Una semana después
Se llevó la mano a la frente, a la vez que soltaba un largo suspiro. La comida ya estaba fría, y sin darse cuenta, escribió el nombre de Rafael con la salsa, sobre la superficie blanca de su plato. No podía dejar de pensar en él, y en sus palabras. Y lo peor de todo es que aun no lograba entender qué demonios le sucedió ese día. ¿Por que actuó de esa manera? ¡Ella no es así! De hecho, no tolera a la gente que se aprovecha de su posición social, el dinero o el poder, para pasar por encima de otros. ¿Entonces por qué reaccionó como lo hizo aquel día?
Tal vez fuese porque se sentía susceptible, y muy harta de que siempre le dijeran que no podía hacer algo, que ella había soñado hacer durante tantos años.
—¿Te vas a comer eso, o qué? —una repentina voz, con un marcado acento francés, la hizo dar un respingo.
Diana sacudió la cabeza y clavó la mirada sobre la delgada rubia pecosa de ojos marrones, muy oscuros, que la observaba con mucho detenimiento.
—¿Lo quieres? —preguntó Diana a su amiga.
La rubia hizo un ademán con su mano para que le pasara el plato. Sin perder tiempo, comenzó a comerse el almuerzo de Diana.
—Esto está muy bueno —comentó la chica, con la boca llena.
—¡Joder, tía! No entiendo como haces para comer como lo haces, y tener ese cuerpazo que te gastas.
—Mi metabolismo es rápido.
—Bendita seas entre todas las mujeres —bromeó Diana.
—Ya. En serio —la rubia tragó—. ¿Hasta cuándo vas a seguir
torturándote con esa loca idea?—No es una loca idea, Claudine. Es mi pasión, y no es justo que me sigan juzgando por querer hacer realidad mi sueño.
—Ya, pero igual es una locura —volvió a decir la rubia—. Tienes muchos talentos. Eres buena con el piano, cocinas delicioso... —se encogió de hombros—. No sé, podrías hacer ese tipo de cosas, más acordes con las mujeres.
Diana abrió la boca y se llevó una mano al pecho, indignada con lo que acababa de escuchar. Le lanzó una dura mirada a Claudine y se mordió la lengua para no soltarle lo primero que se le cruzó por la cabeza.
Clau era lo más cercano que tenía a una amiga, pues ambas fueron compañeras de estudios desde el quinto grado, que los padres de la rubia la metieron a estudiar en el mismo internado que ella. No obstante, Diana no solía ser el tipo de persona que se apega mucho a alguien. Desde la muerte de su padre, juró nunca más vincularse tanto con una persona, para evitar sufrir tanto al perderla.
—Que comentario tan sexista acabas de hacer —farfullo Diana.
—No es sexista, Diana. Es realista. Eso que quieres hacer es para hombres. Es muy arriesgado.
—Cristina Sánchez, Mari Paz Vega, Raquel Sánchez, Sandra Moscoso... ¿Donde las dejas? ¿Acaso ellas son hombres?
—Ellas son casos aparte.
—¿Casos aparte? ¿Pero qué dices? ¡Soy la hija de Armando Vidal! ¿Es que acaso eso no me da mérito? ¿Qué es lo que dicen los críticos taurinos?
—Sí, sí, sí... —puso los ojos en blanco—, que tienes la casta Vidal. ¿Y qué?
—¿Y qué? ¿Pero de qué coño vas, tía? —Diana se exasperó.
—Sucede que te quiero, y no deseo ver como pones en riesgo tu vida, solo por hacer realidad un tonto capricho.
—No es un tonto capricho, ¡joder! Desde que tengo uso de razón es lo único que deseo hacer. Es como cuando uno se enamora. No elegimos de quien enamorarnos. Así me pasa con esto...
—¿Te has puesto a pensar un poco en tu madre? —inquirió Claudine.
—¿Que sucede con ella?
—Pues que eres lo único que le queda. ¿Te imaginas como se sentiría si algo malo te llegara a pasar?
