Se llevó las manos a la frente y se dio unos cuantos golpecitos, señal de frustración. Volvió a tomar una honda bocanada de aire y la soltó de golpe. Su amiga la miraba de forma inquisitiva.
—Sí, sí, sí. Ya lo sé. Me dijiste que era una locura y que tarde o temprano todo se iba a descubrir —dijo Diana. Claudine no respondió—. ¡Joder! ¡Me van a descubrir! ¡Sé que lo harán! —espetó.
—¿Y por qué dices eso? —indagó la rubia.
—Mi madre fue esta mañana a la escuela, y estuvo un largo rato hablando con Rafael. Noté como él se me quedaba mirando y luego en el baño, lo oí hablando por teléfono con ella y le decía que hace tiempo que no sabe de mí, que yo no...
—¡Wow! Detente un momento. ¿Q
Fijó la vista en la puerta de los toriles, tragó grueso y aferró con fuerza el capote con sus manos. El sol brillaba con intensidad en el cielo, haciendo que el traje de luces, para practicar, que le prestó la escuela, y el cual a ella le costó ponerse, pues tuvo que hacerlo sola, debido a su situación, diera unos destellos plateados, captando la atención de unos cuantos. Cuando Enrique se ofreció a ayudarle con el traje, Diana se negó, alegando que tenía una rara fobia, y que no le gustaba que nadie lo viera en paños menores.Aunque no era la primera vez que hacía aquello, su corazón latía desbocado en su pecho.Un fuerte viento sopló. Diana sujetó con más fuerza el capote, para evitar que se levantara y le hiciera perder el equilibrio. Decenas de ojos estaban puestos sobre ella, a la expectativa.—¿Preparado, chico? —vocifer
Tomó el móvil con sus manos temblorosas y llamó. Sudaba. El corazón le palpitaba a mil por hora. Miró su reflejo en el espejo y volvió a llenar suspulmones de aire, botándolo muy despacio.—Ya estoy lista. Voy saliendo. Pendiente.—¡Vale!—respondió Claudine al otro lado de la línea.Abrió la puerta del sanitario de hombres, con mucho cuidado, procurando que nadie la viera salir. Caminó a toda prisa por el pasillo que conducía hasta la salida y se detuvo antes de llegar a la puerta, asomó solo su cabeza. Vio a su amiga recostada a un borde de la mesa donde Marta parecía estar muy concentrada rellenando unos formularios.—Disculpa —dijo Claudine, llamando la atención de Marta.La recepcionista alzó la mirada.—¿Sí? ¿Que se le ofrece? ¿En qu&eac
Miraba, pero sinmirar el contenido del cuenco que tenía frente a él. El gazpacho que había preparado su madre, estaba delicioso, pero en realidad, no estaba disfrutando tanto del sabor. Su mente estaba sumergida entre un montón de pensamientos.—Un día difícil, ¿eh? —Doña Justina rompió el silencio.Rafael despegó la mirada de su suculenta sopa fría, miró a su madre y no pudo evitar encogerse de hombros.—Un poco. Sí —respondió, volviendo a retomar la acción de comer.—¿Deseas hablar de eso? —indagó la preocupada madre.—Fue un día bastante raro, mamá —confesó—. Temprano, en la tarde, tuve un agradable episodio con este chico, el nuevo, Diego. Norecuerdo si ya te comentéacerca de él.—Algo. Creo que me dijiste que
No lo lograba. Por más que lo intentaba, no podía conciliar el sueño. Los recuerdos del día vivido, se agolpaban en su conciencia, además de los tantos errores que había cometido en la vida. Bendita costumbre,la de ponerse a filosofar justo antes de dormir.Algo dentro de su mente le carcomía, y aunque intentaba negarlo, sabía a la perfección que era lo que le robaba la paz.«La mentira tiene patas cortas». El refrán retumbó en su cabeza.—Sabes que estás jugando con fuego —oyó la voz de Claudine, proveniente de algún rincón de su cerebro.—Sí, lo sé —recordó que le respondió—, ¿pero que mas puedo hacer? Ya estoy metida hasta el cuello en esto.—El buen mentiroso debe teneruna
Tres días después.La melodía de un paso-dobleretumbó en el lugar. El corazón de Diana comenzó a latir a mil por hora, y los colores se esfumaron de su rostro. Sus manos sudaban.—¿Nervioso? —una vocecita le hizo girar el rostro a su derecha. Ella asintió con la cabeza—. No tepreocupes, creo que es una sensación que nunca dejamos de sentir —continuó Joey—. Es mi séptima novillada, pero me siento como si fuese la primera.—¡Joder, tío! No me des tantos ánimos —dijo Diego, soltando una bocanada de aire y llevándose la mano a la castañeta.Joey rió por lo bajo y la miró de reojo.—¡Hala! Si que te ves diferente sin esa barba insípida que traías —comentó en un susurro, dándole un codazo en el costado
Miró al cielo y se persignó, acto seguido, se arrodilló sobre la arena, tendió el capote frente a ella, sosteniéndolo a nivel del ombligo. Se preparó para recibir a un novillo de 230 kilos, de pelaje negro azabache, de cuernos ligeramente largos y puntiagudos. El sexto de la tarde.Su debut, de por sí, se dio de una forma muy apresurada. Rafael hizo un par de llamadas y convenció a los encargados del evento, de incluir a Morante en su programa. Al fin y al cabo, accedieron porque era una novillada de exposición, creyendo en la recomendación de Villanueva, y a la vez, en la palabra de Lionel Sánchez, quien también llamó a los organizadores para contarles maravillas respecto al chico debutante. La única condición de los organizadores, era que debía ser el último participante de la tarde. Era una novillada sin caballos.—¿Pero qué co&n
Caminó sin rumbo por algunos segundos. No lograba entender que era lo que sentía. Un montón de sensaciones y pensamientosrecorrieron su cuerpo. Se sentía feliz por haber debutado de la forma en que lo hizo, pero al mismo tiempo, sentía pesar porque no era un logro propio de ella, sino de Diego Morante, de ese personaje que ella inventó.Sentía envidia por alguien que ni siquiera existía.Se sintió tonta, muy tonta, por sentirse así. Pero nada podía hacer, estaba atrapada en su misma red de mentiras y engaños. Tuvo un impulso casi inhumano, de salir al ruedo y gritarle al mundo quien era en realidad. No obstante, la idea se esfumó de su mente al pensar en todos los inconvenientes que eso acarrearía. La critica la despedazaría, y sería su debut y despedida del mundo taurino.—¡Mierda! —masculló, dándose un par
Una semana después.Fijó su verdosa mirada sobre el estante donde se mostraba la decena de premios y reconocimientos que obtuvo Armando Vidal en vida, y los cuatro que había obtenido él, Rafael, a lo largo de casi quince años de trayectoria en el mundo taurino. Soltó otro suspiro de frustración, a la vez que se llevaba una mano a la frente y bajaba la mirada para volverla a clavar en el periódico que yacía sobre su escritorio.¿Donde está Diego Morante? Leyó el titular de la primea plana.—¡Joder, tío! ¿Dónde estás metido? —dijo entre dientes, rascándose la nuca con gesto pensativo. Perdió la cuenta de las veces que se hizo esa pregunta.¿Debut y despedida? Leyó en otro.No lo entendía. Él había tratado de ser el mejor mentor para D