Dio un golpe a la mesa y soltó un suspiro de frustración. ¿Por qué demonios nunca llega a tiempo? Se hizo la pregunta en la mente, por enésima vez. Se supone que Amanda tenía que haber llegado veinte minutos atrás, pero ni siquiera se tomó la molestia de enviarle un mensaje para explicarle el motivo de su demora.
Desde que la relación de ambos terminó, Amanda se volvió más frívola de lo normal. Solo mantenían relación por asuntos laborales, debido a que ella era la hija de uno de los ganaderos más influyentes de la región. Y debido a que éste se encontraba en un viaje de negocios, su primogénita se encargaba de todo lo relacionado a la finca y la ganadería.
—Bien, acabemos con esto rápido —oyó una voz femenina decir a su espalda—. A las dos en punto debo estar en el club, para mi lección de tenis.
Rafael giró su cabeza muy despacio, para encontrarse con una hermosa rubia de un metro ochenta de alto, piernas largas que se dejaban contemplar gracias a la minifalda del conjunto blanco, muy ceñido al cuerpo. Unos hipnóticos ojos azules lo miraron con una extraña intensidad. Había mucha avaricia en esa mirada. A esas alturas, luego de haber transcurrido seis meses desde la ruptura de la pareja, él aun era incapaz de entender cómo diablos estuvo a punto de casarse con una mujer tan superficial, ambiciosa y poco empática. Amanda Schneider era una versión femenina, rejuvenecida y delgada, del viejo magnate Ignacio Schneider, padre de su ex-prometida, quien amasó una enorme fortuna siendo implacable, desalmado y calculador.
La única razón por la que comenzó a salir con ella, fue porque Joaquín Aguirre, colega y amigo desde la infancia, se la presentó en una fiesta. Rafael estaba harto de ir por la vida como un Casanova, y pensó en sentar cabeza a sus veintisiete años de edad. Dicha relación solo duró once meses; el tiempo suficiente para darse cuenta que prefería estar solo, que mal acompañado. Ni todo el dinero del mundo, le haría amarrarse de por vida a una mujer tan arrogante.
Para arrogante, él, y solo dentro del ruedo.
La mujer haló una silla y se sentó frente a él. En otra circunstancia, Rafael se habría puesto de pie y arrimado el asiento para la dama, pues era un caballero nato, pero tratándose de Amanda, no le provocaba expresar ningún tipo de cortesía con ella. No entendía porque ella lo trastocaba tanto; a tal punto que, siempre evitaba ir a eventos cuando sabía que ella estaría presente también. Tal vez fuese porque ella siempre trató de manipularlo a su antojo y reducirlo a ser tan solo un novio "trofeo". Si hay algo que Rafael jamás podrá ser, es el monigote de alguien.
—Hola, Amanda —saludó él, tratando de ser amable.
La nombrada solo movió la cabeza, a la vez que rebuscaba algo en su bolso. Sacó un cigarrillo electrónico. Era su décimo intento por dejar de fumar, pero siempre, luego de un par de meses de usar un vaporizador, terminaba volviendo al tabaco. Era un milagro que no sufriera de alguna enfermedad pulmonar, pues fumaba más que una furcia en cautiverio.
Estaban en un restaurante, y por ende estaba prohibido fumar, así que luego de darle la primera calada a su "dispositivo terapéutico" y exhalar una gran nube de vapor, un mesonero que se encontraba cerca, decidió acercarse y llamarle la atención a la dama, pero tan solo bastó que Amanda entornara los ojos al mirarlo, para que el pobre hombre se arrepintiera de su decisión y se diera la vuelta sin más. Reconoció a la mujer en el acto, y sabía que si se le ocurría decirle si quiera algo, acabaría de patitas en la calle, sin empleo.
Amanda se había encargado de labrarse una fama, o mejor dicho, infamia, a pulso. Si llegaba a un sitio y deseaba comer un platillo que no se encontrara disponible en el momento, hacía un berrinche y conseguía que llamaran al chef, así estuviera en el funeral de la madre, solo para que cocinara para ella. Chasqueaba los dedos, y todos a su alrededor meneaban la cola, cual perrito falderos. Y no es porque ella imponga respeto, sino que el dinero le facilita muchas cosas. Un par de billetes a las personas indicadas y tiene el mundo a sus pies.
A todos, excepto a Rafael.
Él llegó al punto en el que se hartó de todo eso y decidió romper el compromiso, faltando tan solo un mes para la boda, lo que hizo que Amanda montara un melodrama digno de Delia Fiallo, amenazándolo con hacer hasta lo imposible para arruinar su carrera. Hasta la fecha, la amenaza solo quedó en palabras. A las dos semanas de la separación, ella conoció a un empresario, también millonario, que resultó ser la horma de su zapato.
Hasta cierto punto, a Rafael le daba algo de pena, porque sabía que Amanda era así porque tuvo una infancia de m****a, entre lecciones de piano, ballet y clases de buenos modales, cuando lo único que deseaba "la pobre niña rica" era ser boxeadora, cosa que su padre jamás le permitió hacer por ser "anti-femenino", y por esa razón creció amargada, frustrada y resentida con la vida, copiando los patrones de su padre, pues nunca tuvo una figura materna. Su madre murió cuando era apenas una niña de cuatro años, luego de que la avioneta familiar se estrellara en algún lugar de Caribe.