—Yo no le importo a mi madre —musitó Diana—. No le tembló el pulso a la hora de mandarme muy lejos, para poder rehacer su vida. Cuando se casó de nuevo, no preguntó siquiera que opinaba de Manuel. Solo pretendía que le llamara papá. ¿Eso es que te importe alguien? Además, no soy lo único que le queda.
—Estás siendo muy dura con tu madre, ella solo quería...
—Solo quería sacar de su vida cualquier cosa que le recordara a mi padre; a mí, a la escuela... ¿Te conté que puso a Rafael al frente de la escuela? ¿Pero qué coño le pasa por la cabeza? ¡Ese era mi derecho al cumplir la mayoría de edad!
—Diana... —intervino la rubia, levantando la mano—. Es ilógico que te ponga a cargo de la Escuela, porque no tienes ninguna experiencia.
—¡NO TENGO EXPERIENCIA PORQUE ELLA SE HA ENCARGADO DE MANTENERME SIEMPRE AL MARGEN DE TODO! —vociferó.
Los ojos de Claudine se abrieron como platos.
—Lo siento, Clau. Yo no quise...
—En fin —dio un manotazo en el aire y retomó su comida—. Si en vez de chica, hubieses nacido varón, no habría tanto drama y...
—¡Exacto! —dijo Diana, interrumpiéndola.
—Claro, pero es algo imposible, a menos que... —Clau volvió a abrir los ojos, desorbitados, al ver la expresión de su amiga—. ¡No! No me digas que vas a hacer lo que estoy pensando.
Diana asintió con la cabeza. Una sonrisita malévola emanó de sus labios.
—¿Te volviste loca? ¿Piensas hacerte una re-asignación de sexo?
—¿Qué? —Diana sintió que le caía un balde de agua fría encima—. ¿Pero de qué coño hablas, tronca? —frunció el entrecejo.
—Es lo que estaba pensando yo —comentó Clau.
—No voy a hacer semejante cosa —Diana puso cara de espanto—, pero me has dado una excelente idea.
Claudine comenzó a sentirse intrigada.
—¿Qué vas a hacer, Diana? —entornó los ojos—. ¡Por Dios! Me da pánico cuando pones esa carita.
—¿Que carita? —el rostro de Diana mostraba una falsa inocencia. Era el gesto de un niño que está a punto de hacer alguna travesura.
—Tienes algo en esa cabeza tuya, que sabes que no es lo correcto, pero aun así lo vas a hacer. ¡Dime de qué va!
Diana se quedó un momento en completo silencio, observando a su amiga. Ella tenía dos días de haber llegado a Madrid. Francesa de nacimiento, con el sueño de ser escultora; llegó a la capital española con la convicción de formar parte del Circulo de Bellas Artes de Madrid. En tan solo una semana comenzaría un curso de verano que tomaría en la Universidad Carlos III de Madrid. Diana se ofreció a darle hospedaje, las cinco semanas que duraría dicho curso para que se ahorra una pasta, en vez de pagar un hotel.
Claudine era muy diestra con su manos y tenía una creatividad increíble. Solo ella podría ayudarla con la loca idea que acababa de alojarse en su cabeza. ¡Dios! Su amiga llegó como caída del cielo.
—Si no puedo ser matadora, entonces seré matador, y tú me vas a ayudar con eso —le guiñó un ojo.
—¿Qué? ¿Cómo dices? ¿Pero como coño vas a hacer eso?
—¿Alguna vez viste la película White Chicks? —inquirió Diana, con notable brillo irradiando de sus ojos.
—¿La que es de dos tíos de color que trabajan para el FBI y que se disfrazan de dos mujeres blancas y rubias para atrapar a un criminal? —tanteó Claudine.
—Esa misma —dijo Diana—. Vamos a hacer lo mismo, pero a la inversa.
Claudine frunció el entrecejo y ladeó la cabeza, mirándola como si su amiga se hubiese vuelto por completo loca.
—¿De qué carajos estás hablando?
—Tú me ayudarás con eso —sentenció Diana.
—¿Yo? —abrió los ojos como platos—. ¿Y cómo voy a hacer eso?
—Eres toda una artista, sabes hacer maravillas con tus manos, manipulas yeso, haces moldes...
