ya solo le tomaba unos cuarenta minutos de su tiempo.Ser Diego Morante no era tan fácil como lo imaginó cuando se le ocurrió la alocada idea. Tenía que tratar de ser un caballero en toda regla, pero procurando ser muy natural. Y por esa razón, pasó los últimos tres días estudiando a la especie masculina. Junto a su amiga, fue a plazas, restaurantes, gimnasios, centros comerciales, y se sentaba en silencio a observar la forma en que hablaban y se expresaban, como reaccionaban ante situaciones específicas y como lidiaban con los problemas. En su poco tiempo
—¿Y qué tal tu primerdía, querido? —indagó Claudine—. Intuyo que porla caritaque tienes, te fue muy bien.—Ni te imaginas, amiga. Me sentí tan... no sé cómo explicarlo.—Tesentiste como un pececito dentrodel agua —completó la rubia.—Exacto. Toda mi vida estuveesperando por este momento. Entrenar en la escuela quefundó mi padre es tan... ¡alucinante! ¡Joder! ¡Mola mogollón!—¿Teasegurasteque nadie sospecharade ti?—Casi meto la pata con Rafael, pero supe cómo lidiar con eso.—¡Oh porDios! ¿Qu&eac
Un par de ojos verdes estaban fijos sobre ella. Diana no dejaba de pensar y pensar, sin lograr entender que era todo eso que sentía. Por un lado, estaba aliviada de haber podido desahogar toda la frustración que sentía a causa del desapego de su madre, pero por otro lado, no dejaba de pensar en que fue muy dura con la mujer a la que le debía la vida, pero por otra parte, una voz interna le decía que no debía culparse, que no podía seguir viviendo toda su vida bajo el yugo de su madre.—¡Diego! —volvió a decir su nombre. Era la tercera vez que lo hacía—. ¿Te encontrásbien?Diana parpadeó repetidas veces y asintió con la cabeza.—Sí. Lo siento. Estaba pensando en...—Tranquilo, no hace falta que me revelés tus secretos —bromeó—. Te dec&iacut
Si aparentar ser un hombre era difícil, ir a un baño de caballeros y fingir que orinaba de pie frente a un orinalpegado a la pared, era imposible. Por esa razón, Diana siempre procuraba encerrarse en el cubículo que se suponía que era para otro tipo de necesidad. Sus compañeros ya comenzaban a apodarlo "caquita", a modo de juego, porque siempre que se metía al baño, iba al mismo cubículo. El apodo le daba mucha risa a Diana.Era casi mediodía, y el lugar estaba solo, así que aprovechó para mirarse al espejo y arreglar un poco su apariencia. Que fuera un chico, no quería decir que no pudiera lucir radiante. Luego, se internó en el cubículo paraorinar. Estaba subiéndose los pantalones cuando oyó que alguien entraba, dando un fuerte portazo:—No. Vos quedáte tranquila—oy&oac