Ahora, en el presente, la vida seguía dándole coñazos en la cara. Amanda se podía dar el lujo de ser déspota y vil, siempre y cuando no estuviera en presencia de su ególatra novio. Era una forma de drenar su desgracia por estar al lado de un hombre como David Navarro; un megalómano de lo peor que la trataba como si fuese una de sus empleadas. Rafael no entendía porque ella soportaba eso, pero optó por no meter su nariz en asuntos que no le competen. De muy mala manera comprendió que no tenía "velas en ese entierro", luego de que la misma Amanda lo mandara a dar un paseo largo por un muelle corto, por decirlo de buena manera, una vez que él, Rafael, intentó defenderla de los malos tratos de Navarro.
—De acuerdo —él sacudió la cabeza—. Acabemos con esto —sacó una carpeta de su maletín y la deslizó sobre la mesa—. Allí están las constancias de las transferencia. Tu padre me las pidió para el control del contador. Son nueve. Una por cada toro. Son tres para este mes y los otros seis para el próximo. Aguirre, Gil y Figueroa irán en el transcurso de la semana a elegirlos.
—¿Eso es todo? —Amanda lo miró con notable aburrimiento. Rafael se encogió de hombros—. Pudiste haber mandado los documentos directo a la oficina del contable —de un raudo movimiento se puso en pie—. No era necesario que yo viniera y...
—Quería ver que estuvieras bien —espetó Rafael sujetándole, por inercia, una mano.
—Ya lo viste —ella sacudió su mano para soltarse del agarre—. Estoy bien —fue brusca con sus palabras.
—Sabés que aunque ya no estemos juntos, podés
contar conmigo —soltó él, y se arrepintió de inmediato. Sonaba como un hombre despechado y desesperado.Amanda soltó una risita entre burlona e irónica. Puso los ojos en blanco.
—¡Por Dios! No intentes interpretar el papel del amigo fiel —lo miró con desdén—. Ese puesto ya está ocupado.
A Rafael le hirvió la sangre, como siempre lo hacía cada vez que cruzaba palabra con Amanda. No podía entender porque era tan cabezota. Esa mujer, frente a él, no era capaz de discernir el bien del mal. Era obstinada hasta la médula. Y él, era un idiota, por preocuparse por alguien que no valía siquiera el esfuerzo.
Ese era el problema de ser como era. Rafael se caracterizaba por ser empático en exceso, sensible en demasía, y un filántropo empedernido que quería ayudar a todo el que se le cruzara en el camino, aunque varias veces le pagaran de mala forma. Sin embargo, toda esa bondad, poco a poco, la aprendió a camuflar bajo gruesas capas de indiferencia. Era como un mecanismo de defensa para que la gente no viera lo frágil que era. No sabía si era una virtud o un defecto, pero mientras más le importaba una persona, más distante se mostraba, para no mostrar su fragilidad y que esa persona se aprovechara de eso para herirlo.
No es que siguiera enamorado de Amanda, de hecho, duda de haberlo estado; sino que simplemente se preocupaba por ella, como ser humano que es. Pero, ¡a la m****a!, si ni a ella misma le importaba su bienestar, ¿por qué debía preocuparle a él?.
Tan solo se limitó a sacar un billete de su cartera para pagar el café que se había tomado, lo dejó sobre la mesa, tomó su maletín, aun entreabierto, y se largó de ese lugar. No tenía ánimos de seguir discutiendo con su ex novia.