—No —Claudine meneó la cabeza—. Lo que tú me estás pidiendo solo funciona en las películas. ¿Piensas que solo basta con peinarse el cabello hacia atrás y ponerse un par de anteojos para que nadie sepa cuál es tu verdadera identidad? No eres Clark Kent. ¡La gente no es tonta! Se darán cuenta que eres tú.
—No si lo hacemos bien.
—¿Acaso quieres que te convierta en el señor Doubtfire? —inquirió Claudine, escéptica.
—¿En quién? —Diana frunció el entrecejo.
—Es la película que es con Robin Williams, que se transforma en una señora para poder cuidar a sus hijos.
Diana soltó una carcajada.
—¡Oh! No había pensado en esa película, pero es buena idea también. Solo que sería una versión muy sensual —volvió a reír—. No quisiera terminar luciendo como un señor de avanzada edad.
—No, Diana. Es una idea absurda. Es lo más tonto que he escuchado en mi vida.
—Por favor, Clau —le imploró—. Será solo al principio. Cuando mi madre y Rafael vean que soy capaz de hacerlo bien, que no deben preocuparse por mí, les diré la verdad.
—Una mentira, por muy pequeña que sea, requiere de grandes mentiras para mantenerse a flote. ¿Estás clara de eso, Diana?
—Sí, lo sé, pero te prometo que solo será por un corto tiempo.
—No lo sé, Diana. Me parece algo muy loco y extremo.
—Por favor —la de ojos grises juntó sus manos e imploró.
—¡Rayos! Sé que voy a terminar arrepintiéndome de esto.
—No. No lo harás —comentó Diana.
—Sí. Sí lo haré —concluyó Claudine.
Las dos amigas se fueron de compras. Se hicieron con un gran montón de ropa casual masculina, así como de lociones, y artículos de uso para caballeros. Como ambas eran un tanto exigentes a la hora de fijarse en un chico, sabían a la perfección lo que hacía que un hombre fuese irresistible.Debido a que los rasgos faciales de Diana eran en extremo femeninos, Claudine optó por comprar silicón para hacer una prótesis que le hiciera la mandíbula más cuadrada a su amiga, a la vez de aportarle un mentón más propio de varón. Compraron también varios rollos de lana crepe. Clau conocía una técnica para crear barbas y bigotes falsos que se veían muy realistas, con este material. Eso sí, procuraron obtener un pegamento de muy buena calidad, que no fuese tóxico, para poder fijar el vello facial falso a la piel de Diana y no causarle ningún da&
Saludó a la mujer que yacía sentada frente al escritorio junto a la puerta y prosiguió hacia su oficina, se quitó el abrigo y lo dejó en un perchero cercano a la ventana. No era necesario abrigarse con el clima tan agradable que hacía afuera, pero la prenda era más que todo parte característica del estilo de Rafael: siempre casual y muy elegante.Sin perder tiempo, encendió su ordenador y comenzó a teclear palabras a toda velocidad. Esa mañana se sentía muy inspirado para seguir trabajando en su libro. Desde hacía unos meses atrás, él había estado muy concentrado en una historia de ficción que llegó a él, mediante un sueño.Esa era su otra pasión: la escritura.Llevaba más de sesenta mil palabras escritas, e iba a por sesenta mil más..."Cerró sus ojos con fuerza, obligando su cerebro a
A las tres de la mañana del lunes, Diana ya estaba despierta, sobre su cama, con la mirada fija en el techo. El corazón le latía como frenético. En diez minutos se levantaría para comenzar su preparación. Convertirse en Diego era algo que al principio le tomaba hasta dos horas, pero estuvo practicando junto a Claudine y ya solo le tomaba unos cuarenta minutos de su tiempo.Ser Diego Morante no era tan fácil como lo imaginó cuando se le ocurrió la alocada idea. Tenía que tratar de ser un caballero en toda regla, pero procurando ser muy natural. Y por esa razón, pasó los últimos tres días estudiando a la especie masculina. Junto a su amiga, fue a plazas, restaurantes, gimnasios, centros comerciales, y se sentaba en silencio a observar la forma en que hablaban y se expresaban, como reaccionaban ante situaciones específicas y como lidiaban con los problemas. En su poco tiempo
