El sapo

Berrocal le pidió a Chapas que le diera todo lo que quisiera y que la pusiera al mando. Ella le guiñó un ojo y él sonrió antes de recordarle que tenían otros asuntos pendientes. 

—No voy a casarme contigo sin mi abuelo —Replicó. —No puedes vivir en una farsa para los demás sin tenerles cerca. Vamos a ocuparnos de esto y después puedes ocuparte de lo demás. Necesito una especie de prenupcial de la mafia. 

—Excelente. 

—Mi abuelo es un ex militar, así que necesitas estar preparado para que te quiebre.—Ella sonrió. — Yo me ocupo de eso. 

—¿De quebrarme?

—Sí, cariño —Respondió y Chapas les sirvió el café a ambos. 

—Esto no va a funcionar—Comentó y los dos le vieron. —Ambos son leo —Berrocal le dio un golpe en la cabeza y ella sonrió. 

—Ven, ponte serio y a trabajar. 

Unas horas más tarde Berrocal salió al jardín de su casa y se encontró con Lexie dando órdenes como si ella fuera el militar. Él se acercó y ella le dio un uniforme. Andrés se quitó la ropa en medio patio y Lexie se giró para ponerle atención. 

—Entiendes que aquí estamos trabajando. 

—Somos una familia y todos ellos tienen polla, te pone nerviosa o caliente. 

—Ninguna. Me parece irrespetuoso que interrumpas como un niño de tres años cuando estoy hablando de matar gente. 

—Yo no despido. Los despedidos se sienten heridos, cambian de bando, van a la policía y los muertos no hablan. Tómenme en serio. No me van las cagadas, voy me meto en la boca del lobo y no dejo huella. El que cometa el mínimo error lo mato, el que la cague hoy por nervioso la mato. Cuando digo no quiero muertos no los quiero. Aquí están entrenados para obedecerme, hoy hay dos reglas simples, van armados por un tipo de defensa. Si abren fuego hacia ustedes. No manta gente por diversión, solo por necesidad. Van a pasar desapercibidos.  Lo mejor que van a hacer es dar golpes y dejarles inconscientes. Cada grupo va con mis mejores hombres. 

—¿Los que te defendieron anoche resucitaron?

—Mi casa no es mi prioridad. Tengo demasiados negocios para preocuparme por mí —Todos vieron a Berrocal. —Además públicamente no soy una delincuente, la policía no está planeando un operativo contra mí y ningún narco se siente ofendido. Ahora, a ejecutar con excelencia. 

Todos comenzaron a moverse  hacia sus camiones. 

Berrocal no quería seguir molestando a Lexie, porque era evidente que ella sabía manejarse muy bien por la vida del crimen, pero necesitaba entender por qué llevaban pelucas, tatuajes falsos, camisas con logos no relacionados. 

La joven se aparcó en el medio de todos los eventos.  En su auto quedaron él, Rocallosa,  Patricio, Chapas y Berrocal. 

La joven les explicó que si algo salía mal, ellos cuatro dejarían un camión en la avenida 6, lo explotarían y obligarían a las autoridades a distraerse para ganarles tiempo a los otros. 

—¿En qué nos vamos?

—Roca sabe dónde está el auto. 

—Perfecto.—Respondió. — ¿Tú qué haces? 

—Yo, estoy supervisando el transporte con Chapas. 

—¿Ya te lo robaste?

—Obvio, estoy probando a tus hombres e incriminando a Asher. 

La mujer siguió bebiendo café.

—Tu papá cree que estás muerta. 

—¡Ay qué feo! —respondió irónica.—Debe ser que se te muera un hijo. 

—Seguro, sí, muy feo. —declaró Berrocal. —¿No vas a decirle nada?

—No que sufra un rato. Así ves lo que les pasa a los hombres que me piden que me le arrodille ante matones. 

Berrocal vio a Lexie y pensó en su propia hija. 

Al menos ella se sabía defender, pero miranda, en una situación similar se vería obligada a arrodillarse. El joven se puso a pensar en colegio militar más adelante, porque era claro que a los cuatro años no podía volver a romperle la rutina. 

Berrocal vio a Lexie concentrada manejando el computador para que los camiones entraran y salieran, todo según lo que ella había planeado. Todos salió como había planeado sin incidentes. Tres autos, uno que se dirigía al lugar en cuál almacenaban las drogas decomisadas, llegaron a las 7 am. 

