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Tomaron una ducha que duró alrededor de cuarenta y cinco minutos, y mientras hablaban de todo un poco, de sus sueños como pareja y futuros padres primerizos, fuera el teléfono seguía vibrando sobre la veladora. Al salir, Nick notó que la pantalla recién se apagaba. Tomó el aparato y revisó que tenía demasiadas llamadas perdidas de su cuñado, además de un mensaje. “¡Debes venir inmediatamente a Río! No le digas nada a mi hermana” En seguida, el brasileño se tensó, pasando de la sorpresa a la preocupación. Echó un rápido vistazo para comprobar que Calioppe seguía secándose el cabello frente al espejo para llamar a Thiago. Debía tratarse de algo muy importante. — Nick — saludó su cuñado al otro lado de la línea después de contestar. Se escuchaba comprimido. — No vi las llamadas. ¿Está todo bien? — preguntó en voz baja. Si era algo delicado, no quería alertar a su mujer. Thiago suspiró largamente antes de contestar. — Tiara dio a luz hace un par de horas, me llamaron para informarm
Llegaron al lugar indicado. Varios efectivos de la policía ya estaban allí y algunos civiles se habían arremolinado alrededor de la escena. Thiago Da Silva hervía de coraje. Su pecho subiendo y bajando. Sus manos convertidas en dos puños muy apretados y la visión oscura, casi borrosa. Se hizo paso entre la multitud, empujando los cuerpos que se interponían y murmuraban entre sí. No se detuvo hasta que la vio, se encontraba de espaldas, esposada y a punto de ser llevada en uno de los autos policiales. — ¡Tiara! — gritó, caminando furioso hasta ella. La mujer no se giró. Un agente se interpuso en su camino, pero con fuerza lo apartó. Nick lo siguió de cerca. Había intentado hacerlo entrar en razón durante todo el camino, pero este sencillamente no escuchada más allá del coraje y el rencor. — Thiago, espera, no vayas a hacer nada de lo que te puedas arrepentir. — ¡Tiara! — volvió a gritar hasta alcanzarla, ignorando la sensatez de su amigo. Tomó a la mujer del brazo y la giró, zara
Abrió los ojos lentamente, un tanto desorientada. Tardeó en comprender que estaba en la recámara y en agrupar las imágenes. — ¿Lilo? — la voz de Thiago hizo que moviera los párpados. Él estaba sentado a un lado de la cama. Lucía ojeroso, como si diez años le hubiesen pasado por encima, también tenía una barba de varios días y los ojos cansados. — ¿Dónde… donde está Nick? — logró preguntar, intentando incorporarse. Su hermano la miró, atravesado por la compasión. — Lilo… Ella abrió los ojos, negando. — No… — jadeó. Él intentó tocarla, pero ella se alejó, recargándose contra el respaldo de la cama. Lívida. — ¿Dónde está Nick? — volvió a preguntar, esperanzada, incrédula — ¡Dijo que vendría! ¡Que contaría las horas para…! — su voz se quebró. — Escúchame… — ¡No! ¡No quiero escuchar nada! ¡Quiero a Nick! ¡Quiero al padre de mi hijo! ¿Dónde está? — saltó fuera de la cama. Todo bailó de nuevo a su alrededor y perdió las fuerzas. Thiago la capturo de la cintura. La pegó a él, abraz
Desde ese momento, Alexia y Calioppe se convirtieron en una sola persona, la una aferrada a la otra, suplicando entre lágrimas recibir una pronta respuesta. Eran casi las seis de la mañana cuando Thiago salió de la recámara que se había asignado para él con su llegada. Hablaba por teléfono cuando Calioppe lo interceptó. Todo el mundo dormía aún. — ¿Qué sabes? — preguntó, todavía rebosada de angustia. No había podido dormir en toda la noche. Él tampoco si era sincero. — Acabo de comunicarme con mi contacto, ya hay noticias — le dijo con expresión inescrutable. Ella se tensó. — ¿Qué? ¿Qué te es lo que te dijeron? — exigió saber. Thiago colocó una mano en su hombro, suspirando. — Es mejor que nos sentemos a hablar. — No, dímelo ahora. ¿Él está bien? ¿Va a… regresar? — Calioppe, por favor, sentémonos y hablemos — le rogó, y a ella no le quedó más remedio que obedecer. Bajaron al despacho, allí estarían solos. — Habla ya, Thiago, por favor — se giró cuando él cerró la puerta, abra