—¿Y qué tal tu primerdía, querido? —indagó Claudine—. Intuyo que porla caritaque tienes, te fue muy bien.—Ni te imaginas, amiga. Me sentí tan... no sé cómo explicarlo.—Tesentiste como un pececito dentrodel agua —completó la rubia.—Exacto. Toda mi vida estuveesperando por este momento. Entrenar en la escuela quefundó mi padre es tan... ¡alucinante! ¡Joder! ¡Mola mogollón!—¿Teasegurasteque nadie sospecharade ti?—Casi meto la pata con Rafael, pero supe cómo lidiar con eso.—¡Oh porDios! ¿Qu&eac
Un par de ojos verdes estaban fijos sobre ella. Diana no dejaba de pensar y pensar, sin lograr entender que era todo eso que sentía. Por un lado, estaba aliviada de haber podido desahogar toda la frustración que sentía a causa del desapego de su madre, pero por otro lado, no dejaba de pensar en que fue muy dura con la mujer a la que le debía la vida, pero por otra parte, una voz interna le decía que no debía culparse, que no podía seguir viviendo toda su vida bajo el yugo de su madre.—¡Diego! —volvió a decir su nombre. Era la tercera vez que lo hacía—. ¿Te encontrásbien?Diana parpadeó repetidas veces y asintió con la cabeza.—Sí. Lo siento. Estaba pensando en...—Tranquilo, no hace falta que me revelés tus secretos —bromeó—. Te dec&iacut
Si aparentar ser un hombre era difícil, ir a un baño de caballeros y fingir que orinaba de pie frente a un orinalpegado a la pared, era imposible. Por esa razón, Diana siempre procuraba encerrarse en el cubículo que se suponía que era para otro tipo de necesidad. Sus compañeros ya comenzaban a apodarlo "caquita", a modo de juego, porque siempre que se metía al baño, iba al mismo cubículo. El apodo le daba mucha risa a Diana.Era casi mediodía, y el lugar estaba solo, así que aprovechó para mirarse al espejo y arreglar un poco su apariencia. Que fuera un chico, no quería decir que no pudiera lucir radiante. Luego, se internó en el cubículo paraorinar. Estaba subiéndose los pantalones cuando oyó que alguien entraba, dando un fuerte portazo:—No. Vos quedáte tranquila—oy&oac
Se llevó las manos a la frente y se dio unos cuantos golpecitos, señal de frustración. Volvió a tomar una honda bocanada de aire y la soltó de golpe. Su amiga la miraba de forma inquisitiva.—Sí, sí, sí. Ya lo sé. Me dijiste que era una locura y que tarde o temprano todo se iba a descubrir —dijo Diana. Claudine no respondió—. ¡Joder! ¡Me van a descubrir! ¡Sé que lo harán! —espetó.—¿Y porqué dices eso? —indagó la rubia.—Mi madre fue esta mañana a la escuela, y estuvo un largo rato hablando con Rafael. Noté como él se me quedaba mirando y luego en el baño, lo oí hablando por teléfono con ellay le decía que hace tiempo que no sabe de mí,que yo no...—¡Wow! Detente un momento. ¿Q
Fijó la vista en la puerta de los toriles, tragó grueso y aferró con fuerza el capote con sus manos. El sol brillaba con intensidad en el cielo, haciendo que el traje de luces, para practicar, que le prestó la escuela, y el cual a ella le costó ponerse, pues tuvo que hacerlo sola, debido a su situación, diera unos destellos plateados, captando la atención de unos cuantos. Cuando Enrique se ofreció a ayudarle con el traje, Diana se negó, alegando que tenía una rara fobia, y que no le gustaba que nadie lo viera en paños menores.Aunque no era la primera vez que hacía aquello, su corazón latía desbocado en su pecho.Un fuerte viento sopló. Diana sujetó con más fuerza el capote, para evitar que se levantara y le hiciera perder el equilibrio. Decenas de ojos estaban puestos sobre ella, a la expectativa.—¿Preparado, chico? —vocifer