El guarda les saludó como estaba previsto lo durmieron. Todos caminaron con la llave y su carnet, recogieron  la sala once, la veinte y la trece,  subieron la cocaína a un camión de  lechería y lo demás a un camión de pacas. Se cambiaron la ropa y fueron por la misma ruta por la que llegaron. Mientras el segundo grupo dejaba a los policías encadenados y drogados de camino aun bosque muy  solitario.

 Tardarían horas en regresar a la ciudad, el  tercer grupo estará dividido entre dos, una mitad iría al lugar en el cual sus enemigos avisarían a la policía  y en el que iría su cargamento en dirección a Colombia.

 La joven vio a su futuro marido el cual estaba vestido totalmente de negro, con los brazos cruzados mientras veían el puerto y el barco en el cual su cargamento estaba montado. Ella se ajustó la camisa y le pasó una mano en la espalda cuando se giró molesto por la llegada de la policía. 

—¿Por qué está aquí la policía?

—Tienes un sapo

—Sabes quién es. —replicó molesto por no haberlo descubierto él mismo. 

—Lo sé. 

—¿Chapas?—Lexie le vio sorprendida, porque su mano derecha jamás le traicionaría. Llevaban menos de diez horas de conocerse, Berrocal lo sabía. Él conocía a Chapas, sabía que le debía su vida no una sino varias veces, y estaba seguro 

—Tu hermano. 

—¿Mi hermano? —repitió. 

—Sí, está trabajando para Asher. Lo siento. 

—¿Cómo lo sabes?

—Le conté lo de las flores a él. Todos los demás no preguntaron, solamente sabían que íbamos por cocaína, a una hora en específico y que salía del país. 

—¿Dónde está lo nuestro?

—En el aire, en cajas de zapatos, camino a Colombia. 

Berrocal suspiró. 

Tomó a Lexie de la cintura y la dirigió hacia el auto. Los dos subieron y ella le pidió a Roca que le llevase a su hangar. Los dos fueron tranquilos mientras Berrocal hacía una llamada a distancia. 

—Quiero saldar la deuda del Rey. 

—¿Por qué, Berrocal? Si quieres tomar su puesto —preguntó Agustín divertido. 

—Porque la familia es primero. 

—No sé como funciona tu cabecita, pero, creo que Cristina está comprometida. 

—Felicidades por los novios, tú solo espera y recibe. 

—Parce… cuidado con quién se mete, usted. Estese quietico, que Dios, no puede salvarlo de todo y su alma se la está dando al diablo. 

—Ahh, pues. —le imitó. —me va a felicitar usted después. Vengase a la ciudad mejor. 

—¿En serio?

—Sí, sí y el padrino también —Los dos rieron y Berrocal terminó la llamada. —Tú tienes familia y yo la mía. ¿Quieres una boda pomposa?

—Elegante y sencilla. No es como si nos muriéramos de amor. Bueno, tú estás enamoradísimo de mí y mis pelos —Los dos rieron.

—Siempre eres así. 

—Sí. Siempre, me gusta llevarme bien con la gente a mi alrededor. ¿Por cierto? La mamá de la niña. 

—Está muerta. 

—¿Puedo malcriarla?—preguntó por qué quería comprar unas cuantas docenas de muñecas. 

—Puedes malcriar a Miranda, pero la he enviado a casa. 

—No vive contigo. 

—Es por su seguridad. 

—No sería más seguro retirarte, desaparecer con ella. 

—Es lo que querías que hiciera tu papá. 

Lexie se le quedó mirando en silencio. 

—Mi mamá. —reconoció. —Me hubiese gustado que simplemente se fuese conmigo. 

El auto se estacionó. Lexie le dio las gracias a Roca y tomó a Berrocal del brazo para dirigirlo al interior. El joven le siguió y ella le acarició la espalda y señaló con la cabeza en donde podía sentarse. 

—¿Cuál es tu veneno?—preguntó Lexie.

—El que quieras. 

—¿Tequila?—él asintió. — ¿A las diez de la mañana?

—Y me gusta almorzar a las once por si quieres tenerlo todo listo. —ella rio. —Mariscos. 

—Mi amigo, Tepe, va a ponerte esos cables y a mí. No hay nada que una más que el polígrafo. 

—Tienes rasgos psicópatas. 

—Vengo de una familia de psicópatas —respondió y puso los dos caballitos de tequila, los limones y la botella en la mesa—. Me cuesta confiar, mucho más de lo que aparento, pero soy leal a mi familia y a mis amigos y te estoy dando la oportunidad que no le he dado en años a nadie. 

—¿Cuál es esa oportunidad?

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