—¿Y qué tal tu primer día, querido? —indagó Claudine—. Intuyo que por la carita que tienes, te fue muy bien.
—Ni te imaginas, amiga. Me sentí tan... no sé cómo explicarlo.
—Te sentiste como un pececito dentro del agua —completó la rubia.
—Exacto. Toda mi vida estuve esperando por este momento. Entrenar en la escuela que fundó mi padre es tan... ¡alucinante! ¡Joder! ¡Mola mogollón!
—¿Te aseguraste que nadie sospechara de ti?
—Casi meto la pata con Rafael, pero supe cómo lidiar con eso.
—¡Oh por Dios! ¿Qu&eac
Un par de ojos verdes estaban fijos sobre ella. Diana no dejaba de pensar y pensar, sin lograr entender que era todo eso que sentía. Por un lado, estaba aliviada de haber podido desahogar toda la frustración que sentía a causa del desapego de su madre, pero por otro lado, no dejaba de pensar en que fue muy dura con la mujer a la que le debía la vida, pero por otra parte, una voz interna le decía que no debía culparse, que no podía seguir viviendo toda su vida bajo el yugo de su madre.—¡Diego! —volvió a decir su nombre. Era la tercera vez que lo hacía—. ¿Te encontrásbien?Diana parpadeó repetidas veces y asintió con la cabeza.—Sí. Lo siento. Estaba pensando en...—Tranquilo, no hace falta que me revelés tus secretos —bromeó—. Te dec&iacut
Si aparentar ser un hombre era difícil, ir a un baño de caballeros y fingir que orinaba de pie frente a un orinalpegado a la pared, era imposible. Por esa razón, Diana siempre procuraba encerrarse en el cubículo que se suponía que era para otro tipo de necesidad. Sus compañeros ya comenzaban a apodarlo "caquita", a modo de juego, porque siempre que se metía al baño, iba al mismo cubículo. El apodo le daba mucha risa a Diana.Era casi mediodía, y el lugar estaba solo, así que aprovechó para mirarse al espejo y arreglar un poco su apariencia. Que fuera un chico, no quería decir que no pudiera lucir radiante. Luego, se internó en el cubículo paraorinar. Estaba subiéndose los pantalones cuando oyó que alguien entraba, dando un fuerte portazo:—No. Vos quedáte tranquila—oy&oac
Se llevó las manos a la frente y se dio unos cuantos golpecitos, señal de frustración. Volvió a tomar una honda bocanada de aire y la soltó de golpe. Su amiga la miraba de forma inquisitiva.—Sí, sí, sí. Ya lo sé. Me dijiste que era una locura y que tarde o temprano todo se iba a descubrir —dijo Diana. Claudine no respondió—. ¡Joder! ¡Me van a descubrir! ¡Sé que lo harán! —espetó.—¿Y porqué dices eso? —indagó la rubia.—Mi madre fue esta mañana a la escuela, y estuvo un largo rato hablando con Rafael. Noté como él se me quedaba mirando y luego en el baño, lo oí hablando por teléfono con ellay le decía que hace tiempo que no sabe de mí,que yo no...—¡Wow! Detente un momento. ¿Q
Fijó la vista en la puerta de los toriles, tragó grueso y aferró con fuerza el capote con sus manos. El sol brillaba con intensidad en el cielo, haciendo que el traje de luces, para practicar, que le prestó la escuela, y el cual a ella le costó ponerse, pues tuvo que hacerlo sola, debido a su situación, diera unos destellos plateados, captando la atención de unos cuantos. Cuando Enrique se ofreció a ayudarle con el traje, Diana se negó, alegando que tenía una rara fobia, y que no le gustaba que nadie lo viera en paños menores.Aunque no era la primera vez que hacía aquello, su corazón latía desbocado en su pecho.Un fuerte viento sopló. Diana sujetó con más fuerza el capote, para evitar que se levantara y le hiciera perder el equilibrio. Decenas de ojos estaban puestos sobre ella, a la expectativa.—¿Preparado, chico? —vocifer
Tomó el móvil con sus manos temblorosas y llamó. Sudaba. El corazón le palpitaba a mil por hora. Miró su reflejo en el espejo y volvió a llenar suspulmones de aire, botándolo muy despacio.—Ya estoy lista. Voy saliendo. Pendiente.—¡Vale!—respondió Claudine al otro lado de la línea.Abrió la puerta del sanitario de hombres, con mucho cuidado, procurando que nadie la viera salir. Caminó a toda prisa por el pasillo que conducía hasta la salida y se detuvo antes de llegar a la puerta, asomó solo su cabeza. Vio a su amiga recostada a un borde de la mesa donde Marta parecía estar muy concentrada rellenando unos formularios.—Disculpa —dijo Claudine, llamando la atención de Marta.La recepcionista alzó la mirada.—¿Sí? ¿Que se le ofrece? ¿En qu&eac
Miraba, pero sinmirar el contenido del cuenco que tenía frente a él. El gazpacho que había preparado su madre, estaba delicioso, pero en realidad, no estaba disfrutando tanto del sabor. Su mente estaba sumergida entre un montón de pensamientos.—Un día difícil, ¿eh? —Doña Justina rompió el silencio.Rafael despegó la mirada de su suculenta sopa fría, miró a su madre y no pudo evitar encogerse de hombros.—Un poco. Sí —respondió, volviendo a retomar la acción de comer.—¿Deseas hablar de eso? —indagó la preocupada madre.—Fue un día bastante raro, mamá —confesó—. Temprano, en la tarde, tuve un agradable episodio con este chico, el nuevo, Diego. Norecuerdo si ya te comentéacerca de él.—Algo. Creo que me dijiste que
No lo lograba. Por más que lo intentaba, no podía conciliar el sueño. Los recuerdos del día vivido, se agolpaban en su conciencia, además de los tantos errores que había cometido en la vida. Bendita costumbre,la de ponerse a filosofar justo antes de dormir.Algo dentro de su mente le carcomía, y aunque intentaba negarlo, sabía a la perfección que era lo que le robaba la paz.«La mentira tiene patas cortas». El refrán retumbó en su cabeza.—Sabes que estás jugando con fuego —oyó la voz de Claudine, proveniente de algún rincón de su cerebro.—Sí, lo sé —recordó que le respondió—, ¿pero que mas puedo hacer? Ya estoy metida hasta el cuello en esto.—El buen mentiroso debe teneruna
Tres días después.La melodía de un paso-dobleretumbó en el lugar. El corazón de Diana comenzó a latir a mil por hora, y los colores se esfumaron de su rostro. Sus manos sudaban.—¿Nervioso? —una vocecita le hizo girar el rostro a su derecha. Ella asintió con la cabeza—. No tepreocupes, creo que es una sensación que nunca dejamos de sentir —continuó Joey—. Es mi séptima novillada, pero me siento como si fuese la primera.—¡Joder, tío! No me des tantos ánimos —dijo Diego, soltando una bocanada de aire y llevándose la mano a la castañeta.Joey rió por lo bajo y la miró de reojo.—¡Hala! Si que te ves diferente sin esa barba insípida que traías —comentó en un susurro, dándole un codazo en el costado