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Luego de que aquel precioso angelito se durmiera, Alexia lo recostó en su cama y se aseguró de que estuviese perfecto antes de salir de la habitación y dejar la puerta entreabierta por si en algún momento de la madrugada despertaba y no lo escuchaba. Se giró con una sonrisa, no esperando impactarse de frente contra aquel ejemplar masculino qué rápido le arrancó un jadeo de asombro. — Lo siento, no te vi — dijo en tono bajito, sonrojada, sin poder evitar fijarse en su torso tenso y desnudo, adornado con pequeñas gotas de agua. Thiago esbozó una sonrisa torcida al percibir su evidente aceptación. Se secó el cabello con una toalla que traía alrededor del cuello y le tendió un camisón que estaba perfectamente doblado y planchado. — Tus cosas la traerán mañana, creí que querrías algo cómodo para dormir. — Oh, gracias — mencionó, mordiéndose el interior de la mejilla. — ¿Se ha quedado dormido ya? — quiso saber, refiriéndose a su hijo. — Sí, se queda muy tranquilo. — Contigo… parece q
— ¿Tienes a alguna afortunada esposa esperándote en casa que te tenga así de pensativo? Thiago apartó la mirada de aquel punto fijo que lo había llevado lejos de allí, del alcohol, las mujeres y el rumor de la música fuerte… arrastrándolo así; sin retorno, a ese par de ojos avellanados y piel apiñonada que no sabía qué carajos estaba haciendo de él. — No hay ninguna esposa en casa — le aclaró —. No lo habrá jamás. La pelirroja esbozó una coqueta sonrisa y colocó una mano cerca de su entrepierna. Su cita de esa noche se había aburrido pronto de sus malas caras, pero las mujeres ahora sobraban para él. — En ese caso… ¿Por qué no me sacas de aquí y me llevas a un lugar más privado? Ante aquella propuesta, el CEO Da Silva no pudo negarse, sobre todo porque esa noche tenía toda la intención de apartar cualquier tipo de confusión en su cabeza, así que colocó un billete de los grandes en la mesa del reservado y entrelazó sus dedos con los de la pelirroja hasta sacarla de allí. — Ya sabe
Alexia no pudo volver a conciliar al sueño, al menos no de forma profunda. Las últimas palabras de ese hombre seguían retumbando en su cabeza, así qué, tan pronto amaneció y pidió a Barroso si alguien podía ir por sus cosas, tomó el portátil que el hombre le entregó con una amable sonrisa y aprovechó que el pequeño angelito seguía durmiendo y se encontró a sí misma tecleando su nombre en el internet con curiosidad. Lo primero que arrojó la búsqueda fue cientos de fotos de él en diferentes ángulos, con mujeres distintas colgadas de su brazo. Con ninguna se le veía demasiado cercano o parecía que tuviese algún vínculo sentimental… excepto con una. Dio clic en la foto y esta lo envió a un enlace externo, revelando muchísimas fotos más con esa misma mujer. La última estaba encerrada en un corazón roto bajo un título bastante espeluznante. Comenzó a leerlo detenidamente, primero con asombro, y minutos más tarde, dándole paso al horror. Había estado casado con esa mujer, Tiara Belmonte,
El corazón de Thiago bullía de desesperación, y, por el contrario, el de Alexia latía de desconcierto. — ¡Suéltame! ¿Cómo… te atreves a decir una cosa así? — le preguntó, con los ojos abiertos, horrorizada — Yo jamás le haría daño a ese pequeño inocente. Thiago estaba demasiado rabioso y nervioso cómo para creer en sus palabras; sin embargo, algo en su interior le decía que era verdad, que ella sería incapaz de dar a su hijo. La soltó sin saber qué pensar, y le dio la espalda. En eso, apareció el doctor, preguntando por el padre del pequeño. Necesita hacerle un par de preguntas. Rápido desaparecieron. Mientras tanto, en la sala del hospital, con el corazón demasiado pequeñito, Alexia siguió aguardando por noticias. — ¿Sabe algo ya del pequeño Gael, señorita? — le preguntó Barroso, sorprendiéndola. Ella negó, limpiándose las lágrimas por enésima vez. — Yo no quería lastimarlo — buscó los ojos del hombre, rogando que él al menos le creyera — No sabía que era alérgico a las fresas