Lo más lógico que debíahacer era ponerse en contacto con su madre y decirle que estaba en la ciudad, pero eso significaba ponerla sobre aviso. Raquel no era tonta. Sin necesidad de pensarlo mucho, sabría el motivo por el que su hija estaba de regreso, y Diana no quería darle ni una sola oportunidad de interponerse en su camino. Luego de que ya hubiese hablado con Rafael, respecto a su deseo de estudiar en la Escuela Taurina "Armando Vidal", y ya se hubiese instalado en su propio piso, en el corazón de Madrid... Solo allí, si su madre se enteraba que estaba en España, se jugaría la carta de la emancipación para que no le montara ningún espectáculo y la dejará vivir su vidaEl camino del aeropuerto a su departamento fue rápido, casi unos quince minutos. Pagó al taxista y no perdió tiempo en mirar su alrededor. Madrid estaba igual a como lo vio por última
Despertó sobresaltada debido al sonido de una bocina proveniente del exterior. De inmediato, miró el reloj en su muñeca. Farfulló un improperio y salió de la cama a toda prisa. Faltaba quince minutos para las dos de la tarde.Tardó casi veinte minutos en vestirse, maquillarse y peinarse. Tratándose de ella, era un récord. No es que fuese banal. Todo lo contrario. Pero tenía un raro complejo con creer que su rostro era muy aniñado, y por ende, solía aparentar menos edad de la que tenía. Deseaba darle a Rafael, la impresión de que ya era toda una mujer.No perdió tiempo llamando a alguna línea de taxis. Cogió el primero que pasópor la calle.La Escuela Taurina quedaba muy cerca, a unos cinco minutos en carro, y a unos quince andando. Muy bien podría haberse ido caminando, pero iba perfumada, muy arreglada y no quería correr el
Una semana despuésSe llevó la mano a la frente, a la vez que soltaba un largo suspiro. La comida ya estaba fría, y sin darse cuenta, escribió el nombre de Rafael con la salsa, sobre la superficie blanca de su plato. No podía dejar de pensar en él, y en sus palabras. Y lo peor de todo es que aun no lograba entender qué demonios le sucedió ese día. ¿Por que actuó de esa manera? ¡Ella no es así! De hecho, no tolera a la gente que se aprovecha de su posición social, el dinero o el poder, para pasarporencima de otros. ¿Entonces por qué reaccionó como lo hizo aquel día?Tal vez fuese porque se sentía susceptible, y muy harta de que siempre le dijeran que no podía hacer algo, que ella había soñado hacer durante tantos años.—¿Te vas a comer
Las dos amigas se fueron de compras. Se hicieron con un gran montón de ropa casual masculina, así como de lociones, y artículos de uso para caballeros. Como ambas eran un tanto exigentes a la hora de fijarse en un chico, sabían a la perfección lo que hacía que un hombre fuese irresistible.Debido a que los rasgos faciales de Diana eran en extremo femeninos, Claudine optó por comprar silicón para hacer una prótesis que le hiciera la mandíbula más cuadrada a su amiga, a la vez de aportarle un mentón más propio de varón. Compraron también varios rollos de lana crepe. Clau conocía una técnica para crear barbas y bigotes falsos que se veían muy realistas, con este material. Eso sí, procuraron obtener un pegamento de muy buena calidad, que no fuese tóxico, para poder fijar el vello facial falso a la piel de Diana y no causarle ningún da&
Saludó a la mujer que yacía sentada frente al escritorio junto a la puerta y prosiguió hacia su oficina, se quitó el abrigo y lo dejó en un perchero cercano a la ventana. No era necesario abrigarse con el clima tan agradable que hacía afuera, pero la prenda era más que todo parte característica del estilo de Rafael: siempre casual y muy elegante.Sin perder tiempo, encendió su ordenador y comenzó a teclear palabras a toda velocidad. Esa mañana se sentía muy inspirado para seguir trabajando en su libro. Desde hacía unos meses atrás, él había estado muy concentrado en una historia de ficción que llegó a él, mediante un sueño.Esa era su otra pasión: la escritura.Llevaba más de sesenta mil palabras escritas, e iba a por sesenta mil más..."Cerró sus ojos con fuerza, obligando su cerebro a
A las tres de la mañana del lunes, Diana ya estaba despierta, sobre su cama, con la mirada fija en el techo. El corazón le latía como frenético. En diez minutos se levantaría para comenzar su preparación. Convertirse en Diego era algo que al principio le tomaba hasta dos horas, pero estuvo practicando junto a Claudine y ya solo le tomaba unos cuarenta minutos de su tiempo.Ser Diego Morante no era tan fácil como lo imaginó cuando se le ocurrió la alocada idea. Tenía que tratar de ser un caballero en toda regla, pero procurando ser muy natural. Y por esa razón, pasó los últimos tres días estudiando a la especie masculina. Junto a su amiga, fue a plazas, restaurantes, gimnasios, centros comerciales, y se sentaba en silencio a observar la forma en que hablaban y se expresaban, como reaccionaban ante situaciones específicas y como lidiaban con los problemas. En su poco tiempo
—¿Y qué tal tu primerdía, querido? —indagó Claudine—. Intuyo que porla caritaque tienes, te fue muy bien.—Ni te imaginas, amiga. Me sentí tan... no sé cómo explicarlo.—Tesentiste como un pececito dentrodel agua —completó la rubia.—Exacto. Toda mi vida estuveesperando por este momento. Entrenar en la escuela quefundó mi padre es tan... ¡alucinante! ¡Joder! ¡Mola mogollón!—¿Teasegurasteque nadie sospecharade ti?—Casi meto la pata con Rafael, pero supe cómo lidiar con eso.—¡Oh porDios! ¿Qu&eac
Un par de ojos verdes estaban fijos sobre ella. Diana no dejaba de pensar y pensar, sin lograr entender que era todo eso que sentía. Por un lado, estaba aliviada de haber podido desahogar toda la frustración que sentía a causa del desapego de su madre, pero por otro lado, no dejaba de pensar en que fue muy dura con la mujer a la que le debía la vida, pero por otra parte, una voz interna le decía que no debía culparse, que no podía seguir viviendo toda su vida bajo el yugo de su madre.—¡Diego! —volvió a decir su nombre. Era la tercera vez que lo hacía—. ¿Te encontrásbien?Diana parpadeó repetidas veces y asintió con la cabeza.—Sí. Lo siento. Estaba pensando en...—Tranquilo, no hace falta que me revelés tus secretos —bromeó—. Te dec&iacut