Thiago Da Silva se sentía que no podía estar dentro de su propia piel. La culpa lo carcomía y el dolor y la angustia se habían hecho paso en su sistema hasta dejarlo sin aliento. Se aflojó el nudo de la corbata y oteó el reloj en su muñeca. Había pasado una hora desde que su hermana fue ingresada y allí nadie le daba una m4ldita respuesta. — ¿Qué carajos pasa que nadie sale a informarme del estado de salud de mi hermana? — habló a nadie, enérgico, caminando de un lado a otro y capturando varias miradas curiosas. En eso, el rumor de unos pasos tímidos y un particular aroma a flores frescas llegaron a él. Ladeó la cabeza. Era Alexia. — Yo… yo traje café — le dijo ella, con una dulce voz que consiguió inquietarlo. Jamás le había pasado. No de ese modo. Además, era la primera vez que la había escuchado a hablar o al menos dirigirle una mirada. No le gustó lo que provocó ese insignificante gesto en él. No le gustó para nada. — Yo no pedí nada — gruñó entre dientes, para entonces i
Más tarde, cuando ya anochecía, permitieron el acceso a las visitas. Alexia se emocionó. Quería estar para su cuñada. Su hermano así lo querría. Ya había visto a su sobrino a través del cristal de los cuneros hace un par de horas. Era un bebé precioso; y aunque estaba demasiado pequeño, no dejó de sorprenderla por lo fuerte y sano que lucía. Entró a la habitación, despacio, tímida y sin hacer mayor ruido. — ¿Puedo pasar? — preguntó quedamente. Calioppe alzó la vista. Sus ojos brillaron. Al fin un rostro familiar. Había estado rodeada de enfermeras durante toda la tarde. — Sí, por favor — respondió con una pequeña sonrisa. Seguía adolorida de pies a cabeza. Alexia se sentó en una silla que estaba al lado de la cama. — ¿Cómo te sientes? — le preguntó. Con ella era muy fácil hablar, y a diferencia del resto, se sentía en paz, tranquila, familiarizada. — Bien, un poco adolorida, pero bien — dijo lentamente —. Mi bebé… ¿Sabes cómo está? Las enfermeras me dicen que bien, pero no me d
Apenas amaneció, Thiago fue a ducharse y a cambiarse por algo más apropiado. Después regresó al hospital para despedirse de su hermana, pues no se verían hasta que la oscuridad y el peligro de la noche impidieran que siguiera la búsqueda. Al entrar a la habitación, chocó contra algo, más bien, contra alguien. Era Alexia. La tomó firme de los brazos para que se cayera y la atravesó con la mirada, apretando los dientes. «¿Por qué tenía que cruzarse en su camino?» Pensó con fastidio. Ella parpadeó, roja hasta los poros. — Lo siento — musitó, percibiendo como el calor del contacto de ese hombre se hacía paso hasta el último rincón de su piel, arrancándole un débil estremecimiento. «Estaba recién bañado» dedujo con timidez, absorta en sus ojos. Olía a loción. De pronto se sintió demasiado incómodo y se removió. Thiago pasó un trago, soltándola, extrañado. — Fíjate la próxima vez — habló con temple y se hizo a un lado para ver a su hermana, que ya sonreía. Alexia salió con las mejilla
Thiago Da Silva se hizo su propio camino entre los rescatistas y los trabajadores que fueron de importante apoyo en aquella búsqueda. Su corazón latía a toda máquina y su respiración estaba demasiado agitada. — A un lado, háganse a un lado — ordenó, nervioso, empujando cuerpos, pisando fuerte con aquellas botas de campo. Se detuvo a los pies de una choza. Varios rostros observándolo. El principal, a cargo de guiar a los rescatistas, lo recibió. — Siga, es por aquí — le indicó, haciéndose a un lado. En cuanto entró a aquel lugar, todo su cuerpo se estremeció. — Nick… — logró decir, asombrado. Su amigo estaba sentado a la orilla de una cama, desnudo del torso, con un vendaje artesanal que atravesaba su pecho y espalda y uno igual en su cabeza, además de varios hematomas que parecían ya bastante desinflamados. Nicholas Dos Santos había despertado hace horas, desconcertado, sin saber dónde se encontraba, pero muy consciente del lugar a donde quería regresar: a casa. Intentó incorpo