Thiago Da silva condujo hasta el apartamento de Alexia sin saber en realidad lo que pretendía hacer o decir, pero lo cierto es que no podía ir en contra de ese instinto que latía ferviente en su interior y lo obligaba a ir tras ella… por segunda vez. Tocó varias veces a su puerta con gesto inquieto, aunque serio, como lo era él, en todo su esplendor. Escuchó el chasquido, y un segundo después, la vio allí. Lo primero que notó fue que había estado llorando. El rastro de sus lágrimas secas la delataba. ¡Carajo! ¿Había estado llorando por su culpa? Tenía los ojos ligeramente apagados y su nariz respingada estaba de un tono ligeramente congestionado; aunque, nada de eso le restaba belleza, con esas mejillas sonrojadas y labios humectados que lo terminó de aniquilar. Al darse cuenta por donde iban sus pensamientos, se reprendió. Alexia parpadeó sin comprender el motivo de su presencia allí. Le había dejado una nota bastante clara. — ¿Qué estás haciendo aquí? — preguntó con voz queda
— ¿Y bien? — preguntó Thiago a su jefe de seguridad después de largos segundos de silencio. — Mis sospechas eran ciertas, señor, alguien cambió la lista — espetó el hombre, completamente apenado. Thiago apretó los dientes y creyó hervir por dentro. — Nombre — no le importaba el cómo, ni el por qué, en ese momento. — Beth, señor, la antigua niñera de Gael. — Hija de… — clavó un puño en el filo del escritorio y negó con la cabeza —. Imagino que ya pusiste a las autoridades al tanto de la situación. — Así es, señor, y lo lamento mucho, no sabía que ella… — Exacto, Barroso, no lo sabías, además, la habías investigado antes de contratarla y no tenía expediente alguno, así que no te culpes. El buen hombre asintió. — Vi que la señorita Alexia volvió. En cuanto Barroso mencionó ese nombre, el rostro del CEO se iluminó. — Gael la necesita — dijo y su hombre de confianza esbozó una pequeña sonrisa — ¿Qué? ¿Por qué me miras así? — Por nada, señor, con permiso — y se despidió con esa c
Alexia despertó llena de miedos y angustia tras un estridente sonido que sacudió las ventanas. Rápido notó que llovía a cántaros y el cielo crujía. Odiaba las tormentas. Le recordaban a ese día, a ese desgarrador momento en el que esos hombres hicieron jirones su ropita y… Un nuevo trueno hizo que los cimientos del piso bajo la cama se sacudieran, y soltó un pequeño grito al tiempo que una cálida mano la sorprendía por el hombro. — ¡Ah! — chilló al girarse y se pegó contra el respaldo de la cama, asustada. Thiago la observó con ojos abiertos y alzó las manos en defensa. — Tranquila, soy yo — le dijo en tono suave. Alexia pasó un pequeño trago. — ¿Tú…? — musitó, confundida — ¿Qué estás haciendo aquí? — ¿No recuerdas nada? — No. ¿De qué hablas? ¿Qué debería recordar? — quiso saber, notando que él no llevaba camisa, tan solo el pantalón de su típico traje ejecutivo. Sus ojos se abrieron y su pulso se disparó — ¿Tú y yo…? — No, no… — le aclaró en seguida, consiguiendo que se rel
Para sorpresa de ambos, Alexia no se apartó, y aunque era la primera vez que experimentaba algo como un beso, sus labios tímidos se entreabrieron para recibirlo, soltando un pequeño e inocente gemido al tiempo que esa lengua filosa le acariciaba sensualmente los labios. Fue un beso suave, lento… casi exploratorio, acompañado de respiraciones entremezcladas e incontrolables espasmos. Thiago Da Silva jamás se había dejado llevar por los impulsos, pero, últimamente, con ella, había tenido muchos de ellos. Era plenamente consciente de lo que hacía, y en lo que se estaba metiendo… sobre todo en lo que se estaba metiendo. M4ldita sea. ¿En qué diablos se estaba metiendo? Rápido eso hizo clic en su cabeza y se alejó de forma abrupta. Alexia tardó en abrir los ojos y en reaccionar al abandono de esos labios. Cuando lo hizo, él ya se había dado la media vuelta. Pasó un trago ligero, buscando recomponerse. ¿Qué fue eso? ¿Él… le había dado su primer beso? Sacudió la cabeza y entró al auto